Lo insoportable de no estar
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Cuántas batallas nos faltaron mi general.
QEPD mi Make
Hoy vamos a tocar un tema distinto a los que normalmente tratamos en este espacio que se ha vuelto valioso para discutir el quehacer económico y político de nuestro país y el mundo. En esta ocasión, vamos a ser un poco egoístas y hablaremos de lo que nos apasiona; el legado de uno de los grandes maestros que nos inculcaron la pasión por las letras, de alguien que nos hizo caer en cuenta de que la levedad cuenta con sus maravillas.
Si intentáramos detener la senda del espacio-tiempo, la pausa más lógica sería en forma de letras, en forma de enunciados, de párrafos, de historias. Leer un libro es detener el tiempo, viajar al pasado, ver el futuro con miralejos y acariciar por un momento lo que podría ser, por lo que hoy vamos a hacer una merecida pausa para homenajear a alguien en lo insoportable que nos ha dejado con su partida, con su no estar.
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No recuerdo la hora, sólo sé que era por la mañana. Como cada día rutinario y simple, me sentaba en la misma silla, a tomar el café que había preparado una noche antes con la intención de solo calentarlo al levantarme y así leer los diarios que me llegan muy temprano para ver los acontecimientos de mi ciudad, de mi estado, de mi país y del mundo. Yo ahí me la pasaba leyendo los análisis fríos de la política y la economía, omitiendo las secciones de espectáculos, ya que no me interesaba ver qué estaba sucediendo con la clase alta. Hojeaba, bebía café y pensaba el motivo por el cual me encontraba haciendo lo mismo todos los días de mi vida, agregando a mi café un poco de leche tibia. A veces doy valoraciones, juicios o análisis profundos de lo que leo, pero siempre se publican en el diario de mi mente, en el imaginario de lo que podría ser, pues nunca tuve el valor de escribirlo, ni de enviarlo a la redacción de un diario real. Me convertí en un egoísta y todo eso que pensaba me lo quedaba para mí. De vez en cuando también me venían a la mente los pensamientos de por qué no pude ir a cierta cita que había pactado, por qué no me había atrevido a dar ese paso que me habría enfrentado a un cambio, por qué no había podido involucrarme en una relación que me hiciera feliz y me llevara a vivir mis días al máximo. De vez en cuando pienso cómo es que terminé en un embrollo amoroso en donde ni ella ni yo nos soportamos, pero la misma falta de fuerza nos impide retirarnos y caminar por separado, ya que siempre ponemos por enfrente las cosas que hemos vivido, los objetos que hemos comprado, las batallas que hemos librado para conseguir algo.
Ese mismo diario que leo mientras reflexiono, llega a su nombre, pues es de ella la suscripción que lo pone en mi puerta por las mañanas. Cuando vuelvo en mí, me levanto de la silla, me dirijo a mi habitación para preparar la ropa con la que saldré a la universidad a dar clase, y parto hacia mi destino. Llego a seguir tomando café, a intentar involucrar a las juventudes en algo nuevo, a hacer malabares para que puedan contagiarse con la belleza de la literatura. A veces, cuando termina mi clase, me quedo sentado en el escritorio y pienso en que lo único que hago es decir patrañas; mi trabajo es engañar a los alumnos y alumnas al mismo tiempo que me autoengaño. Pienso en que el amor es efímero, en que la literatura y el arte son solo chispazos; algo que si no se cultiva, se marchita, algo que necesita los cuidados de una planta que tenemos dentro de casa. Y si no logramos proveer los cuidados que necesita, podríamos enfrentarnos a la insoportable inacción, a la debilidad para poder irnos y buscar algo mejor, a lo que nos impide cambiar esa vida rutinaria de despertar, beber café, leer los diarios, pensar en un sinfín de análisis egoístas que no quiero dar a conocer al mundo y venir a decir las mismas mentiras en las clases de literatura que imparto.
A veces hay buenas discusiones sobre distintos autores, como cuando expongo a Goethe, o a los rusos. En ocasiones involucramos a la literatura con la política y la oratoria, que es un proceso muy bello en el cual podemos explicar acontecimientos políticos que han convulsionado al mundo, aunque las más de las veces me siento como un pedazo de carne movido por impulsos. Me siento como una partícula gris en un vasto fango lodoso donde nadie puede sentir, ver, percibir por medio de sus sentidos, un simple pedazo de nada, inerte, sin vida. Esa es una representación imaginaria de la vida rutinaria que estoy viviendo, la cual simplemente continúa y continúa gracias a un movimiento inicial que no se detiene.
Hay ciertos placeres que encuentro en esas pausas de las que hablé al principio, en donde me apasiono con el boom latinoamericano, por ejemplo, pero al final son sólo chispazos de 45 minutos de clase. Y cuando terminan, paso de largo sin ganas de convivir con mis compañeros, saludando simplemente por cortesía. Volteo a los alrededores de la facultad, voy a mi oficina y me veo rodeado de libros amarillentos, viejos, empolvados. Observo los apuntes olvidados que algún día tomé mientras era estudiante universitario; literatura, redacción, cómo hacer un ensayo, cómo escribir una novela, cómo involucrarse en la acción y la lucha del marxismo. Aunque veo con extraña lejanía al yo que tomaba esos apuntes pensando que podría regresar a ellos recurrentemente cuando lo necesitara, porque el yo actual se siente cansado, se siente en una espiral de actos automáticos.
Camino hacia afuera del cubículo esperando no encontrarme a nadie que conozca, evitando detenerme a entablar conversaciones cortas y sin sentido para poder partir a casa sin rozar con mi pareja, para evitar sentir la repugnancia que me genero yo mismo al darme cuenta de que ella no me genera ninguna emoción, de que sólo estamos juntos por compromiso. Llego a mi hogar, me siento a preparar mi clase, la cual es la misma que he impartido los últimos 15 años, donde utilizo los mismos apuntes viejos, sin actualizarme en nada. De vez en cuando miro por la ventana y recuerdo todas las novelas que me acompañaron cuando tenía ganas de comerme al mundo, de empaparme de la acción política, de vivir concientizando, de involucrarme en acciones subversivas para algún día poder modificar el entorno social en el que me desarrollo, sueño con el que cuenta todo joven revolucionario. Y de nuevo recuerdo que las energías que me ayudaban a pensar eso, se agotaron. Sigo repitiendo la rutina; preparo mi café con anticipación para en la mañana solo agregarle leche tibia, leer los diarios, hacer análisis en mi cabeza, prepararme para salir a dar mi clase de Literatura II y dialogar con mis estudiantes.
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Me voy a dormir y de pronto despierto con sudor frío corriendo por mi frente en la madrugada. Me volteo y al ver el reloj me doy cuenta de que todo ha sido un sueño. Uno muy real que se siente como si hubiera dormido toda mi vida. Me doy cuenta de que no quiero materializar ese sueño, que no todos los sueños deben perseguirse. Pienso en que lo que yo quiero es trabajar por esa transformación, trabajar con los de abajo, apasionándome cada día más con mis alumnos sobre las clases que doy, platicar con mis amigos y compañeros sobre las clases que doy, analizar todo lo que leo en los diarios, enviarlo a la redacción para que pueda ser publicado. Gracias a la lectura de Milan Kundera, pude darme cuenta de que la vida pasa y nosotros transcurrimos con ella. Esta narración se explica con tres libros para homenajear al maestro Kundera; La insoportable levedad del ser, La identidad y La despedida. Gracias maestro por las pausas en el tiempo, por las vistas al futuro con miralejos y por las visitas al pasado. Gracias por alegrías, tristezas y emociones.
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@AntoniolCastroV