Puentes peatonales: un obstáculo para la movilidad activa

Opinión
/ 21 febrero 2024

La percepción de seguridad al movernos en el espacio público es el resultado de la suma de una serie de factores que genera confianza entre quienes en él convivimos y transitamos. Esta percepción no sólo se basa en la posibilidad física de desplazarse, se alimenta también de factores que brindan la apariencia de seguridad.

Sin embargo, no todos los factores que aparentan aportar seguridad realmente lo hacen, de hecho, podrían incluso precarizarla gravemente. Este es precisamente el caso de los puentes peatonales.

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Un puente peatonal es una costosa pieza de infraestructura urbana que pretende generar un espacio artificial de seguridad a personas peatonas, a partir de evitarles el peligro del paso por el arroyo vial al intentar cruzar de un lado a otro de una avenida. Algunos cuentan incluso con agregados como rampas continuas, buscando así hacerles accesibles a personas con discapacidad motriz.

A pesar de las buenas intenciones que comunica, el efecto de su instalación presenta consecuencias nocivas para el entorno, para distintas dimensiones de la propia movilidad. Al hacer que personas peatonas eviten el arroyo vial, se favorece de manera importante el aumento de velocidad de los vehículos motorizados, dado que literalmente se les retira un “estorbo” de su camino.

Por otra parte, la distancia que necesita recorrer una persona desde que sube hasta que desciende de un puente peatonal para llegar a la acera contraria es entre 5 y 7 veces mayor a la que recorrería si cruza la avenida directamente a nivel de calle, es decir, sin el uso del puente peatonal.

A lo anterior hay que agregar la dificultad que representa el uso del puente para alguien con necesidad de movilidad asistida, por ejemplo, usando una silla de ruedas. Deberá recorrer una importante distancia de subida, procurando evitar que la silla se regrese por su peso, además de recorrer después una distancia igual de bajada, con una pendiente que le dificultará controlar su trayecto sin perder el control.

Por supuesto, la afectación no se limita solamente a las personas con discapacidad motriz; alcanza también, por ejemplo, a las que tienen discapacidad visual. En las banquetas afectadas por la instalación del puente peatonal se instalarán estructuras elevadas, muchas veces a la altura del rostro de una persona adulta, imposibles de percibir con apoyo de un bastón guía, por lo que una persona invidente podría lesionarse severamente al transitar.

Es también necesario considerar que regularmente las banquetas no están diseñadas para la instalación de un puente peatonal. Las banquetas en las que se instalarán los descansos del puente deberán disponer de un espacio que originalmente está destinado a mobiliario urbano o a desplazamiento peatonal.

Conviene aquí recordar que la Ley General de Movilidad y Seguridad Vial, en la fracción I de su artículo 35, establece que: “Se procurará evitar la construcción de pasos elevados o subterráneos cuando haya la posibilidad de adecuar el diseño para hacer el cruce peatonal, así como el destinado a movilidad no motorizada y de tracción humana, y las demás necesarias para garantizar una movilidad incluyente”.

En atención a lo anterior, la alternativa a los puentes peatonales deberá generarse en el diseño adecuado de la vía pública, con un enfoque preponderante en personas peatonas, ciclistas y usuarias de transporte público, siguiendo la lógica de la jerarquía de la movilidad que también contempla dicho ordenamiento legal.

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Esta forma de diseño debe considerar adecuadamente el contexto del lugar en el que se pretende instalar el puente peatonal. Seguramente existirán condiciones particulares del sitio que permitirán el control de la velocidad de vehículos motorizados, dando verdaderas condiciones de seguridad a las personas peatonas.

De igual manera, se puede complementar la infraestructura ya existente con señalización a nivel de calle o elevada, semaforización preventiva e incluso intervenciones que extiendan la banqueta con “orejas” que generen bahías de estacionamiento y, al reducir un carril de circulación, desincentiven velocidades que ponen en riesgo la integridad de las personas.

Vale la pena señalar también que existen vialidades donde se ha privilegiado, tanto en infraestructura como en velocidad a los vehículos, quedando este lugar imposibilitado para adoptar otra forma de solución a la seguridad peatonal.

Una ciudad que ponga en primer lugar a las personas peatonas al diseñar políticas de movilidad y la infraestructura accesoria a estas, tendrá garantizadas condiciones adecuadas para un futuro posible.

jruiz@imaginemoscs.org

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