Emmett Till y Aitana; los rostros de la injusticia
Otra de las muchas razones por las cuales mi decepción por la Academia de Ciencias y Artes Cinematográficas pasó del simple desdén al más militante aborrecimiento es su empeño en reconocer obras “incluyentes” mientras ignora las que tratan de mostrar la verdadera cara de la lucha por la reivindicación de las minorías.
La Academia pondera siempre un melodrama edulcorado, con final optimista y mensaje positivo por encima de un drama honesto que exponga con toda su crudeza las causas y a los responsables de la opresión.
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Una de esas obras comprometidas, originales y despiadadamente honestas es “Till” (Chinonye Chukwu, 2022), un drama del año pasado que para sorpresa de nadie fue olímpicamente soslayado por el Oscar.
¿De qué va “Till”?
Era el verano de 1955 y Mamie Elizabeth Till despidió a su hijo Emmett quien pasaría las vacaciones con sus primos en un pueblo de Mississippi.
Originario de Chicago, Illinois, donde estaban asentados, Emmett, de 14 años, era bastante más despierto, extrovertido y desenfadado que los jóvenes provincianos del sur, y su madre le hizo toda clase de advertencias a este respecto antes de dejarlo partir.
En realidad lo que Mamie quería prevenirle era que le esperaba una realidad muy distinta a la de la ciudad, una sociedad racista y segregacionista, profundamente resentida desde la Guerra Civil y que tenía que andarse con mucho cuidado con la descendencia de los antiguos esclavistas.
Mamie no volvió a ver a su hijo, no con vida.
Sucedió que al tercer día de instalado con sus familiares, los jóvenes primos pasaron por bebidas y golosinas a la pequeña tienda local Bryant’s Grocery & Meat Market.
Las distintas versiones de lo que ocurrió en la tienda han variado desde entonces y resultan hasta contradictorias, pero ninguna justifica lo que a partir de allí se suscitó.
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La dependiente de la tienda acusó al joven de haberle silbado de manera lasciva, otros testimonios relatan que Emmett se atrevió a llamarla “babe”, a hacerle insinuaciones y a tomarla de la mano, aunque hay quienes aseguran que Emmett sólo hizo sus compras, pagó y se retiró sin ningún tipo de interacción.
Lo cierto es que a las pocas horas, en medio de la noche, el marido de la dependiente, su medio hermano y otros hombres todos blancos se apersonaron en la casa donde Emmett pernoctaba y lo secuestraron para golpearlo hasta casi matarlo y finalmente ejecutarlo de un tiro en la cabeza.
Arrojaron luego su cuerpo al río Tallahatchie donde fue encontrado un par de días después.
Cuando sus restos fueron recuperados, el cuerpo de Emmett estaba en tan deplorable estado que era sencillamente insoportable a la vista, su aspecto era indigno de su memoria y de su condición humana.
Mamie había despedido a un hermoso muchacho, simpático y bromista con toda una vida por delante y le habían devuelto un monstruoso despojo irreconocible. Los golpes, el agua del río y la descomposición le habían negado a su madre un último vistazo a su amado hijo.
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Pero, contrario a lo que cualquiera hubiera podido anticipar, Mamie pidió −exigió más bien− que los funerales se llevasen a cabo con el ataúd abierto.
¿Por qué? Bueno, es obvio, ¿no?
Mamie Till deseaba que la repulsiva imagen se grabara en la memoria de todos, tanto en las víctimas del racismo para que alimentara su indignación, como en la mente de los responsables para que su culpa tuviera ahora un rostro del cual horrorizarse.
Sólo por redondear la historia, porque es lo anterior lo que realmente me interesa, sepa que los asesinos fueron llevados a juicio, pero un jurado compuesto de pura gente blanca los absolvió, desde luego. Mamie Till dedicó el resto de su vida al activismo y murió en 2003. La ley contra los linchamientos que promovió a raíz del asesinato de su hijo fue recién aprobada apenas por el presidente Joe Biden como Ley Emmett Till.
Luego de la tragedia acaecida hace unos días en la clínica del IMSS de Playa del Carmen, Quintana Roo, en la que una niña perdió la vida de manera horrenda −triturada por un elevador−, trascendió que el origen de la falla había sido, como era de suponerse, la falta de adecuado mantenimiento y éste a su vez obedecía al manejo sospechoso de recursos y a las adjudicaciones directas a empresas fantasmas a las que tan proclive es la presente administración federal. Es decir, la mató la corrupción de este sexenio, sin más.
Algunas imágenes de los hórridos momentos en que la menor perdió la vida de una manera tan absurda llegaron a internet; son imágenes fuertes, pero no lo bastante para que el algoritmo de las redes sociales las prohibiera, si bien las consintió bajo advertencia de ser material sensible.
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Publicarlas fue para muchos la manera de desahogar un poco su rabia y su indignación hacia un gobierno que prometió acabar con la corrupción y que habría evitado este deceso atroz si tan sólo se hubiera esforzado un poco en este sentido.
Y no faltó el santurrón o santurrona que se enojó más con la publicación de las imágenes que con el mismo Gobierno que propició esta muerte, Gobierno que justo ayer, en el “quién es quién de las mentiras” insinuó como responsable a... ¡adivinó!: Felipe Calderón.
Nadie que yo conozca y haya compartido una imagen relativa a este homicidio institucional lo hizo para hacer escarnio o para ganarse un peso, ni siquiera para hacer politiquería como tanto parece dolerle a nuestro Presidente.
La imagen se hizo viral porque así le nació a una porción de la gente que considera que debe visibilizarse a un sistema de salud así de precario y a un Gobierno así de negligente, incompetente y corrupto.
Y si bien, hacer bandera con la desgracia de un hijo es una prerrogativa de los padres quizás, cualquiera que se solidarice de corazón con su tragedia y considere a esta niña una hermana en el dolor, podrá salir con la conciencia limpia.
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Y si a usted le incomoda o le provoca enojo esta imagen de la corrupción criminal, asegúrese al menos de dirigir su indignación hacia la entidad correcta, como podría ser el Gobierno Federal, que se opone a la difusión de estas imágenes, pero es el responsable de su existencia en primer lugar.
P.D.
En abril de este año falleció a los 88 años, repudiada por todo el mundo, Carolyn Bryant, la dependiente de la tienda Bryant’s Grocery. Confesó en una entrevista años antes que todo de lo que había acusado al joven Emmett Till había sido invención suya.
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