La ética del aplauso
Estás sentado en una sala oscura, más o menos llena de gente, durante lo que han parecido horas de aburrimiento o confusión. Cuentas los segundos para que la experiencia termine y, de pronto, lo hace. Se prenden las luces, los artistas salen para agradecer al público y, entonces: aplaudes. Sabes que no te ha gustado, pero no puedes evitar hacerlo. Estás aplaudiendo por cortesía.
Es cuestión de tiempo para que un espectador se encuentre con una experiencia parecida. No todo lo que vemos nos va a gustar, a veces por diferencias de pensamiento, a veces por cuestiones estéticas, a veces simplemente porque no nos ha parecido entretenido. No es tan raro toparse con algo que no cumple con nuestras expectativas. Tampoco es raro acabar aplaudiendo de todos modos.
Aplaudir puede significar cosas diferentes para cada espectador y, por eso, los estándares varían. He llegado a la conclusión de que yo, al conocer desde adentro el ámbito teatral, tiendo a aplaudir, más allá del resultado final satisfactorio, el esfuerzo que me transmite un equipo de trabajo. Es claro que el entusiasmo del aplauso varía según el producto y que algunos de esos aplausos caen en el aplauso por cortesía, sin embargo, no lo considero anti-ético porque sé el trabajo que implica sacar adelante un proyecto escénico en un país como el nuestro.
Si a usted le sorprende enterarse de que hay toda una discusión en los ámbitos artístico, académico y filosófico acerca de la ética de aplaudir o no un espectáculo, déjeme decirle que tal existe desde hace siglos y aunque siempre se “concluye” algo parecido, la situación poco cambia. El aplauso se considera de gran importancia porque es la única retroalimentación directa y garantizada que un artista recibe en un teatro. Claro, se pueden hacer encuestas, se puede conversar con colegas, se puede intentar observar a los espectadores en la sala. El aplauso, sigue siendo en teoría, la reacción más inmediata y visceral de un público, aunque por ello completamente subjetiva.
La opinión generalizada entre artistas, críticos, académicos, etc. es, por lo tanto, que no se debe aplaudir algo que no gusta, pues de esa manera el actor puede vivir engañado pensando que su arte cumple, aún si el desempeño es pobre. Por otro lado, tengo la impresión de que entre los espectadores fuera del ámbito, la creencia es, justamente, que se aplaude por educación. Añada a esto el miedo que algunos tienen de ser tachados de incultos o de no haber entendido la obra y tiene el escenario perfecto para los aplausos garantizados. Si en ocasiones los colegas nos aplaudimos por empatía, otros espectadores a veces aplauden por miedo.
Es muy fácil decir y discutir que los públicos tienen que ser reeducados, que si queremos mejores propuestas hay que subir las exigencias, que un público tiene el teatro que se merece. Fácil, muy fácil, pero en cuanto nos descuidamos, volvemos a la misma escena descrita al inicio.
Concuerdo completamente con todas las afirmaciones anteriores, sólo que, como todos, no estoy segura cómo aportar para que esta utópica visión del letrado espectador que exige arte más complejo y vivo se logre. A no ser la guerra psicológica de forzarme a no pararme durante los aplausos cuando algún desconsiderado comienza el desorden en una obra que realmente no me gustó. Y es que en todo hay niveles: me parece perfectamente entendible y aceptable aplaudir toda obra desde la comodidad de un asiento; diferente es pararse y vitorear a la menor provocación a todo lo que se nos pone enfrente. Ese es, me parece, el último resquicio que sobrevive de lo que alguna vez fue una medida “fidedigna” para entender si una obra gustó o no.
Preguntémonos al menos por qué aplaudimos, si la justificación nos parece aceptable o si tal acción ya se ha vuelto un reflejo sin la mínima reflexión sobre lo que se acaba de ver. Piense si lo que vio se merece esa ovación de pie. Piense en todos los que incómodamente tendremos que seguir al rebaño por compromiso porque no tenemos suficiente fuerza de voluntad para vernos insatisfechos o ignorantes. Por favor, ayúdenos.