Actos de amor: los que hacen la diferencia

Opinión
/ 30 enero 2024

Vivimos en una época colmada de tecnología y avances que nos facilitan la existencia, pero también en tiempos en donde la comunicación “cara a cara” escasea; en donde la rapidez continuamente erosiona las conexiones interpersonales y los pequeños gestos de generosidad y consideración hacia las demás personas.

Me refiero a esos actos de amor que trascienden las barreras de la tecnología y el frenesí de la vida moderna. A esos momentos simples pero profundos en los que nos detenemos para escuchar a un amigo que necesita desahogarse; cuando tomamos la mano de un ser querido que está pasando por un momento difícil; o cuando dedicamos tiempo a ayudar a alguien sin esperar nada a cambio.

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Existimos en una era donde la comunicación se ha reducido a mensajes breves y emojis, donde la velocidad a menudo prima sobre la calidad de las interacciones humanas y, por tanto, los escasos gestos de generosidad y consideración adquieren mayor relevancia.

HISTORIAS CRUZADAS

Los lectores que atienden estos escritos semanales saben bien que me deleita referir a Martín Descalzo, escritor español de profunda reflexión, pero sobre todo de inmensa sencillez y sabiduría.

En esta ocasión, comparto un pasaje en el cual este autor describe en uno de sus escritos una experiencia que tuvo Rosario Bofill, mujer pionera en el periodismo religioso: “Un día cuando sus hijas eran ya mayorcitas, quiso comprobar que había quedado de su educación en los años infantiles”. Durante ellos, Rosario se había esforzado por meter en las cabecitas de sus hijas algunas frases que esperaba fueran, para ellas, fundamentales. Palabras como “gracias” o “perdón” se las repitió tercamente en aquellos años, confiado en que quedaran impresas en la blanda cera de sus almas infantiles. Pero cuando quiso comprobar que había quedado de todos aquellos consejos, comprobó que sus hijas no recordaban ni una sola de aquellas frases que ella esperaba que fueran decisivas.

De pronto una de las hijas le dijo: “Lo que yo sí recuerdo muy bien son los calcetines”. Ahora la sorprendida fue la madre. “¿Qué pasaba con los calcetines?”. La pequeña le explicó: “Tú venías por la mañana a despertarnos. Nosotras estábamos aún llenas de sueño y pereza y sacábamos sólo un pie entre las sábanas. Entonces tú nos ponías un calcetín. Luego sacábamos el otro pie y nos ponías el otro mientras íbamos despertando. De eso sí tenemos un buen recuerdo”.

La madre se quedó pensando que las palabras eran solo palabras y se las llevaba el viento. Y que, en cambio, un gesto de amor queda para siempre.”

ABRIGO

Por otro lado, en un segmento del libro “Aprendiendo a decir adiós” del rabino Marcelo Rittner comenta: “Un viajero en Jerusalén se encontró con un anciano. El visitante quedó conmovido por la gentileza y la calidez del viejo. Le preguntó a qué se debía que fuera tan amigable.

-¿De dónde sacó usted su calidez?

“Una pregunta compleja, pero el anciano tenía una respuesta. Contó que tenía siete años cuando abandonó Polonia y el Shabat antes de su partida, su padre lo llevó con el rabino para recibir una bendición. Pasaron la noche en su casa y acomodaron al niño para que durmiera en el estudio del rabino.

“El aire era tan puro, los libros tan sagrados y estaba tan emocionado, que no podía conciliar el sueño. A medianoche escuchó un sonido, así que se hizo el dormido. Era el rabino, quien entró a la habitación, lo observó y dijo en un susurro: -Qué criatura tan dulce.

“Luego el rabino pensó que tal vez tendría frío, así que se quitó su abrigo y lo colocó con suavidad sobre el niño.

“El anciano se volvió hacia el viajero y concluyó: Ya casi tengo 80 años. Esto sucedió hace 73 años y aún conservo el calor de ese abrigo.

“Esto, en una frase, es de lo que se trata la memoria: rescatar recuerdos, porque en algún momento de nuestra vida alguien a quien amábamos nos cubrió con su abrigo. Ese acto nos transmitió algo de su espíritu; nos dio el toque de su amor. No importa hace cuánto tiempo haya sido. De esos abrigos, aún conservamos el calor”.

ENSEÑANZAS

La primera narración nos recuerda que las acciones hablan más fuerte que las palabras y que los pequeños actos de bondad y ternura pueden tener un impacto profundo y perdurable en las vidas de los demás. Nos enseña a valorar y apreciar los gestos de amor y cuidado que recibimos de nuestros seres queridos, ya que son estos gestos los que realmente construyen conexiones significativas y duraderas.

Por su parte, la historia del rabino Marcelo Rittner simboliza la importancia de los actos de bondad y amor que recibimos a lo largo de nuestras vidas. El gesto simple pero significativo del rabino al cubrir al niño con su abrigo no solo proporcionó calor físico, sino que también dejó una huella indeleble en el corazón del pequeño.

Este acto de generosidad y cuidado perduró a lo largo del tiempo, recordándole al anciano la conexión humana y el amor que recibió en su infancia, incluso décadas después de que ocurriera.

LO VIVIDO, NO LO DICHO

Es cierto: conservamos lo vivido, no lo dicho, no lo escuchado.

Es verdad: los recuerdos que nos reviven, que nos estrujan para rescatarnos del letargo y la monotonía refieren experiencias breves de vida, testimonios constantemente dados o sencillamente encuentros aislados, no aquellos que se derivan de las palabras pronunciadas antaño que huyeron con el viento o con el tiempo o, precisamente, en el mismísimo momento en que fueron pronunciadas.

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Lo profundamente vivido, son esos actos sencillos, los que aparentemente no se notan, los imperceptibles, pero los que son capaces de anclarse para siempre en el corazón; me refiero a esos que se fabrican suavemente; a esos actos humildes de amor, de generosidad y en ocasiones inclusive de misericordia.

Es verdad: en un acto simple y sencillo se puede vivir toda una vida, para luego recordarlo toda una vida.

Son los pequeños actos de desprendimiento son los que hacen el fluir la existencia; son esas acciones desinteresadas las que suelen cambiar el curso de la vida de las personas; son los encuentros, posiblemente providenciales, que recibimos sin esperarlos, ni merecerlos los que nos alimentan, iluminan y alientan para continuar la marcha.

Es la compañía silenciosa del otro, del prójimo, lo que hace presencia en los momentos oscuros, en los tiempos tormentosos, lo que sustentan los recuerdos perennes. Son las palabras que brotan sinceras del corazón ardiente, que tienen la única intención de aminorar la pena y el sufrimiento del prójimo, las que encienden el corazón de gratitud.

GENEROSIDAD SILENCIOSA

Hago alusión a esos actos de dar y ayudar que se realizan sin esperar reconocimiento o recompensa, que se llevan a cabo discretamente, sin llamar la atención, los que verdaderamente representan la sustancia del ser humano en toda la extensión de la palabra.

Estos actos van desde pequeñas acciones cotidianas hasta gestos significativos y que tienen un impacto profundo en la vida de otra persona.

Esta generosidad es especialmente valiosa porque se origina en el lugar donde reside la compasión y la empatía, pues el corazón no busca gratificación o reconocimiento público, sino hacer algo bueno simplemente porque es lo correcto.

Estos actos suelen ser silenciosos y pueden manifestarse de diversas formas, como ayudar a alguien en dificultades, brindar apoyo emocional a quien lo necesite, donar de forma anónima, o incluso sencillamente estar presente para escuchar a alguien en momentos difíciles. Lo importante es que provienen del corazón en donde se fragua el amor, la misericordia y la compasión.

Estos actos conscientes representan la esencia misma que nos hace humanos, y nos recuerdan la importancia de conectarnos verdaderamente con las demás personas para compartir alegrías, vulnerabilidades y penas.

AUTENTICIDAD

Estas acciones no son efímeras, ni se las lleva el viento; por el contrario, se convierten en un cálido abrigo que resguarda para siempre a las personas que las reciben.

En un mundo que camina a pasos agigantados hacia la virtualidad y, paradójicamente, hacia una creciente ausencia de conexiones humanas genuinas y significativas, estas breves manifestaciones de amor son invaluables y, al vincularnos con nuestra propia esencia personal y con el significado de nuestra naturaleza humana, de paso, nos brindan momentos para experimentar motivos de felicidad auténtica, esa que se obtiene, exclusivamente, cuando se da sin intentar recibir nada a cambio.

cgutierrez@tec.mx

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