La última casa

Opinión
/ 20 febrero 2024

El entusiasmo y la persistencia son dos cualidades fundamentales que, cuando se cultivan y se combinan de manera efectiva, pueden ser poderosas herramientas para alcanzar el éxito en cualquier actividad humana. Estas dos características no solo están interconectadas, sino que también se complementan entre sí, creando una sinergia que impulsa el rendimiento y fomenta el crecimiento personal.

El entusiasmo es la chispa inicial que enciende el fuego del progreso personal. Es esa emoción intensa y contagiosa que sentimos cuando nos involucramos en algo que nos apasiona. El entusiasmo nos impulsa a actuar, nos llena de energía y nos motiva a perseguir nuestros sueños con determinación y fervor. Cuando estamos entusiasmados con un proyecto o una meta, somos más propensos a dedicar tiempo y esfuerzo a su consecución, superando obstáculos con una actitud positiva y proactiva.

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Sin embargo, el entusiasmo por sí solo puede ser efímero. Puede desvanecerse rápidamente cuando nos enfrentamos a desafíos o contratiempos, dejándonos desanimados y desmotivados. Es aquí donde entra en juego la persistencia, esa capacidad de mantenerse firme en la consecución de un objetivo a pesar de los obstáculos y dificultades que puedan surgir en el camino.

Cuando combinamos el entusiasmo, la persistencia y el amor a la vida, creamos una sinergia poderosa que nos impulsa hacia el crecimiento personal. Nos brinda la motivación y la fuerza interior necesarias para superar desafíos, perseguir nuestros sueños y encontrar significado en nuestro camino.

DIFERENTE

Es fácil abandonar los sueños y los proyectos que nos proponemos emprender; es cómodo justificar el desaliento. Abunda el impulso a la queja. Nuestro lenguaje ha sido secuestrado por palabras y signos que manifiestan dificultad, peligro, confusión y vacíos. Los rostros acartonados pregonan miedos y tragedias.

Es común decir que vivimos tiempos difíciles. Afirmación que, para mucha gente, se ha convertido en un paradigma y bandera de vida. Esta creencia convoca a vivir menos felices de lo que verdaderamente podríamos ser, porque nos empuja a contar lo que no tenemos o lo ya perdido, en lugar de saber enumerar lo que tenemos, las realidades y circunstancias que son motivos de alegría.

Es claro: pensar en términos de dificultad, obscurece los anhelos y obstaculizan el logro de proyectos. Sería prudente cambiar la manera de percibir y hacer la existencia. En lugar de creer que vivimos tiempos “difíciles”, sería más apropiado pensar que estamos inmersos en una época diferente a la previa, en donde los cambios son continuos, inciertos y rápidos y que, ante esta incertidumbre, tenemos que estar alertas para evitar que el miedo y el desánimo, sutilmente, nos carcoman el alma.

Insisto, en lugar de “estar convencidos” que las realidades que se presentan son difíciles y complicadas, hay que aceptarlas como “distintas” a las acostumbradas, a las de antes, y entonces inciar una cruzada personal: actualizarnos todos los días, pensando que, a pesar de los pesares, siempre lo mejor está por venir.

HABÍA...

En las siguientes líneas comparto una historia anónima que puede asemejarse con infinidad de realidades de la existencia: “Había una vez un viejo carpintero que, cansado ya de tanto trabajar, abrumado de los tiempos difíciles y por las exigencias físicas que le reclamaba su trabajo decidió optar por el retiro. Así se lo comunicó a su jefe, quien lo apreciaba porque había sido su empleado durante mucho tiempo destacando siempre por su empeño y eficiencia.

Al contratista, aún cuando últimamente había notado cierto desánimo en el carpintero, le entristeció mucho la noticia de que su mejor trabajador se retiraría y le pidió un favor: construir una última casa antes de retirarse.

El carpintero aceptó la proposición del jefe y empezó la construcción de la casa, pero a medida que pasaba el tiempo, se dio cuenta de que su corazón no estaba de lleno en el trabajo, se percató que las dificultades de las nuevas realidades le abrumaban, entonces decidió abandonarse en el desencanto, en el tedio y desesperanza.

Arrepentido de haberle dicho que sí a su jefe, el carpintero ya no se esforzó al máximo, disminuyó considerablemente la dedicación que siempre ponía cuando construía una casa y entonces la edificó con materiales de calidad inferior y trabajo mediocre. Esa era, según él, una manera muy desafortunada de terminar una excelente carrera, la cual le había dedicado la mayor parte de su vida, pero aún así claudicó a ser un profesional.

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Cuando el carpintero terminó el trabajo, el contratista vino a inspeccionar la casa. Al terminar el reconocimiento éste le dio la llave de la casa al carpintero y le dijo: “esta es tu casa, mi regalo para ti y tu familia por tanto años de buen servicio”.

El carpintero sintió que un mundo se derrumbaba en su interior. Inmensa fue la vergüenza que sintió al recibir la llave de la casa, de “su casa”. Inmenso su arrepentimiento. Y luego pensó “si tan solo hubiese sabido que estaba construyendo mi propia casa, lo hubiese hecho todo de manera diferente, sencillamente como antes lo hacía”. Pero comprender tarde es como jamás haber comprendido.

IRRECUPERABLE

Esta historia nos insta a mantenernos comprometidos y dedicados en nuestro trabajo, a valorar cada tarea que realizamos y a reflexionar sobre nuestras acciones para evitar el arrepentimiento en el futuro. Nos recuerda que cada acción que tomamos puede tener un impacto significativo en nuestras vidas, incluso si no lo entendemos completamente en el momento.

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Bien dice Martín Descalzo “no hay que vivir mirando las sombras y menos asustándonos de ellas. Lo que cuenta es enfilar nuestra cara al sol, a nuestro deber, a nuestra tarea de mañana. Y no apartar de ahí un centésimo nuestra vista. Pero hay avaros de sus malas acciones, que cuentan y recuentan como las monedas de los prestamistas”, esto me hace pensar que somos celosos contadores de lo que no tenemos, pero pobres administradores de las gracias que gratuitamente nos regala Dios.

Requerimos buscar la sabiduría que la vida nos brinda cotidianamente, para así construirla sabiamente, especialmente en las épocas y momentos que intentan desarraigarnos de lo mejor que somos y de los afectos que tenemos; es necesario apegarnos confiadamente a los dones que, sin costo, hemos recibido de Dios, sabiendo que “a la vida le resta el espacio de una grieta para renacer”.

Necesitamos pensar con rigor, emprender sin temor, mirar hacia arriba, fortalecernos en lo intelectual, espiritual, religioso y, sobre todo, forjar la voluntad para hacer de los obstáculos nuevos caminos, sabiendo que la vida es dura y sinuosa, pero que quizá el dolor sea imprescindible para purificarnos, para hacernos inquebrantables en la edificación de nuestro particular sentido de vida.

VARA Y CAYADO

Insisto, no creo en los tiempos difíciles, más bien sería conveniente reflexionar si acaso no tenemos la fe enferma; más bien, sería bueno saber si acaso confiamos verdaderamente en Dios; si acaso no hemos extraviado su vara y su cayado.

Las actitudes son las que determinan el resultado y no las circunstancias en las cuales nos ha tocado vivir. Saber que mucho somos lo que pensamos, que mucho lo determina nuestra libertad de elegir, me lleva, inevitablemente, a considerar una grave advertencia: ¡cuidado, no vaya a ser que lo que hoy construimos, luego sea el hogar donde nuestra alma, por siempre, vaya a morar! ¡Cuidado, no vaya a ser que lo que no hacemos bien hoy, nos conduzca a una inmensa vergüenza, a un terrible arrepentimiento, tal como le sucedió a ese carpintero que se abandonó en la estupidez e insensatez!

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Aprendamos a admirar la vida en toda su complejidad y diversidad, reconociendo su fragilidad y efímera naturaleza. Cada día, la vida nos brinda innumerables regalos: desde pequeños momentos de felicidad y alegría hasta grandes logros y experiencias significativas. Debemos ser conscientes de estos regalos y estar agradecidos por ellos, valorando cada instante como una oportunidad única para crecer, amar y aprender.

Admirar la vida no solo implica reconocer y agradecer lo que nos ofrece cada día, sino también aceptar las pérdidas y los desafíos como parte integral de la experiencia humana.

Admirar la vida significa construir con entusiasmo y persistencia la última casa como si fuese la primera.

cgutierrez@tec.mx

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