La irresistible tentación de la polarizada política chilena

Opinión
/ 18 diciembre 2025

Aunque Kast cuidadosamente evita pronunciar la palabra deportación, su promesa es remover del país a todos o casi todos los 337 mil inmigrantes indocumentados

Por Andrés Velasco, Project Syndicate.

LONDRES- “La única manera de superar una tentación es ceder ante ella”, exclama Lord Henry Wotton en la novela El retrato de Dorian Gray, de Oscar Wilde. Los chilenos se han tomado este consejo muy a pecho.

Hace cuatro años se vieron tentados por la promesa de una “refundación” progresista impulsada por Gabriel Boric, un exlíder estudiantil. Los chilenos cedieron a esa tentación y lo convirtieron en el presidente más joven y más izquierdista desde el regreso a la democracia en 1990.

La inmigración ilegal, el aumento de la delincuencia y el estancamiento de la economía durante el mandato de Boric impulsaron al electorado hacia otra tentación: la de la extrema derecha del exdiputado José Antonio Kast, cuyas promesas de expulsar a los inmigrantes y reducir los impuestos recuerdan a las del presidente estadounidense Donald Trump. Los chilenos han vuelto a ceder a la tentación, eligiendo presidente a Kast con un número récord de votos.

La administración de Boric fue decepcionante hasta para sus propios partidarios. Su plan para una nueva constitución produjo un texto tan militantemente “woke” que casi dos tercios de los votantes lo rechazaron en un referendo. Cuando varios jóvenes ministros del Frente Amplio, el partido de Boric, resultaron ser incompetentes, el Socialismo Democrático acudió al rescate del gobierno, aportando un equipo de mayor experiencia. Pero, aun así, con la excepción de la reforma de pensiones de principios de 2025, son pocos los logros que el gobierno puede exhibir.

Por lo tanto, no sorprende que los votantes hayan castigado a la coalición de Boric en las urnas. Jeanette Jara, su candidata y exministra del gabinete de Boric, militante del Partido Comunista, obtuvo un escaso 41.8% de los votos. Kast ganó por más de 16 puntos porcentuales, el peor resultado electoral para la izquierda desde 1990.

¿Resultará Kast igualmente decepcionante? Lo más probable es que sí. De otros países hemos aprendido que el apoyo a los populistas de derecha proviene más de sus gestos identitarios que de los logros de sus políticas. Amén de que varias de sus promesas de campaña parecen inviables.

Aunque Kast cuidadosamente evita pronunciar la palabra deportación, su promesa es remover del país a todos o casi todos los 337 mil inmigrantes indocumentados. Trump no ha cumplido una promesa similar, y Kast tampoco lo hará. El Estado de Chile (incluido el poder judicial, el que en la mayoría de los casos debe autorizar las deportaciones) no tiene la capacidad necesaria para identificar, detener, retener, juzgar y luego deportar a un número tan elevado de personas. Durante su mandato, entre 2018 y 2022, el expresidente conservador Sebastián Piñera deportó a menos de 7 mil personas; el total bajo Boric es aún más reducido.

La otra gran promesa de Kast es recortar US$ 6 mil millones, o el 7% del total, del presupuesto nacional. Tampoco es probable que esto ocurra. Al igual que en la mayor parte de los países, en Chile la gran mayoría del gasto se destina a prestaciones como pensiones y subsidios educativos que nadie –ni siquiera Kast– quiere recortar. Y para aprobar una ley en el Congreso necesitará los votos de los políticos de la centroderecha, quienes en teoría favorecen una reducción del gasto, pero que en la práctica tienden a poner el grito en el cielo cada vez que los recortes afectan a sus electores.

Si Kast no reduce el gasto, no tendrá el margen fiscal necesario para bajar los impuestos a las empresas, como lo ha prometido y como lo esperan sus partidarios del mundo empresarial. Además, su insensata promesa de eliminar las contribuciones para la primera vivienda podría complicar aún más la situación fiscal.

La gran y más importante pregunta es si un Kast frustrado tratará de tomarse libertades con las libertades públicas y así debilitar los controles y equilibrios de la democracia liberal, tal como lo han hecho tantos líderes de extrema derecha, desde Jair Bolsonaro en Brasil hasta Nayib Bukele en El Salvador, y desde Viktor Orbán en Hungría hasta el mismo Trump.

A pesar de todos los defectos de su gobierno, Boric ha sido escrupulosamente democrático. Cuando la nueva constitución que él propugnaba fue derrotada en las urnas, Boric aceptó sin chistar el resultado. A diferencia de otros líderes latinoamericanos de izquierda, no ha vacilado en tildar al venezolano Nicolás Maduro de dictador ni en denunciar la criminal invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin.

¿Será Kast tan escrupulosamente democrático? Su afirmación que si el General Augusto Pinochet, el dictador de Chile desde 1973 a 1990, votaría por él si estuviera vivo, no es un buen augurio. Tampoco lo son los comentarios que hizo durante su campaña, sugiriendo que no necesitaba el Congreso para conseguir sus metas y que dictar decretos leyes sería suficiente, aunque posteriormente se retractó de estos comentarios.

Por otra parte, los partidos de centroderecha con los que tendrá que contar serán una fuerza pro moderación. En su discurso de la noche de la victoria Kast optó por un tono conciliador, prometiendo un gobierno de amplios acuerdos. ¿Mantendrá su palabra? ¿Será como Trump o como la templada Giorgia Meloni? Nadie lo sabe con certeza.

De una manera u otra, el triunfo de Kast tendrá consecuencias duraderas. Estas elecciones fueron una perfecta ilustración del aforismo de Yeats que “el centro no puede sostenerse”. La candidata de centroizquierda en la contienda, la muy competente Carolina Tohá, perdió ante Jara por un amplio margen en las primarias del bloque gobiernista. Y la candidata de la centroderecha, la muy competente Evelyn Matthei, llegó a las elecciones generales, pero terminó en el quinto lugar.

Al igual que los argentinos, los estadounidenses, los británicos y tantos otros, los chilenos no están de humor para respaldar al tipo de político que hace su trabajo sin alardes ni estridencias, no si está disponible algún populista beligerante, de esos que andan mostrando los colmillos.

Es probable que el centro político se reduzca aún más. Al unirse a Boric, el Socialismo Democrático salvó al gobierno, pero erosionó su propio capital político. Tal como lo aprendieron los liberal-demócratas británicos cuando formaron una coalición con los conservadores, el socio minoritario no recibe ningún reconocimiento por los logros del gobierno, pero carga con toda la culpa cuando se trata de sus errores.

Lo mismo ocurrirá ahora con las fuerzas de la centroderecha chilena. La oferta de unirse al gabinete de Kast resultará demasiado tentadora como para rechazarla. Si él se pasa de los límites del juego democrático, al principio no les quedará otra que mirar para el techo. Pero si persevera tendrán que levantar la voz, con las consecuentes desagradables rencillas políticas internas. Ninguno de estos escenarios le granjeará el amor del votante a la centroderecha.

Con los partidos tradicionales de centro muy disminuidos, el nuevo eje del Congreso será el Partido de la Gente de Franco Parisi, un ultra demagogo que terminó tercero en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Habiendo cedido a las tentaciones populistas en dos ciclos electorales sucesivos, los votantes cederán a su propio encanto en cuatro años más, espera Parisi.

O, habiendo aprendido en carne propia que ceder a la tentación solo produce resaca, tal vez los chilenos decidan votar a favor de un reformista aburrido. Esa es la esperanza que nunca se pierde. Copyright: Project Syndicate, 2025.

Traducción de Ana María Velasco

Andrés Velasco, exministro de Hacienda de Chile, es Decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics and Political Science.

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