La voz de los valientes... Recordando a Sinéad O’Connor
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A propósito del fallecimiento de Sinéad O’Connor, me permito revivir un texto de abril de 2016:
Todavía sobre el aún reciente fallecimiento del cantautor y virtuoso Prince, recordé necesariamente su canción que más me puede. No, no es el “Bat-Dance”, hablo de la entrañable “Nothing Compares 2 U” (“Nada se te Compara”), que dolorosamente canta sobre el hastío en que se convierte la vida para quien ha perdido a su amor.
Dicha canción no se hizo célebre en voz de su autor, sino que fue el vehículo con que se hiciera mundialmente famosa la irlandesa Sinéad O’Connor (49*).
* En 2016
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Sinéad O’Connor era para mí en aquel entonces (hablamos de 1990) sólo una molestia intermitente, una cabeza rapada que de tanto en tanto venía a cortar con su lamento la racha de videos divertidos en MTV (esos videos de rock ejecutados por puros chavos caucásicos, guapetones con crepé, que hablaban de puras cosas profundas: fiesta, desmadre, chicas y ganas de pasársela “de lo más mejor”).
¿Por qué un video tan soso y una canción tan melancólica y “aburrida” llegaron al primer lugar dentro de aquel contexto? Jamás lo sabré... a lo mejor ya era lo que el mundo necesitaba, pero en nuestra prolongada borrachera de los sentidos no nos dábamos cuenta.
Es el caso que, gozando de esta fama transitoria, Sinéad fue por necesidad invitada a Saturday Night Live (SNL, el mejor programa de entretenimiento de la tele gringa desde hace cuatro décadas).
Allí, la peloncita tuvo la ocurrencia de cantar en alusión a los abusos contra menores por parte de la Iglesia y, en una estrofa crítica, romper una foto del amadísimo y hoy milagrosísimo santo Papa Juan Pablo II.
“Maldad” (“evil”), cantó y mostró la foto; la hizo cachitos y diciendo “fight the real enemy”, los arrojó a la cámara. El público en vivo y la teleaudiencia sufrieron un soponcio en masa.
Incluso a mí, que por aquel entonces tenía unos 20 añitos, me pareció un recurso facilote para ganar notoriedad y estar en boca de todos. Y aun al día de hoy sería una manera de explicarlo, pero en todo caso la cantante pagó un precio muy alto por aquel numerito.
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Los Estados Unidos, tan defensores ellos de la libertad y de la democracia enloquecieron. Luego de saturar con llamadas de indignación a la televisora, vetaron la música de Sinéad en numerosas radiodifusoras y no había escenario donde no fuera abucheada, incluso en ciudades progres como N.Y. (¡mira que meterse con Juan Pablo, tan bueno él!).
A casi un cuarto de siglo de aquel episodio, lo de menos es romper una foto del Papa (del que sea) o mejor aún, convertirla en meme y hacer del máximo jerarca de la iglesia un chiste viral por pura diversión. Lo peor que puede pasar es que los ciberbeatos nos envíen unas cuantas mentadas de madre que, siendo virtuales, pos no cuentan.
Sin embargo, Sinéad O’Connor rompió aquella foto asumiéndose como víctima del abuso y acusando al alto clero de encubrir sistemáticamente los crímenes de sus ministros.
Es decir, la cantante tuvo los tamaños de destruir públicamente un símbolo en protesta contra una injusticia, ¿y qué recibió a cambio? Críticas, escarnio, desprecio y destierro (curiosamente, igual que los mártires de la Iglesia, incluyendo al mismísimo “Yisus H. Cráist”).
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Hoy día, sin embargo, lo único que contribuye a que estos abusos sean reconocidos (imposible hablar de resarcirlos y en alguna medida evitados) es el despojar a la Iglesia de su manto de divinidad y tratarla como cualquier institución terrenal, una que tiene forzosamente que rendir puntuales cuentas sobre su proceder y ello es gracias a que sus símbolos fueron desmitificados.
En estos tiempos, decía, es muy fácil indignarse y expresarse contra esos terribles pecados, manifestar inconformidad y jugar al iconoclasta haciendo alarde de valor. Pero hace dos −casi tres− décadas te podía valer el repudio mundial, el fin de tu carrera y la destrucción de tu vida.
A lo que voy con todo esto es a que ser valiente no significa hacer lo mismo que los valientes hacen (y menos a 20 años de distancia). Cuenta mucho el tiempo, hacerlo en el momento oportuno y necesario, ser el primero en decir “yo no” cuando nadie se haya pronunciado aún.
La vida de Sinéad, de por sí errática, no dejó jamás de ser caótica: hace relativamente poco intentó suicidarse lo que, según mi entender, es un desesperado grito de auxilio. Es probable que ningún “millennial” la recuerde.
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Recientemente hasta vimos cómo se premiaba con un Oscar a una película que ahonda en ese peliagudo tema, el más oscuro de la agenda eclesiástica y, todos contentos, nos congratulamos de militar en el lado correcto de las causas.
Pero hubo una voz que se alzó sola, sin que ninguna otra se le uniera para formar coro y a la que se le pagó su gesto con desprecio. Pues esa es, ni más ni menos, la genuina voz de los valientes.
La próxima vez que esté indeciso recuerde, ya después es demasiado tarde: el valor no es sólo actuar, sino hacerlo ya, antes de que otros tomen la iniciativa, ya sea por imitación y amparados en la muchedumbre. El valeroso no se espera a ver si otros coinciden con su opinión. El valeroso dice lo que tenga que decir y asume el costo que ello tenga. ¡Piénselo!