La muerte de las ideologías partidistas

Opinión
/ 21 diciembre 2023

Motel Kamawa. Habitación número 210. En pleno acto pasional Rosibel le preguntó a Libidio: “¿Te gusta cómo te beso?”. “Sí”. “¿Te gusta cómo te acaricio?”. “Sí”. “¿Te gusta cómo te hago el amor?”. “Sí”. “¿Te casarás conmigo?”. “No cambies la conversación”... Las amigas de Susiflor quisieron saber: “¿Qué es de tu novio?”. “¡Joder! –se enojó ella-. ¡No puede una acostarse con un hombre sin que todos empiecen a decir que es tu novio!”... Salacio es un sujeto libidinoso, lúbrico, salaz. Alguien le hizo una pregunta: “¿Qué clase de brassiére te gusta en tu pareja?”. Respondió. “Me gustan los brassiéres estilo novelas de Balzac”. El otro se desconcertó: “¿Cómo son ésos?”. Explicó Salacio: “Con un gran contenido humano”. (Conservo en la memoria una honda frase del autor de “La comedia humana”: La fin es le retour de toutes choses à l’unite qui es Dieu. Al final todas las cosas volverán a la unidad, que es Dios. Traducción libre)... La veleta de la catedral, cansada de que la gente dijera: “Es una veleta” para calificar a quien es voluble y tornadizo, decidió un día volverse firme, constante. Ya no giró para indicar la dirección del viento; permaneció inconmovible, inmóvil. Pero como según las leyes de la física algo tiene que moverse cuando sopla el aire, entonces fue la catedral la que empezó a girar. Por regla general las puertas de las catedrales miran al poniente. De ese modo los fieles, al entrar, caminan hacia el punto por donde sale el Sol, antigua representación de Dios. Pues bien: la fachada de esta catedral ya no veía hacia un solo rumbo cardinal. A veces se orientaba hacia el oriente; luego, norteada, se dirigía al norte; en seguida una surada la hacía volverse en dirección del sur. Aquello fue algo inusitado, y sorprendió bastante a quienes eran fáciles para el asombro. Bien pronto el público empezó a decir en alusión a las personas veleidosas: “Es tornadizo como una catedral”... Algún buen escritor debería escribir un cuento con la trama que aquí he imaginado. Le cuadra el relato que el venezolano José A. Marín oyó de labios de su pequeña hija: “Había una vez un colorín colorado”. En la mala política, que es un cuento sin final –y sin principios-, hay muchos que se mueven hacia donde sopla el viento. Desde luego ya no hay ideologías. Babalucas le preguntó a un amigo: “¿Es cierto que Fulano de Tal está muerto?”. “Sí –confirmó el otro-. Muerto y sepultado”. “Caramba –se consternó Babalucas-. Entonces la cosa estuvo peor”. Muertas y sepultadas están igualmente las ideologías. Ningún partido conserva ya las ideas y programas que lo originaron. Ejemplo de esto son los priistas que de pronto dejaron de serlo para hacerse morenistas. Ahora están con Claudia Sheinbaum hasta la ignominia. A esa clase de políticos se les llamaba antes “pancistas”, cuando aún había más de 100 palabras en nuestro vocabulario. El término “pancista” significa acomodaticio, oportunista, y se aplica también a los que hacen de la política ocasión de medro personal. Desde luego, nadie espera que los políticos sean miembros de una santa cofradía, o novicias de convento en el caso de las mujeres, pero no cabe duda de que el olvido de la ética y de eso que antes se conocía como decencia acarrea graves daños a la comunidad. La política sería mejor si no la manejaran los políticos... Glafira fue a estudiar en la ciudad contra la voluntad de su padre, que temía los peligros que aguardan a las jóvenes en la urbe. Al día siguiente de su llegada Glafira le puso un mensaje a su mamá: “Ayer me matricularon”. “¡Ah! –exclamó el viejo-. ¡Ya sabía yo que algo malo le iba a suceder!””... FIN.

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