Lecciones de la Villa de Santiago del Saltillo

Opinión
/ 23 julio 2025

Valdría la pena regresar la vista al pasado de nuestra ciudad, con ánimo de aprender y reaprender. No son pocas las enseñanzas, perfectamente vigentes, que nos aguardan en el análisis de los primeros años de Saltillo

Esta semana, Saltillo celebra su aniversario 448 como ciudad. El 25 de julio de 1577, fecha que, dentro de la falta de certeza, ha sido aceptada como la oficial de la fundación de la Villa de Santiago del Saltillo, da origen a esta celebración.

Muchas veces volteamos a ver al pasado con cierto desdén, dando por hecho que lo que tenemos en la actualidad es lo mejor por ser moderno, por haber superado un proceso evolutivo, pero no siempre esta idea necesariamente es precisa.

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En este sentido, valdría la pena regresar la vista al pasado de nuestra ciudad, con ánimo de aprender y reaprender. No son pocas las enseñanzas, perfectamente vigentes, que nos aguardan en el análisis de los primeros años de Saltillo.

Para ello necesitamos trasladarnos a los primeros años del siglo 17, donde teníamos un incipiente asentamiento fundado por los peninsulares, quienes llegaron hasta acá años antes, en la búsqueda de nuevas tierras que poblar y hacer productivas.

Como sabemos, esto precisó de un complejo proceso de ocupación forzosa del territorio, que derivó, a la postre, en un mestizaje que prácticamente excluyó a los locales y se dio más bien con los tlaxcaltecas, aliados de los europeos.

Esto derivó en una villa en consolidación, con una traza orientada a la separación de conquistadores y aliados, que estaba dotada de infraestructura básica y contaba con una organización barrial, soportada por una economía agropecuaria emergente.

De este primer esbozo de ciudad podemos retomar experiencias que modelaron el territorio y representaron los primeros trazos del actual paisaje urbano. Conviene primero considerar el diseño urbano claro, compacto y legible, que se sustentaba en la movilidad peatonal.

Esto fue fundamental para dar forma a un naciente sentido de comunidad, cuyas dinámicas atraían invariablemente al centro, evitando de manera eficaz la dispersión urbana, proceso que se vio interrumpido mucho tiempo después con la llegada de la movilidad motorizada.

Un factor fundamental para la integración comunitaria de aquellos tiempos fue el concepto de plaza pública central, que daba lugar al centro gravitacional de la vida social, política, religiosa y económica, concentrando templo religioso, oficinas de gobierno y mercado.

La actividad económica se apoyaba también en viviendas que incluían patios productivos, corrales, huertas, talleres artesanales y puntos de venta de distintos bienes. Esto provocaba que el espacio público tuviese una vida excepcionalmente vibrante.

Las primeras construcciones en Saltillo tuvieron que adaptarse a un clima semiárido con altas variaciones térmicas y sin la comodidad actual del aire acondicionado. Para ello se dotó a las edificaciones de muros gruesos, patios interiores, techos altos y uso del adobe.

Por su parte, la red de acequias y canales, que conducían el agua desde manantiales hacia huertas y casas, conformaba un sistema que requería de una gestión hídrica comunitaria, dando lugar a una conciencia colectiva a partir de la noción de responsabilidad común.

Los cerros, arroyos y espacios verdes visibles desde la villa formaban parte integral de la vida de Saltillo. La apropiación del paisaje, en términos identitarios, incorporó al patrimonio de la ciudad puntos emblemáticos como la Sierra de Zapalinamé y el Cerro del Pueblo.

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Por su parte, la diversidad cultural de Saltillo se integraba para dar lugar a una identidad que se consolidó con el tiempo. Convivían aquí españoles, tlaxcaltecas, sobrevivientes de los pueblos originarios, quienes aportaron elementos que se fusionaron con los años.

Asimismo, la villa contaba con un modelo económico que garantizaba la autosuficiencia. La producción de alimentos, textiles, entre otros satisfactores, favorecía el flujo entre lo rural y lo urbano, generando importantes activos de identidad y de consolidación comunitaria.

Retomar muchos de estos elementos y prácticas puede ayudarnos a humanizar de vuelta nuestra ciudad, reivindicando la dignidad de la persona humana y de la comunidad. Hacerlo nos permitirá construir con mayor tino un futuro posible.

jruiz@imaginemoscs.org

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Abogado por la U.A. de C., especializándose en Derecho Ambiental y Gestión Urbanística. Cuenta con Maestría en Gestión Ambiental por la U.A.N.E. Cursa actualmente estudios de Doctorado con enfoque en Derecho a la Ciudad. Ha colaborado en los Institutos Municipales de Planeación de Torreón y de Saltillo, así como en la Delegación Coahuila de SEMARNAT. Ha representado a México en diversos foros internacionales, entre ellos el SWYL Program y la Tokyo Conference, organizados por el Gobierno de Japón. Se desempeñó como Director Operativo de COPERES y Presidente de la Representación Coahuila de la Asociación Mexicana de Urbanistas. Es catedrático a nivel Licenciatura y Posgrado en instituciones como la Universidad Autónoma de Coahuila y la Universidad Iberoamericana.

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