Los hábitos hacen política

Opinión
/ 15 noviembre 2024

La buena noticia −para alguien− es que este no es un espacio para hablar de política. La mala es que, aunque no nos guste, todo en esta vida es política; no necesariamente en el sentido electoral, sino en lo que se refiere a la convivencia con otros y a los beneficios o perjuicios que ésta ocasiona, tanto a los demás como a uno mismo. Para no complejizar demasiado el tema, limitémonos a reflexionar sobre esto a partir de los hábitos.

La semana pasada hablaba de lo temprano que inicia la actividad aquí en Colombia. A las 5:00 de la mañana ya hay mucha gente en la calle, y eso conlleva un incremento sensible en el ruido. Para quienes tenemos el “sueño ligero”, eso significa despertar. Y, una vez abiertos los ojos, no queda más que sumarse a la actividad y al ruido. Así, algunos hábitos se van ajustando a los que se practican colectivamente en cada lugar. Y si uno es un nómada digital, debe estar dispuesto a adaptarse a ello.

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Por supuesto, uno puede resistirse. Por ejemplo, las personas aquí acostumbran a comer (o “almorzar” en colombiano) a las 12:00 del mediodía. Pero, para nosotros los mexicanos, eso es demasiado temprano. Así que uno puede mantener sus propios horarios de comida y no ajustarse a los locales. Yo he estado haciendo eso, con la consecuencia de que, al salir a comer a las 3:00 de la tarde a alguno de los locales de comida cercanos, invariablemente me encuentro “almorzando” junto con el personal que atiende esos establecimientos y que a esa hora acostumbra comer.

No lo he corroborado, pero supongo que, entre las 12:00 y las 3:00, esos lugares están muy concurridos y en plena actividad, lo cual impide al personal consumir sus propios alimentos a la misma hora que la mayoría. Finalmente, pasada esa hora pico, llega la calma y tienen tiempo para “almorzar”. Y sólo son interrumpidos por un despistado como yo, que les cae justo en ese horario. Así, terminan compartiendo su momento de calma con uno.

Nuestros hábitos impactan en los de los demás. Cuando se reside permanentemente en algún lugar, esa influencia tiende a pasar desapercibida. Pocas veces valoramos, por ejemplo, a toda la gente que trabaja los domingos o días festivos para que nosotros podamos disfrutar de un paseo en familia. Se nos olvida que ellos también tienen seres queridos y que muy probablemente querrían estar disfrutando con ellos. Pero, en lugar de hacerlo, están trabajando para que nosotros la pasemos bien.

La ruptura de lo habitual, que en muchos casos implica la vida de un nómada digital, hace que esa influencia se haga más visible. Y uno empieza a entender que la vida humana es mucho más compleja de lo que solemos pensar. Todo en esta vida es política y, quizás, en ese encuentro con los otros que no viven como uno, aparezca la posibilidad de moderar las propias posturas y dejar de lado los extremismos polarizantes que cada vez ocupan más espacio en nuestro mundo. Quizás, desde ese punto de vista, podamos comenzar a ver al otro como un ser que experimenta el mundo de formas distintas a la nuestra.

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