La danza de las golondrinas, un encuentro hacia la tierra prometida
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Por estos días, a punto de llegar la primavera, el cambiante y caprichoso clima de Saltillo, hoy frío, mañana caluroso, luego fresco y no sabemos cómo será mañana, nos tiene desconcertados. Sale el sol, calienta algunos rincones y los interiores de casas y edificios permanecen fríos. Otros días ni siquiera se asoma por nuestro cielo el también llamado “astro rey”.
Conocedores de la ciencia que estudia el estado del tiempo, el medio atmosférico, los fenómenos que allí se producen y las leyes que lo rigen, por muy científicos que sean los meteorologistas o climatólogos, deben de tener en el fondo algo de los grandes adivinadores de la historia, de los nigromantes, hechiceros, brujos, videntes, magos y agoreros, algo de las famosas pitonisas griegas, aquellas que en Delfos mantenían el oráculo de Apolo, a donde, según Homero, acudió el rey Agamenón antes de partir a hacerle la guerra a Troya.
Los meteorologistas son pronosticadores y a veces pronostican lluvia y cae una llovizna o, de plano, las nubes se niegan a soltar el preciado tesoro de sus vientres. El desconcierto nos trae a veces medio muertos de frío, y a veces atontados por el calor, y no sabemos si quitarnos la ropa o ponernos más. Pero no todo es desconcierto. Por estos días, Saltillo acostumbra brindar a propios y extraños, imponentes y magníficos espectáculos de belleza inigualable que se deben precisamente al clima.
El espectáculo mayor es la danza ejecutada por inusitadas bailarinas, símbolo de gracia, nobleza y ligereza, en el suntuoso decorado del cielo al caer la tarde. La amplitud del escenario y sus juegos escénicos tienen lugar sobre el bulevar Valdés Sánchez, más o menos a la altura de las calles de Hidalgo y Sierra Mojada, y las protagonistas son las golondrinas que año con año traen su temporada de ballet a nuestra ciudad.
Regidas por su propia música, las pequeñas bailarinas ejecutan una danza caracterizada por movimientos naturales, puros e instintivos, tan pronto pausados y ceremoniosos, como de una viveza y rapidez extraordinarias. Por bandadas de cientos, salen de ambos lados del escenario y juntan su ligero vuelo, por un instante mínimo, en una mancha negra azulada; se separan en rápida evolución y vuelven a unirse en el mismo punto, en motivos rítmicos repetidos de una danza de salutación, de bienvenida, luego del largo viaje que las trajo a la ciudad en busca de climas cálidos y templados. Su coreógrafo es el gran Dios, el que enseñó a las golondrinas a esparcir su libertad, a lanzar al viento su alegría, a formular su individualismo y a reunirse en una plegaria común para afirmar su colectividad como miembros de la parvada, en convivencia estética y gozosa con las otras parvadas.
El calendario es inexorable. Gustavo Adolfo Bécquer lo confirmó en sus Rimas: “Volverán las oscuras golondrinas en tu balcón sus nidos a posar, y otra vez con el ala a sus cristales jugando llamarán”.
El Eclesiastés lo dice: “Todas las cosas tienen su tiempo, y todo lo que hay debajo del cielo pasa en el término que se le ha prescrito. Hay tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo que se plantó; tiempo de dar muerte y tiempo de dar vida; tiempo de derribar y tiempo de edificar; tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de luto y tiempo de gala”.
Nuestra familia tiene su libro, su Biblia propia, que relata su historia desde el Génesis hasta el Apocalipsis, sus esclavitudes, sus éxodos, sus plagas, sus leyes, sus milagros, sus esperanzas y su tierra prometida. Habitar la historia familiar y sus recuerdos nos hace reconocernos, saber quiénes somos y guardar nuestra memoria para la posteridad, el fin último que es la tierra prometida.
Los misterios de la existencia son insondables. Si con el tiempo de morir, de arrancar lo que se plantó y de derribar, aparece la repetitiva y milenaria danza de las golondrinas como preludio de la primavera que regresa siempre, entonces es posible que el tiempo del llanto y del luto sea la promesa del regreso, el camino hacia la promesa del encuentro en la tierra prometida.
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