Las fronteras literarias del misterio
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P. D. James escribió el libro “Talking About Detective Fiction”, injustamente traducido al español como “Todo lo que sé sobre novela negra”, para compartir con su público las curiosidades más insólitas del género detectivesco. La prosa de James es plenamente disfrutable en los ocho capítulos que abarcan desde un intento de definición hasta una mirada hacia el futuro de la narrativa policiaca. El ensayo abre con una pregunta que también me inquieta: “¿a qué nos referimos exactamente cuando hablamos de ‘historia detectivesca’? ¿En qué se diferencia del mainstream o literatura general?”. El tema es más complicado de lo que parece, porque si pensamos en un enigma, alguien que intenta resolverlo y una serie de indicios para llegar a la respuesta, podríamos decir que existen muchas novelas con esas características. James cita como ejemplo “Emma” de Jane Austen o a “Jane Eyre” de Charlotte Brontë, dos libros que nadie juzgaría como “detective fiction”. Entonces, ¿cuál es la frontera?
Hablar de “reglas” en la literatura siempre es polémico. Incluso la narrativa “de fórmula” (como las novelas rosas o cuentos detectivescos que repiten siempre una estructura ya conocida por los lectores) posee sus asegunes. James comparte las “normas” propuestas por Ronald Knox en su antología “Best Detective Stories 1928-1929”. Las reproduzco: “El criminal debe ser mencionada en la primera parte pero no debe ser nadie cuyos pensamientos haya podido seguir su lector. Cualquier agente sobrenatural queda descartado. No debe haber más de una habitación o pasaje secreto. No deben utilizarse venenos hasta ahora desconocidos ni tampoco aparatos que requieran una amplia explicación científica. No deben aparecer chinos en la historia. El detective no podrá recibir ayuda mediante un accidente, y tampoco podrá contar con una intuición inexplicable. El detective nunca podrá cometer el crimen ni descubrir pistas que no se den a conocer de inmediato al lector. El amigo del detective, su Watson, debería poseer una inteligencia ligeramente, aunque no más que ligeramente, inferior a la del lector medio, y sus pensamientos no deberían ocultarse. Y, por último, como normal general no deben aparecer hermanos gemelos ni dobles a menos que se haya preparado al lector convenientemente para ello”.
Si revisamos esos mandamientos literarios, veremos que muchas de las grandes plumas han roto las reglas, como Agatha Christie. La restricción de los chinos, además de xenófoba, suena absurda. Ahora el género se volvió tan popular que está en todas partes. En libros de fantasía, como los de Harry Potter, hay estructuras detectivescas. Lo mismo pasa con series de terror, como la reciente “Merlina”. Incluso en estas fechas de Semana Santa transmiten la película “Risen”, donde un tribuno romano debe resolver el misterio de la desaparición del cuerpo de Jesús. Muchos fueron los críticos que auguraron un pronto agotamiento de este género. Pero los años pasan y las obras se sostienen. Ahora que leo los apuntes de James reparo en lo inverosímil que resultan algunas tramas de estos relatos famosos y en lo poco que me ha importado. Estos libros aún nos hablan porque seguimos habitando un mundo violento, injusto, en el que abundan autoridades ineptas y peligros ya cotidianos.
P. D. James, referida en la edición con el epíteto de “La mejor escritora contemporánea de novela negra”, comparte una frase del gran Chesterton: “El único suspense, incluso en una novela de suspense común, tiene que ver en cierta medida con la conciencia y la voluntad”. Para la escritora, la narrativa detectivesca se suma a los “placeres y consuelos” que alivian al menos por un momento “las inevitables tensiones y angustias de la vida contemporánea”. Yo concuerdo con Chesterton, al pensar que más allá de la evasión o los entretenimientos del enigma, estas obras tocan el corazón de la voluntad y nos confrontan con las complejidades de nuestra propia naturaleza, donde lo justo, lo bueno y lo malo no siempre resultan tan claros.