La ruta del nihilismo

Opinión
/ 12 junio 2022
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Federico Nietzsche marca “El Origen de la Tragedia” en el momento en el que el alma y el cuerpo toman rumbos distintos. Se refiere, por supuesto, a la idea que tenían los griegos sobre el cuerpo y el alma, particularmente Sócrates, enseñanzas que recogerá Platón y que luego Agustín de Hipona colocará como base de la interpretación cristiana, con aquello de que “el cuerpo es la cárcel del alma”.

Sin duda, el maestro de la sospecha tiene toda la razón, el cuerpo es un todo. No llevemos esta reflexión a otro escenario. Hablar de que el cuerpo es a lo material, lo que el alma es a lo espiritual, es un tema ocioso y descontextualizado que no hemos sabido resolver, aunque el hilemorfismo sigue presente en las estructuras religiosas y de pensamiento.

El tema de los cuerpos es un
asunto holístico y eso no lo hemos entendido, por eso lo boyante de la violencia en todas sus formas. Lo escrito por los grandes autores, aunque muchos crean que las costumbres producen y reproducen la práctica constante de las diferentes acciones que realizamos los seres humanos, fueron el soporte de lo que hoy representa la interminable tragedia humana; donde las guerras, el despliegue de poder, el acaparamiento de la riqueza en unas cuantas manos y el sometimiento sistemático del otro y de la naturaleza han sido los temas cotidianos en todas las épocas a la fecha.

¿Qué sentido tiene la vida humana? ¿Por qué y para qué vivimos? ¿Quién soy? Entre otras preguntas que hemos llamado existenciales, son interrogantes que en la práctica no hemos resuelto.

Lo que hemos hecho los seres humanos en distintas épocas da cuenta de que no sabemos a la fecha hacia dónde marca la brújula. La insatisfacción, la desesperanza, el desánimo, pero sobre todo el colocar la meta del sentido de la vida humana en la fama, el prestigio, el poder y la riqueza ha traído los grandes costos, que ahora nos cobra la vida en sociedad y el entorno natural que hemos complicado, agotado y degradado.

Habrá quienes le hayan encontrado el modo al por qué y al para qué vivimos, pero indudablemente son unos cuantos, y esos poco o nada influyen en la forma en cómo gira el planeta. Primero el modernismo, luego el fordismo y la llamada producción en serie, base del capitalismo salvaje, pusieron los bloques que hoy conforman el edificio de la época en la que vivimos, el postmodernismo, que tiene como práctica cotidiana el nihilismo. Aquí nos encontramos, en este episodio de la vida humana que se traduce como “sin sentido de vida” a la que Zygmunt Bauman llama “la sociedad líquida”.

El final de las grandes narrativas, como lo afirma Jean-François
Lyotard en su obra maestra “La Condición Postmoderna”, en concreto los grandes dogmas cristianos, la ilustración con la primacía de la razón y el sueño de la igualdad para todos bajo la emancipación de la pobreza que posibilitaría la distribución de la riqueza en el marco del libre mercado, llegaron a su fin y por estos días carecemos de rumbo, obnubilados sólo por las nuevas teorías del éxito que en muchos sólo generan decepción.

Otra vez, ¿qué sentido tiene la vida humana? Muchos no lo sabemos. La violencia generalizada, la crisis medioambiental, el tráfico de niños, de blancas, de drogas, de lo que quiera; la búsqueda del poder político y económico, por el sólo hecho de poseerlo, y otras tantas más taras sociales dan cuenta de que no sabemos qué queremos como sociedad y hacia dónde vamos.

Sin sentido, rechazo de principios que le dan rumbo a la vida, indiferencia ante las diferentes formas de creer y a veces hasta de vivir, no tener referencia a modelos de vida buena y que dan origen a la duda y a la desorientación, donde la intuición y el sentido de supervivencia no importa cómo y no importa quien, opera. Las grandes verdades pasaron a mejor vida, eso es el nihilismo.

Porque nos parece raro que muchas personas no saben a dónde van y no saben qué hacer con la gracia de la vida que poseemos, si los medios en general –cine, radio, televisión, prensa e internet– y la cultura nos lo proponen como un modelo de vida actual. Se banalizó el mal, se estableció la cultura del éxito basada en el “cuánto tienes, cuánto vales”, se instrumentalizó al otro y se ponderó al dinero por encima de todo.
¿Y todavía nos parece raro que vivamos en una sociedad con tales características?

Les recuerdo, los niños y los adolescentes no tienen otra referencia más que la del mundo de los adultos. Desafortunadamente cosechamos lo que sembramos.

Si nosotros deambulamos por la banalidad y la indolencia con respecto a nosotros y a los otros, si no tenemos una idea clara de la importancia de la vida humana, si nuestros valores se centran sólo en lo constante y en lo sonante, si siempre tomamos las peores decisiones, si nuestro lenguaje es soez y agresivo, si no sabemos porque y para qué vivimos; acabemos de entender, nuestros niños y adolescentes son un reflejo de lo que somos sus padres y de la misma manera que nosotros seguirán la ruta del sin sentido. La ola de suicidios que experimentamos desde hace rato en Saltillo tiene como base el nihilismo del que aquí hemos hablado. Así las cosas.

fjesusb@tec.mx

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