Las trampas del diablo
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Las religiones antiguas detallan la lucha eterna entre el bien y el mal, la coexistencia entre lo divino y lo demoniaco y dos deidades que luchan por hacerse de las almas humanas. Un dios que reina en el cielo y un diablo que lo hace desde el infierno. En el cristianismo lo conocemos por muchos nombres: Satanás, Luzbel, el príncipe de las Tinieblas, Belcebú, Lucifer, Baal, Mefistófeles, Chamuco y hasta el patas de cabra. En el Islam es Shaitan o Iblis y en el budismo es Mara, el “portador de la muerte”.
La raíz de la palabra “Satanás” viene de ha-Satan, que en hebrea significa “el acusador”, “opositor” y “el adversario”. Así que cualquiera podría ser descrito como Satán dependiendo de sus acciones. La traducción griega de la Biblia Septuaginta de las escrituras hebreas, convirtió la palabra “diabolus” en “diablo”.
Pero el antiguo Judaísmo, el fundamento del cristianismo actual, nunca reconoció el dualismo o la confrontación entre Dios y el diablo. Los judíos veían a Dios como un ser todopoderoso y sin rival; el creador del hombre y la tierra, un dios causante de todo lo bueno y lo malo. Por eso es que Satanás no fue nunca una figura prominente e incluso en las escrituras hebreas o en el antiguo testamento, existen pocas figuras demoniacas y jamás una mención específica al Diablo.
La versión hebrea tiene dos pasajes sobre gobernantes malvados, lo que algunos cristianos interpretan como acciones de Satanás. Sólo algunas pocas sectas judías como “Hassidas”, discutieron sobre Satanás.
Con la civilización griega extendida por la conquista de Alejandro Magno, y luego del Imperio romano, nació el cristianismo, el sincretismo entre el judaísmo y la mitología griega y romana. Así, tras el paso de los siglos y la idea de que Jesús era el hijo de Dios, empezó a sembrarse la idea de que el único camino conocido para no arder en el infierno, era aceptarlo como único salvador.
Poco a poco, fuimos convencidos de que existe un cielo y un infierno, un concepto crítico para la supervivencia de la propia Iglesia que necesita tanto de Satanás como de Dios. Infundir la idea de que existe un infierno, ha permitido con la ayuda del miedo, monopolizar la idea de la salvación a través de Jesús. Y usted lo sabe bien, que quien controla las llaves para acceder al cielo, controla lo que sucede en la tierra.
Para nosotros, Satanás o Luzbel es un ángel caído, expulsado del paraíso por disputar a Dios el reino de los cielos. Pero nada de eso está descrito en la Biblia. Isaías habla de una caída pero no dice de quién y Ezequiel hace referencia al Rey de Tiro, jamás de un ángel expulsado del cielo. ¿No me cree? Léala. La primera aparición de Satanás en la Biblia es en el evangelio de Mateo durante el pasaje de la tentación de Jesús en el desierto. Lucas, habla de una serpiente y la historia forzó al extremo la historia para hacer de esta serpiente una de las versiones del diablo.
La otra referencia a un demonio en la Biblia, se encuentra en el Evangelio de Marcos, que narra el encuentro entre Jesús y un hombre poseído por un espíritu inmundo, que vivía en los sepulcros y a quien el Nazareno le ordena al espíritu inmundo que saliera de aquel hombre. Entonces le preguntó Jesús: “¿Cómo te llamas?” Le respondió: “Me llamo Legión, porque somos muchos”.
Pero de las menciones en la literatura, quisiera destacar tres: La de Dante Alighieri, que en la Divina Comedia ubica es una criatura dantesca que se ubica en el noveno de los círculos del infierno en la profundidad y sumergido en el hielo, no fuego, un lugar lleno de los peores pecadores: los traidores.
Luego, José Saramago, Premio Nobel de Literatura, describe en “El Evangelio Según Jesucristo”, una conversación que sostiene Jesús con Dios y el diablo a bordo de una barca que navega el mar de Galilea. Jesús, sorprendido por el enorme parecido físico entre Dios y diablo, en un momento dice: “Si encontrásemos al diablo y él se dejase abrir, tal vez nos lleváramos la sorpresa de ver saltar a Dios de allí dentro”.
Pero destaco entre todas la del escritor francés, Charles Baudelaire, quien en una de sus prosas dice: “¡Mis queridos hermanos, no olvidéis nunca, cuando oigáis pregonar el progreso de las luces, que, de las trampas del diablo, la más lograda es persuadirnos de que no existe!”.
@marcosduranf