Labor Omnia Vinci: Recuerdos en la Anexa a la Normal de Coahuila
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La centenaria escuela primaria Anexa a la Normal de Coahuila fue fundada en 1894 en el concepto de escuela piloto, un esquema que requería que sus maestros tuvieran ciertas reglas especiales, entre las que se mencionan: ser solteros a fin de enfocar su esfuerzo único a la educación, haber obtenido las mejores notas en la Normal de Coahuila y poseer un comportamiento intachable como ciudadano (a).
Al mismo tiempo los alumnos admitidos deberían ser parte de familias “funcionales” y para ser admitidos era efectuada una investigación de piso y fama de la misma, lo anterior en la teoría de que al tener buenos maestros y alumnos, sin más preocupación que la de estudiar y hacer las tareas, se lograría una escuela modelo que podría reproducirse en los confines del estado.
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En 1968 el Gobierno del Estado entrega el edificio que formaba parte del complejo de la Normal y la Anexa, divididos por una barda en la parte que da al auditorio de aquella escuela.
Ese año, mis compañeros de generación, prácticamente unos parvulitos aún, recibían una escuela amplia, con ventilación natural abatible, biblioteca, patio central, taller de carpintería, jardines, baños a tamaño, cafetería y áreas de administración.
En 1971 fui inscrito para cursar el 4.º año en compañía de mis hermanas Luzma y Cecy, pero ese mismo año, y escoltado por mis entrañables Chuy Torres y Eduardo Garza, había sido invitado al grupo de 3.º por la maestra de grupo, Silvia Palacios, quien luego se convertiría en mi apreciada tía, a fin de convivir con mis futuros compañeros.
Puntualmente a las 7 con 45 minutos llegábamos a la escuela transportados en el Opel de mi padre y en compañía de mis hermanas, amén de Lupita, Lolis y Chuy Torres y Eduardo, directos a la formación que era convocada por el profesor en turno, de ahí a tomar distancia, luego marcar el paso, los flancos sin equivocarse y después en formación esperar a ser nombrados para pasar al salón de clases, en un proceso que se repetía a las 14: 30 para iniciar el turno de la tarde.
Las clases: geografía, español, historia, ortografía, biología, aritmética y geometría tenían cada una sus cuadernos a los que debíamos dibujar el margen y esperar el primer mes a la entrega de los libros de texto gratuito, que aún tenían a la mujer indígena representando a la patria en la portada.
El uniforme del diario era un pantalón gris Oxford (rata) y camisa blanca, las marcas Medalla y Gacela eran las sugeridas, y se complementaban con un saco azul de venta en Saltillo Mercantil Centro con el trato amable de don Tofic Iga. Las niñas usaban un vestido azul marino cerrado y blusa blanca, calcetas del mismo color y zapato choclo negro. El de deportes blanco, pantalón y playera de cuello redondo con dos franjas y escudo al pecho.
Los lunes tenían otro toque, ya que por la mañana, vestidos de gala, participábamos en los honores a la bandera bajo la vigilancia estricta del capitán Corona, un viejo militar asignado, y la directora Ana María Delgado. Un mensaje de algún maestro, una declamación, el himno y en ocasiones la presencia de la primera dama doña Margarita Talamás de Gutiérrez.
Después a la clase de dibujo y la recolección del ahorro, que se anotaba en unas libretas del Banco de Coahuila, firmadas por la maestra en turno.
En la semana, además la clase de canto con el profesor Quiroz, y su acordeón, quien nos enseñaba viejas canciones de Agustín Lara y otras de corte internacional como: Rondín o Zum Gali Gali. Los viernes eran de color, casi siempre con alguna convivencia; recuerdo a Nena Gómez con su piano de aire, declamaciones de Chuy Torres y Memo González o imitaciones de Arturo Valdez de la Plaza Sésamo. Válgame.
La hora del receso implicaba trasladarnos primero a la cafetería en la que había que hacer fila para saborear por unos centavos los lonches de mortadela con frijol y una soda chica de doña Mary, para de ahí emprenderla en el juego, ya sea de futbol, beisbol, basquetbol, “se va la bala”, “bebe leche”, “tochito” en un happening inimaginable ante tal pléyade de niños.
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La plantilla de maestros incluía a Adelaida Hernández, Lupita Costilla, Abel Torres, Porfiria González, Angélica Díaz, Biachi Fraustro, Margarita Saldívar, Mine Garza, la güera Domínguez, Pedro Flores, Silvia Palacios, Clarita Soberón, Argentina Suárez, Francisco Javier, Pancho Saucedo, Raúl Hernández, Juan Castañeda y Guillermo Medina, entre otros.
Un recuerdo se encendió hace una semana cuando regresé a la escuela, donde todo me quedó ajustado, la nostalgia te invade y te nubla los ojos, tu memoria viaja a tiempos de felicidad como única constante y la camaradería amable de mi generación, que engalanó el instante después de 50 años de haber egresado y el orgullo del retorno, triunfadores y siendo seres de bien. Bendita Anexa que nos mostró cómo ser honestos, probos, disciplinados, solidarios y agradecidos. “Loor maestros / Loor a mi escuela / a mi escuela Anexa a la Normal /siempre, siempre sabré en mi memoria, /conservar un recuerdo de ti”.