‘La balada del cuerpx’: Identidad en movimiento
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El cuerpo es la interfaz entre la vida y el alma, nos permite experimentar las esencias del ser en este plano material. Es este cuerpo y sus diversos estados, lo que ha inspirado la investigación y creación de José David Cerda, coreógrafo y bailarín, oriundo del estado de Sonora, quién ahora reside en España, donde dirige el proyecto Puntos de Partida, junto con Sylvain Ludovico.
José David es un ser que sueña, pero además de esto, es alguien que acciona y se arroja al 100% por un proyecto que le apasiona. La entrega desmesurada, la constancia, lo contestatario y disruptivo del proceso creativo del Pepe es impresionante, sus premisas son jugar, cuestionar, indagar, improvisar, alzar la voz.
Durante poco más de 3 años, ha estado trabajando en su nueva pieza coreográfica “L280-La Balada del Cuerpx”, obra de danza contemporánea, que busca develar y plasmar diversos rincones de la identidad de los bailarines, con la finalidad de cuestionar y transmitir un mensaje anti-político sobre lo absurdo que es geopolitizar al cuerpx ante tantos movimientos globalizados, migraciones, y movimientos detonados por los sueños y los deseos del ser humano.
Para José David cada cuerpo es un universo, un planeta, es la oportunidad de entender otras latitudes. Es por esto que para “L280-La Balada del Cuerpx” invita a los bailarines que conforman la pieza, a que compartan el sentimiento de no pertenencia a la identidad de origen sino a la identidad de ellos mismos durante los diferentes viajes que han hecho en sus vidas.
Sobre esto nos comparte: “Imagina que eres como un barco que navega y se te van pegando cosas, se te pegan estos acentos, palabras, paisajes, atardeceres, amores, y eso va forjando la identidad de una persona que podríamos decir es un ciudadano infinito. También me parece un acto anti geopolítico, pensar en un cuerpo expandido, no tanto globalizado, sino expandido, que tiene sentires que pertenecen a otras latitudes del mundo, como si tuviéramos un gran patio de juegos para poder ser.”
Si nos posicionamos desde esta premisa entonces podríamos concebirnos como este ser en diálogo constante con todo lo que está afuera, en un estado de plasticidad experiencial que responde a los estímulos que propone el entorno, construyendo la identidad del ciudadano infinito, una especie de unión sustancial, entre res extensa (cosa extensa, la realidad externa) y res cogitans (cosa pensante, el observador, el cuerpo).
Entonces entra en juego una tercera visión sobre el cuerpo como un Axis Mundi (eje del mundo), donde se manifiestan los simbolismos del encuentro entre lo terrenal y lo cósmico, a través del gesto y el movimiento que representa los arquetipos de la humanidad. Así la creación de José David, está atravesada por la tradición de Los Fariseos, sincretismo resultado de la cosmovisión del pueblo Yaqui y los movimientos evangelistas y jesuitas durante la época de la colonia.
La tradición de los fariseos tiene lugar durante la cuaresma, originalmente los Yaquis elaboraron máscaras con motivos animales para representar el lado negativo o el pecado, para buscar la redención durante 40 días de peregrinajes y danzas en ayuno total. Lo que le pareció interesante a José David sobre esta tradición, era observar como las máscaras fueron mutando, pues con los años han dejado de ser meramente de animales, pues les ha permeado la cultura pop, reconociendo que la cultura es algo vivo y mutante.
“Las generaciones van cambiando, pues son atravesadas por diversas vertientes del mundo, y no lo veo como una contaminación, sino como una evolución natural, donde es importante que nos reconozcamos como seres que estamos en constante movimiento que vamos por ahí en el planeta. Esto es importante para que sobreviva la civilización humana en sus múltiples expresiones, dialectos, maneras de pensar y de sentir. Eso es como mi discurso con esta pieza, pues todos venimos de diferentes migraciones y culturas, de circunstancias dónde no caben los purismos.
Esta obra ha llevado un largo tiempo gestándose, por que hablar de algo tan sensible como la identidad de origen, estudiar las diferentes etnias del mundo que utilizan la máscara como medio de expresión de diferentes rincones de la identidad, y utilizar la improvisación como un medio de construcción para la creación escénica, es complejo, puesto que en la improvisación hay algo muy vivo que no miente”, expresa David
Entonces todos los elementos dan una propuesta llena de vulnerabilidad e intimidad, acuerpada por cada identidad que expresa una vida resultado de muchas migraciones y viajes que permean a los cuerpos de los bailarines y que finalmente es un espejo de nosotros mismos. El trabajo profundo de José David, me hace pensar en el filósofo Jean-Luc Nancy, quién en escribe:
“El cuerpo es el inconsciente: los gérmenes de los antepasados secuenciados en sus células, y las sales minerales ingeridas, y los moluscos acariciados, los pedazos de madera rotos y los gusanos que lo manducan cadáver bajo tierra o bien la llama que lo incinera y la ceniza que de ahí se deduce y lo resume en impalpable polvo, y la gente, plantas y bestias con las que el se cruza y se codea, y las leyendas de las nodrizas de antaño y los monumentos derrumbados recubiertos de líquenes y las enormes turbinas de las industrias que le fabrican aleaciones inauditas con las cuales se le harán prótesis y los fonemas broncos o sibil antes con los que su lengua hace ruido al hablar, y las leyes grabadas sobre lapidas y los secretos deseos de asesinato o de inmortalidad. El cuerpo toca todo con las puntas secretas de sus dedos huesudos. Y todo termina por hacer cuerpo, hasta el corpus de polvo que se junta y que danza un baile vibrante en el delgado haz de luz con el que acaba el último día del mundo.”
Esta danza-viaje vibrante es la balada del cuerpo.