Las ventanas rotas de Saltillo en el espacio público

Opinión
/ 28 febrero 2024

Si bien se analiza comúnmente en la criminalística, la Teoría de las Ventanas Rotas de George L. Kelling y James Q. Wilson evidencia conceptos que son relevantes para la comprensión de la fenomenología urbana.

La teoría deriva de un experimento del profesor de Psicología Social de la Universidad de Stanford, Philip Zimbardo, que consistía en dejar abandonados en medio de la calle dos autos de la misma marca, modelo y color. Uno fue abandonado en el conflictivo barrio de Nueva York conocido como el Bronx y el otro en Palo Alto, California, una zona tranquila y de nivel socioeconómico alto. Ambos vehículos se encontraban abiertos y sin placas.

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Después de algunos días, el vehículo abandonado en el Bronx había sido desvalijado y vandalizado, quedando prácticamente sólo el “esqueleto” del mismo. Sin embargo, transcurridas prácticamente dos semanas, el vehículo abandonado en Palo Alto se mantenía sin afectaciones.

Al ver esto, Philip Zimbardo decidió romper una de las ventanas, a efecto de lograr una imagen de deterioro en el vehículo, detonando la vandalización del mismo. Esto comprobó que cuando el vehículo presentaba huellas de descuido e incluso de violencia, se incentivarían las conductas nocivas hacia este.

Los espacios públicos de una ciudad están expuestos a un fenómeno similar. Aquellos espacios que han sido grafiteados, que han sido dañados en su infraestructura, cuyo mobiliario ha sido vandalizado o destruido, provocan una dinámica destructiva que termina por dar al lugar una imagen de abandono y de inseguridad, lo que detonará conductas accesorias, aún más nocivas para quienes por ahí transitan.

Existen en nuestra ciudad varios lugares que han sido vandalizados de distintas maneras, así como aquellos cuya infraestructura ha sido dañada por su uso cotidiano, haciendo que la falta de mantenimiento genere una percepción similar a la generada en los primeros.

Las conductas que derivan de la apariencia de descuido y vandalización, no sólo acentúan los daños físicos del lugar; atraen también conductas accesorias que generan entornos inseguros y peligrosos para quienes deben transitar por ellos.

Seguramente la primera respuesta a la pregunta de por qué estos lugares no son atendidos derivaría en un señalamiento severo a la autoridad. Sin embargo, la realidad es que existe una corresponsabilidad entre sociedad y gobierno en la tarea de identificar estos sitios, denunciar su deterioro y atenderlo a la mayor brevedad.

Si bien hace lógica que la tarea sea de orden público y, por tanto, responsabilidad de la autoridad administrativa, también es cierto que sin la participación activa de la ciudadanía en el cuidado del entorno la primera no será lo suficientemente eficiente.

Es por ello que cobra enorme relevancia la organización ciudadana de nivel de manzana, de barrio, de fraccionamiento, de colonia. No es lo mismo contar con los ojos de un sólo agente de seguridad pública en un conjunto de manzanas por cada turno, que contar con la observación de cientos de ciudadanas y ciudadanos vigilantes a lo largo del día y noche.

Si estas y estos ciudadanos, además de estar organizados, están en contacto con las autoridades administrativas, no sólo se desincentivarán conductas nocivas al entorno urbano, sino que se agilizarán los procesos de denuncia y de solicitud de atención a las condiciones del mobiliario y equipamiento urbanos.

Hoy por hoy existen diversos canales de denuncia ciudadana, algunos de rápida denuncia, como los grupos de WhatsApp de seguridad pública municipal. Pero conviene analizar y fortalecer los demás mecanismos de denuncia y atención ciudadana, a efecto de contar con un amplio espectro de contacto entre autoridades y ciudadanía.

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Afortunadamente, contamos actualmente con herramientas de comunicación tremendamente eficientes y de fácil acceso, como las redes sociales; aprender a aprovecharles para los fines que hemos repasado en esta reflexión es una urgente necesidad tanto desde la ciudadanía como desde la autoridad.

Evidentemente, una ciudad inteligente lo será no sólo por contar con dispositivos tecnológicos de última generación; lo será cuando sepa aprovechar la información y los diversos mecanismos usados para su transmisión. Las redes de comunicación para atender temas urbanos están más a la mano de lo que nos imaginamos.

La inteligencia colectiva en nuestras ciudades, en Saltillo, es la simiente para entornos seguros, habitables y resilientes; contar con ella nos abre la puerta a un futuro posible.

jruiz@imaginemoscs.org

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