La #SonrisaAiDH: el poder ser feliz

Opinión
/ 18 mayo 2023
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La sociedad democrática es un ideal que se ha construido, a lo largo de la historia, para asegurar los fines de una comunidad libre, igualitaria y fraterna.

En cada lugar las personas luchan siempre contra el abuso del poder. Se pretende alcanzar la autonomía, individual y colectiva, que nos permita decidir nuestro futuro a partir de una deliberación genuina de nuestros intereses, ideologías, valores y fines.

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Las personas no sólo vamos por el camino de la vida cometiendo los siete pecados capitales. También asumimos decisiones que pretenden alcanzar las mejores virtudes porque queremos ser felices. La caricatura de los Pitufos es una buena explicación de esta idea.

Las personas, en efecto, podemos escenificar la tentación de los duendes azules. En ocasiones podemos ser como Filósofo que representa la soberbia, o Glotón por la gula, o Gruñón que siempre está muerto de envidia, o Pitufina que puede representar la lujuria, o Perezoso que representa el abandono a lo que se debe hacer, y Fortachón que es el rey de la codicia.

Es más, podemos ir por el bosque de la vida enfrentando a Gargamel y su gato Azrael, dos demonios que siempre pretenderán acechar nuestra felicidad. Pero al final depende de nosotros si queremos construir nuestra suerte del destino con lo que cada quien aspira para ser feliz.

El poder decidir lo que uno quiere es, quizás, el mejor punto de partida para que las personas tengamos un estado de ánimo que nos permita sentirnos plenos o satisfechos con lo que hacemos, logramos o buscamos. En la medida en que logramos mejores condiciones para disfrutar lo que tenemos, es mayor la oportunidad para poder ser felices.

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La felicidad, sin embargo, tiene diferentes concepciones que se han desarrollado para organizar a una comunidad que pueda asegurar el Estado de bienestar. Hay diferentes tradiciones de la felicidad (norteamericanas, latinas, europeas, asiáticas, etcétera) para concebir −individual o solidariamente− el derecho a una vida digna. Existe, por tanto, un mínimo de bienestar que el Estado debe asegurar: salud, educación, trabajo, alimentación, etcétera.

Pero el Estado, ¿es responsable de nuestra felicidad? Yo siempre he pensado que cada quien es el timón de su barco. Podemos tener ciertas situaciones inexplicables que nos guían a determinados caminos, pero la libertad nos permite elegir lo que queremos, es decir, tenemos autonomía moral para desarrollarnos libremente para alcanzar nuestros fines.

En lo personal, yo quise siempre construir un espacio universitario que permitiera una nueva generación de juristas comprometidos con los derechos humanos. Siempre he pensado que una buena educación jurídica es una garantía de la justicia.

La Academia IDH tiene esa finalidad: generar mejores condiciones de formación jurídica para influir en una mejor respuesta del Estado y la Sociedad, para enfrentar los retos y desafíos de la agenda de los derechos humanos en nuestra comunidad.

DON ISMAEL

Hace tiempo fui a dar clase a la AIDH. A don Ismael me lo encontré a la salida. A lo largo caminamos y veíamos junto al edificio morado que está por concluir su primera etapa en los próximos meses.

- Don Isma, me dijo: ¿qué se siente haber fundado esta institución y ver que las cosas se hacen realidad?

- Le dije: me da gusto que usted y muchos más trabajen aquí. Me da gusto que tengan una gran oportunidad para transformar nuestra comunidad.

- En broma y serio le dije: mire, a mí, tarde o temprano, me van a echar de aquí porque no me van a aguantar. Hay que saber retirarse con tiempo y yo ya lo debo empezar a hacer.

- Se rio y me dijo: no creo que aquí le quieran hacer daño, hay muchos que aquí lo queremos mucho. Aquí sólo lo respetamos y queremos.

En ese momento llegaron por mí. Me retiré. Al despedirme de don Isma sólo vi un rostro de felicidad: está muy contento de trabajar allí.

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FELICIDAD Y RIQUEZA

Una anécdota final. Ese rostro de don Ismael fue muy diferente cuando a él le prometí, junto con otras personas, que se iba a trabajar a la AiDH cuando era director.

Había mucha tristeza en él cuando se hizo el parto. Don Ismael siempre creyó en nosotros. Se esperó. Se aguantó. Y nos ayudó siempre. Por eso la academia tiene un gran futuro con él y con todos los que creen en esta institución, la gran escuela de los derechos humanos.

Al final, su rostro cambió. Yo sólo cambié el lugar donde daré clases de Derecho como docente universitario. Eso quizás es lo que me anima a seguir ayudando a mi escuela: que muchas personas cambien su rostro para ser felices con un buen lugar de trabajo que asegura oportunidades a los jóvenes. Espero que sigan así.

Mientras sonreímos, debemos tener claro la razón de toda riqueza. ¡Qué pobre la gente que se queja de todo lo que tiene! Tan sencillo que es aceptar lo poco que tienes... con poco y cuidándolo mucho, lo poco que tienes, te hace muy rico... y lo que no tienes, pues ni te preocupes por tenerlo porque eso no te corresponde...

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