Las incomprensibles guerras
Una escena que me conmovió de “Guerra y Paz”, de León Tolstoi, es de cuando el personaje principal de la novela, Andrei Bolkonsky, es herido en combate durante la batalla de Austerlitz. En una imagen estremecedora, el autor coloca al príncipe ruso observando, en lo que considera los últimos minutos de su vida, la naturaleza y el contraste de esta, en su calma de un día lleno de sol, contra las ambiciones que lo llevaron al campo de batalla. Considera todas estas ambiciones como pérdida de sentido y a su héroe, Napoleón, tan vano como él mismo.
Reflexioné en esta imagen al escuchar la noticia de que Hamas declara que hay más de 24 mil palestinos muertos en la guerra con Israel. Y mientras, también, Volodimir Zelenski pidió, en una reunión virtual del G7 de las mayores potencias occidentales del mundo, entregar la ayuda militar a tiempo, al cumplirse al segundo aniversario de la invasión rusa.
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Lo que es un sinsentido, donde la guerra termina con la vida, destruye la existencia vital de países enteros, que hasta hace meses aún no se imaginaban el poder del odio y la venganza, el aniquilamiento por el aniquilamiento.
Las guerras que destruyen en aras de la religión; en defensa de territorios; en ideas de razas superiores.
Gógol escribió su novela histórica “Tarás Bulba” relatando el odio encarnizado producto de la defensa de la religión. Y en ella compara a las guerras religiosas con una gran roca en el mar encrespado y cargado de olas. Y que el barco que se aproxima a ella termina destrozado, completamente reducido a astillas, luego de no poder evitarla.
Las guerras religiosas colocan el dogma de fe en primera línea, y no se está dispuesto a ceder. La novela de Gógol retrata a Tarás en uno de sus momentos clave dentro de la historia paseando con su regimiento por toda Polonia, quemando poblaciones y “más de cuarenta iglesias católicas; matando nobles, desmantelando castillos, quemando todo cuanto a su paso se encontraba”.
En un discurso a los cosacos, siendo nombrado atamán, les incita a pensar en “nuestra hermandad”: “Nuestras ciudades eran ricas y prósperas, y las iglesias y los príncipes eran rusos nuestros, y no herejes católicos. De todo se apoderaron los infieles, todo pereció; sólo quedamos nosotros, huérfanos, y nuestra tierra como viuda a la muerte del marido que la protegía”.
Tarás Bulba representa aún el pensamiento de las guerras que tan desgraciadamente se viven en la actualidad. Su sueño de que en el futuro la dignidad, el valor y su defensa en nombre de la fe siguieran cantándose en las generaciones futuras, se ha hecho cruel realidad a lo largo de los siglos.
En el libro impera el racismo en contra de los judíos. Gógol los retrata como los peores personajes, incluso más que los que libran las batallas, pues a estos los retrata en su “valor, su dignidad y honor”. A lo largo del tiempo, las mismas expresiones de odio que se cristalizaron de una manera abominable en el holocausto de Hitler.
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Paradójicamente, Gógol muestra aspectos humanos en medio del estupor y la tragedia de la guerra: me quedo de esta obra inexplicable con una imagen de la joven noble que se lamenta de su suerte en medio del fragor de la batalla, encerrada en un castillo asediado por las tropas enemigas. Su lamento en voz dulce y baja, dice Gógol, “como el viento que soplando dulcemente en un hermoso anochecer pasa por la espesura de los juncos ribereños produciendo un susurro que va creciendo; de repente se elevan unos sonidos agudos y melancólicos y el viajero los escucha parándose lleno de incomprensible tristeza, sin fijarse en cómo se extingue el crepúsculo y sin oír las alegres canciones de los labradores que vuelven de los campos y rastrojos, ni el lejano retumbar de un carro que pasa Dios sabe por dónde”.
Así, en medio de la guerra, la tristeza infinita incapaz de resolverse. En aquellos tiempos; en estos de ahora. Y con Bolkonsky, guerras tan vanas, tan sinsentido.