La era digital y los derechos invisibles: Sabrina Carpenter, Chloe Clem y Elon Musk
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Lo que hoy parece inofensivo puede convertirse mañana en el centro de una lucha por la privacidad, la dignidad y el respeto
En una sociedad hiperconectada, donde cada acción tiene el potencial de convertirse en contenido viral, los derechos digitales emergen como uno de los retos más complejos de nuestra época. La historia de Chloe Clem, el impacto del video de Sabrina Carpenter y las posibles repercusiones de que Elon Musk compre TikTok son ejemplos contundentes de cómo la tecnología, la exposición y la viralidad se entrelazan con los derechos humanos.
Hace 11 años, Katie Clem compartió en YouTube un video que mostraba la reacción de sus hijas al enterarse de un viaje sorpresa a Disneyland. La expresión de Chloe, de apenas 2 años, se convirtió en el icónico meme “Side Eyeing Chloe”. Lo que empezó como un momento familiar se transformó en una fuente de ingresos para la familia gracias a las campañas publicitarias que aprovecharon la imagen de la niña. Hoy, con 14 años, Chloe enfrenta los efectos de una exposición que marcó su infancia: dificultad para socializar, incomodidad con su fama y una constante sensación de invasión.
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Este caso nos lleva a reflexionar sobre el sharenting, la práctica de los padres que comparten momentos íntimos de sus hijos en redes sociales. ¿Cómo protegemos la privacidad de los niños cuando, en muchos casos, no tienen voz para decidir si quieren o no aparecer en estas publicaciones? En Europa, algunos jóvenes ya han demandado a sus padres por compartir contenido sin su consentimiento, abriendo un debate sobre los límites del derecho a la intimidad y el consentimiento digital. Si bien las redes sociales se han convertido en una herramienta poderosa para conectar y compartir, también representan un espacio donde las decisiones mal calculadas pueden tener consecuencias irreparables. ¿Cuántos niños, como Chloe, enfrentarán las repercusiones de una exposición digital que nunca eligieron?
El caso de Sabrina Carpenter y su video musical filmado en una iglesia de Brooklyn demuestra cómo un simple acto creativo puede desencadenar una serie de eventos inesperados. La grabación del video, autorizada por el sacerdote Luigi Mangione, generó gran atención mediática debido al impacto cultural de la música de Carpenter y la naturaleza religiosa del lugar. Sin embargo, la atención que generó expuso una serie de cuestionamientos sobre la administración de la iglesia y sus vínculos con distintos sectores. La historia resalta cómo un evento aparentemente inofensivo puede desencadenar reflexiones profundas sobre cómo instituciones tradicionales deben adaptarse y responder a un mundo hiperconectado donde las acciones individuales tienen un alcance global. Además, plantea preguntas sobre los límites entre lo público y lo privado, especialmente en espacios considerados sagrados y con significados históricos tan profundos.
La posible compra de TikTok por parte de Elon Musk también entra en este debate sobre derechos digitales. TikTok, con millones de usuarios en todo el mundo, ha sido el epicentro de controversias por su gestión de datos y su posible uso como herramienta de espionaje. En medio de estas preocupaciones, se ha sugerido que Musk podría ser un comprador adecuado para garantizar el control y la seguridad de la plataforma. Si bien Musk ha demostrado ser un visionario en tecnología, también ha sido una figura polarizadora. La concentración de poder en manos de individuos como él plantea interrogantes sobre la gobernanza y regulación de las plataformas digitales. ¿Qué significa para el futuro de los derechos digitales que una sola persona tenga tanto control sobre una red social que define las tendencias y comportamientos de las nuevas generaciones?
Estos tres casos comparten un denominador común: la necesidad urgente de replantear los derechos digitales en una era dominada por la tecnología y la viralidad. Los niños, como Chloe, necesitan protecciones legales que limiten la exposición de sus vidas privadas. Las instituciones deben adaptarse a un mundo donde cada acción puede ser escrutada por millones de personas. Y las plataformas tecnológicas, como TikTok, deben ser reguladas para garantizar que los derechos humanos no se sacrifiquen en nombre del progreso.
Estamos en un momento histórico, donde los derechos digitales ya no pueden ser un tema secundario. La inteligencia artificial, las redes sociales y la tecnología avanzan más rápido que nuestra capacidad para legislar y comprender sus implicaciones. Como sociedad, debemos encontrar el equilibrio entre aprovechar estas herramientas y garantizar que los derechos de todos: niñas, niños, creadores, instituciones sean respetados. El futuro de los derechos digitales depende de las decisiones que tomemos hoy. Porque, como lo demuestra Chloe, lo que hoy parece inofensivo puede convertirse mañana en el centro de una lucha por la privacidad, la dignidad y el respeto.