Los ganadores del Nobel de Economía lo explicaron, pero México sigue sin entender

Opinión
/ 19 octubre 2025

Habría que preguntarnos si en México estamos poniendo la mesa y las condiciones para que exista interés por innovar, por desplazar productos y servicios con otros mejores

El Premio Nobel de Economía 2025 se otorgó a los ganadores “por explicar cómo la innovación y la destrucción creativa generan crecimiento económico y mejoran los niveles de vida, y cómo el crecimiento se debe procurar y no esperar que suceda de la nada”.

Joel Mokyr (americano-Israelí nacido en Holanda), Philippe Aghion (Francia) y Peter Howitt (Reino Unido) se volvieron personajes visibles en redes, con muchos economistas mexicanos comentando sobre ellos; algunos presumiendo conocer a la tía del vecino del primo de Mokyr, otros haber leído y entendido sus investigaciones, pero nadie –o casi nadie– se preguntó si lo que estos economistas renombrados, y ahora premiados, proponen y sostienen es tomado en cuenta de alguna forma en un país como México, que ha crecido muy poco por casi cuatro décadas.

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México, para recuperar el terreno perdido en crecimiento de PIB, en nivel de PIB per cápita y en empleos creados durante 40 años contra economías como Corea del Sur o China, tendría que crecer a tasas del 4, 5 o 6 por ciento anual, sostenido por unos tres o cuatro sexenios. Sin embargo, se van unos y llegan otros, y todos parecen actuar como si las opciones fueran solamente regresar a políticas económicas que nos den la estable mediocridad neoliberal de antes o conformarnos con el amorfo y hueco populismo estancador de hoy.

Quieren, unos y otros, seguir pretendiendo que “vamos bien” hoy o que “íbamos mejor” antes, pero nadie se atreve a cuestionar si estamos haciendo la tarea y maximizando la posibilidad de que México deje de “crecer” a tasas de entre 0 y 2 por ciento, cuando bien nos va.

Si los ganadores del Nobel tienen razón y mérito en sus teorías y conclusiones, habría que preguntarnos si en México estamos poniendo la mesa y las condiciones para que exista interés por innovar, por desplazar productos y servicios con otros mejores; si existen condiciones no sólo para crear, sino por lo menos para adoptar y adaptar tecnologías que permitan mejorar las posibilidades de que exista más y mejor crecimiento para el país.

Tal vez nadie en posición de poder –ni hoy ni antes– y, sorprendentemente, casi nadie en el “mainstream” de economistas mexicanos se quiere hacer la pregunta porque saben que la respuesta es negativa y eso les tumba el sistema al que se han adecuado. Por décadas hemos tenido la carreta enfrente de las mulas en materia de políticas económicas, industrial y monetaria: un sistema extractivo en el que no se procura la competencia; un sistema en el que dominan los cárteles económicos; un sistema de entidades paraestatales lentas y costosas que sólo absorben recursos; un país en el que los costos y las barreras para tratar de hacer negocio son enormes y anticuadas.

Aun así, somos un país en el que es normal reunir a empresarios alineados y representantes de cúpulas empresariales en un evento oficial para que aplaudan la publicación de un Plan México que, todos deberían saber, no atenderá ninguno de los defectos que existen y que previenen la creación de más y mejores empresas y empresarios (de todos tamaños), de nuevos productos, de innovación, de destrucción creativa y de bienestar sostenible para más mexicanos.

Se aplaude estruendosamente que la meta (correcta, por cierto) es escalar cinco o seis escalones en la lista de las economías más grandes del mundo (para lo cual se necesita crecimiento económico), pero se les olvida preguntar los “cómos”. Para escalar al décimo puesto, México tendría que crecer entre 5 y 6 por ciento cada año del sexenio de Sheinbaum (todo indica que, si bien nos va, creceremos entre 1 y 1.5 por ciento en 2025 y 2026) y, para lograrlo, tendría el gobierno que fomentar –como lo sugieren los ganadores del Nobel de Economía– la destrucción creativa y la innovación que genera crecimiento. Tendría que combatirse ferozmente a los cárteles económicos, que son quienes se oponen a esa destrucción creativa, ya que serían ellos los desplazados si no supieran competir en una cancha más pareja.

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Para adoptar la innovación y la destrucción creativa como puntas de lanza para el crecimiento sostenido, se tendría que pasar necesariamente por mejores condiciones fiscales (tasas bajas o al menos devoluciones de IVA ágiles), infraestructura, un aumento drástico en préstamos bancarios, apoyos de banca de desarrollo, garantías crediticias y una reducción considerable en el costo del dinero.

No se podría pretender pedirles a los empresarios (no alineados) mexicanos que innoven y “destruyan” cuando el costo del dinero se mantiene alto y el acceso a este es limitado. Sería como pedirles competir contra empresarios de otros países en una carrera de 100 metros, pero con los mexicanos arrancando 20 metros atrás y con zapatos de tacón. Entonces, procuremos entender que: a) la destrucción creativa no es espontánea: requiere instituciones activas diseñando e implementando políticas que permitan el reemplazo de lo viejo; b) la innovación exige un marco de reglas creíbles, seguridad jurídica, competencia; c) si los bancos prestan poco y caro, muchas firmas emergentes o tecnologías, en ocasiones de alto riesgo, no obtendrán financiamiento; d) si el sistema bancario, al amparo de la autoridad en turno, está dominado por grandes jugadores aversos al riesgo o con prácticas de colusión, la innovación es obstaculizada; e) la política industrial debe complementarse con competencia y no degenerar en proteccionismo disfrazado; en México, la clave es diseñar una política industrial que estimule innovación disruptiva, no que consolide oligopolios o proteja a los cuates de siempre.

@josedenigris

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