La Corte de los acordeones
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Ahora la justicia será política y se alejará del derecho al contentillo del ministro, magistrado o juez. No habrá leyes, sino consignas, y no habrá jueces, sino sicarios o secuaces
El atraco sucedió en el verano de 2025. La venganza anidada desde el sexenio anterior se consolidó este 1 de septiembre con la toma de posesión de los ministros, magistrados y jueces del partido Morena, reducido solamente al 30 por ciento de los militantes de ese partido y todos ellos (hasta el cónyuge de la presidenta) con acordeón en mano para evitar errores.
Los resultados ya estaban programados, salvo un cálculo de último momento: hubo un cambio en la Presidencia de la “ministra del pueblo”, Lenia Batres, por el personero del Peje, Hugo Aguilar, pero mínima de males. Y todos contentos en la 4T.
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Este atraco es el último eslabón de la cadena de dominación de la nueva nomenclatura política de la izquierda sin ideología, que ha dominado la vida nacional en los últimos siete años, tiempo suficiente para ir demoliendo el edificio institucional que fue construido desde el fin de la Revolución Mexicana y hasta 2018.
“Al diablo con las instituciones”, había dicho en 2006 el máximo líder del movimiento, el cual hoy está más dividido que nunca, derivado de su engolosinamiento trastabillado que llevó al exceso en el tener a los que desde hace años solamente tenían ganas de tener. Válgame Dios, se vuelven loquitos.
La orden vino de Palenque: A como diera lugar había que colocar a la mezcla pirata de Benito Juárez –con perdón del Benemérito– y Madaleno en la Presidencia de la Corte. Y cómo no, si fue el testaferro de AMLO para evitar conflictos con los pueblos indígenas a los cuales se les despojó de tierras en la selva rica en maderas y fauna. Como los conquistadores, los dotaron de espejitos a cambio de grandes extensiones de terrenos comunales arreglados por el hoy ministro de la toga filigrana.
Entre los antecedentes constitucionales para ser electo ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) se requería que su nombramiento recayera en aquellas personas que hubieran servido con eficiencia, capacidad y probidad en la impartición de justicia o que se hubieran distinguido por su honorabilidad, competencia y antecedentes profesionales en el ejercicio de la actividad jurídica. Pues bien, este requisito fue desaparecido y en su lugar apareció la aprobación del pueblo bueno y sabio –claro, orientado por acordeones– para elegir a los funcionarios federales.
Ya son los dueños entonces de los bats, las pelotas y las bases, por lo que cualquier intento de obtener justicia por aquellos que no piensen igual que los simpatizantes morenistas, pues triste su calavera porque en el Poder Judicial todos son equipo de la Presidenta, y chin, chin los de enfrente. ¡Haya cosa!
El mensaje, a cargo del presidente de la Corte, fue muy claro: “Habrá tribunales que protejan al débil de los abusos que cometa el fuerte”. “No tengamos ninguna duda, la democratización del Poder Judicial le da mayor fortaleza, legitimidad y autonomía... La elección popular trajo consigo no sólo un cambio en la integración del Poder Judicial, sino un renovado pacto de confianza entre el Poder Judicial y el pueblo mexicano”.
Qué peligro surge de estas desafortunadas declaraciones que condenan a la justicia a segundo término para dar paso a la política como base de las decisiones judiciales. Ahora resulta que es más importante ser popular que actuar con justicia y de acuerdo con la Constitución.
La función de la Suprema Corte de Justicia incluye no sólo dirimir las controversias entre los demás poderes, sino el interpretar la Constitución y hacerla acorde con el actuar de jueces y magistrados a través de fallos que se convierten en jurisprudencias, es decir, la ley misma ya comprobada en el caso particular.
A partir de ahora valdrá más el voto popular que el derecho, por lo que abandonemos la doctrina y tomemos las calles para presionar a los jueces y, en ese afán popular, ser escuchados por más que sea injusta o ilegal nuestra petición. Bonita cosa.
La justicia de esa manera será política y se alejará del derecho al contentillo del ministro, magistrado o juez. No habrá leyes, sino consignas, y no habrá jueces, sino sicarios o secuaces.
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Es el grito de “al ladrón por el ladrón mismo”, pero ahora no sólo los policías, sino también los jueces serán cómplices. Y la víctima puedes ser tú, sin remedio.
La ridícula ceremonia del bastón de mando fue parte del mensaje del ministro presidente para avisarnos que vienen por todo, y su falsa humildad se parece a las pantallas cuatroteras que se usan para desviar la realidad, que no es otra que acabar con el orden de las cosas a como dé lugar.
Desde algún lugar aún se escucharía al Benemérito Juárez y su mensaje: “La autoridad no es mi patrimonio, sino un depósito que la nación me ha confiado muy especialmente para sostener su independencia y su honor”. ¡Pero qué van a saber estos vatos!