La primera generación funda una empresa exitosa y la segunda la funde, ¿quién fracasó?

Opinión
/ 21 agosto 2023

Suelo decir que las empresas familiares tienen bombas de tiempo que están escondidas. En la columna de este mes busco que visualicemos juntos una de esas bombas que detona cuando menos lo esperamos, pero cuando lo hace acaba con todo, con la empresa, sus activos y las personas a cargo de la misma.

Cuando un fundador o fundadora de una empresa familiar fallece de manera repentina y la siguiente generación toma el mando sin éxito, fundiendo el negocio en un corto plazo, se suceden una serie de hechos desafortunados que resultan en una espantosa etiqueta que marca a la segunda generación como los responsables del fracaso, quienes no pudieron o no supieron cómo continuar con el legado.

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Esa derrota los etiqueta ante la sociedad, ante los familiares, los empleados y los clientes, poniendo un peso sobre sus hombros que no podrán quitarse de encima, salvo que comprendan quiénes son los verdaderos responsables.

Ellos, quienes tuvieron que vivir la pérdida de un ser importante a nivel emocional y la ausencia de un líder al mismo tiempo, no son los verdaderos causantes del fracaso.

Cuando un fundador o fundadora fallece repentinamente y no pudo o no tuvo tiempo de traspasar el liderazgo, los herederos enfrentan un estado de incertidumbre y de dudas sobre si pueden o no continuar, mantener el rumbo y superar los desafíos que se presentan.

La falta de guía clara, diferente del traspaso planificado, puede dejar a los sucesores en un territorio desconocido, tomando decisiones difíciles y sin orientación. La dinámica cambia y la responsabilidad recae en los herederos, pero éstos no contaron con una preparación, y el fracaso por lo que no logran resolver no tiene nada que ver con ellos. Esa capacidad se fue con quien no pudo, no supo o no tuvo tiempo de transmitirla.

Es un momento muy sensible como para señalar a quien ya está ausente como el verdadero responsable. Sin embargo, es importante que tanto los y las líderes de empresas familiares, como las generaciones que siguen, sepan cuál es la clave para la continuidad del éxito, y para ello necesariamente hay que reconocer quién tiene la responsabilidad de transmitir un legado si lo que quiere es que esa empresa sea exitosa más allá de que esté al mando o no de la misma.

En un viaje a Nuevo León que realicé este año tuve la oportunidad de conocer un caso que resulta ejemplar para el tema en cuestión. Una funeraria local muy conocida cerró sus puertas unos meses después de que su dueño falleciera. Los familiares, empleados e incluso los clientes que ya habían abonado previamente por un servicio a futuro se vieron afectados por el cierre y la pérdida de ese líder.

Este caso muestra que fundar un negocio no garantiza el éxito en la siguiente generación, puesto que el liderazgo no es innato, sino que se cultiva con el tiempo. El fundador o fundadora no sólo crea la empresa, sino también líderes capaces de expandirla.

La muerte de la figura de liderazgo pone a prueba a los y las herederas, pero principalmente pone a prueba la habilidad del fundador o fundadora para prepararlos. La carencia de aptitudes en la segunda generación obliga a un buen líder a considerar un gerente externo.

El enfoque cambia de una figura heroica a una estrategia colaborativa y previsora, donde se busca asegurar la continuidad de la empresa sin depender exclusivamente de una sola persona.

Una analogía pertinente para entenderlo mejor es aquella que compara el manejo de un camión en condiciones climáticas adversas. El conocimiento y experiencia son vitales para sortear con éxito los desafíos del camino. Similarmente, el fundador o fundadora debe invertir en formar líderes capaces de enfrentar tormentas empresariales.

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En última instancia, la responsabilidad compartida entre el fundador y los herederos es esencial para asegurar una transición exitosa, y es que no se trata sólo de heredar una empresa, sino de heredar una visión, valores arraigados y un legado de resiliencia.

Por esta misma razón, promulgo el respeto ante aquella generación que enfrenta esta situación, que carga con una etiqueta que no le compete y que debe reconstruirse como personas y como empresarios. Han perdido una empresa, pero primero han perdido a un familiar.

Ellos tienen que saber que la continuidad trasciende las generaciones cuando se abraza con responsabilidad, compromiso y una visión conjunta de éxito duradero.

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