Los públicos: Evolución de los medios tradicionales al Internet
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La televisión, esa aula sin muros como denominó Marshall McLuhan a los medios de comunicación, ha debido transformarse a lo largo de su existencia para lograr sobrevivir.
A fuerza de modernizarse hubo de adoptar modelos que incluso fueran exitosos lejos de sus propios lugares de emisión, ajenos a sus contextos y realidades. Asumió nuevas reglas y consecuencias en su convivencia con productos distintos de otros países.
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Hace años, luego de mucho tiempo en que los contenidos en esta parte del continente eran monotemáticos y los mensajes estaban planificados por las grandes corporaciones productoras de manera esquemática y conservadora, la incipiente globalización comenzó a hacer sentir su influencia.
Las productoras norteamericanas llevaban la delantera en la realización de sus programas, y sus éxitos estaban prácticamente asegurados. Los niños asistían a estos programas con la atención que causaba entonces la fascinación por los encantos de la caja chica.
El que del aparato surgiera movimiento, colorido, historias fuera de la realidad, atrapaba sobre toda a las generaciones que completaban sus edades escolares. Los miembros de una generación anterior a esa, educados en la radio, también se sintieron fascinados por la máquina de producir imágenes, pero siguieron con su vida, con sus actividades y trabajo del día a día.
Pero el tiempo hizo lo suyo y los niños aquellos de los primeros encuentros con la tele se volvieron mayores. Quedaron atrás quienes fueron encantados con series como Señorita Cometa y Heidi. Llegó un nuevo fenómeno televisivo, estudiado en el libro “Los Teleniños” de M. Alonso Erausquin, Miguel Vázquez y Luis Matilla. Estos autores describen la influencia en la televisión de la primera serie japonesa con un estilo arrollador muy efectivo: “Matzinger (una serie de manga y anime) posiblemente una de las creaciones de mayor poder de persuasión sobre el público infantil y a la vez de efectos más negativos de su personalidad”.
Y el tema, además de la mercadotecnia que lo envolvió, tenía que ver con el ritmo con el que se trabajó: una planificación de tres y medio segundos en cada plano, es decir, más de 17 planos por minuto. En ese momento, únicamente en spots comerciales se habían alcanzado tales cifras, siguiendo a estos mismos autores.
Estilo narrativo, de lectura automática, aunado a la “violentísima agresividad” de la serie, abonaban al éxito. Las productoras norteamericanas contraatacaron y así salieron a la luz trabajos como “La Batalla de los Planetas” y poco después “La Guerra de las Galaxias”. Buscaban la rapidez en la sucesión de cuadros y la creación de protagonistas que hicieran crecer la imaginación del espectador.
Los años cruzaron el milenio, y con ello los cambios habidos en la televisión, cuya competencia no había de encontrarse en exclusiva en el mismo medio, la televisión. Hoy por hoy la competencia llegó trepada en la red, esa todavía por estudiarse sus efectos, de la tecnología del Internet; jaló la atención y la fascinación.
¿Qué cambios habrían tenido que experimentar los medios tradicionales? Además de la velocidad en las secuencias, el cambio de contenidos, la novedad de temas con respecto a una sociedad cambiante.
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Ahora las plataformas de streaming, páginas de las grandes empresas cinematográficas para capitalizar sus productos, hacen lo suyo y renuevan sus públicos.
Las fórmulas han variado, la tecnología con ella. Y los públicos también, en una medida asombrosa: nuevas formas de percepción que se adoptan en un proceso de facilitación social, donde el estímulo y la imitación producen formas diferentes de asumir los valores de identidad y personalidad. Sociedades multiculturales, más plurales. Y en algunos casos, más escépticas. Temas para la reflexión.