Memoriateca o de la música que permanece (II)

Opinión
/ 13 diciembre 2024

Bach fue un hombre doméstico, escribió Margo Glantz en alguno de sus libros (creo que en su novela El rastro (Anagrama, 2002), aduciendo a la cantidad usual de hijos que era común tener en ese entonces. Bach tuvo 20 hijos que engendró en dos matrimonios. Tal desmesura -la de la veintena de descendientes- no fue impedimento para que este hombre entregado al precepto bíblico de “henchid la tierra y sojuzgadla” produjera una obra monumental.

Una de las primeras obras de este genio con la que tuve contacto como intérprete fue una Cantata que Bach compuso probablemente en 1707: la Cantata BWV 4, Cristo yace en los brazos de la muerte. John Eliot Gardiner dice que en esta cantata está “el primer intento conocido de Bach de pintar narrativa en música”. La obra está basada en un himno medieval que tomó Martín Lutero para ser entonado por los feligreses durante la liturgia protestante. Bach toma la melodía y le da un nuevo molde, transformando el adusto himno medieval en una prodigiosa estructura vocal y orquestal, empleando con genialidad el contrapunto y la estructura aforística de la variación.

Kinderszenen (Escenas infantiles) op. 15 de Robert Schumann, es un ciclo de trece piezas breves para piano muy cercanas a minificciones que se aproximan a los cuentos de Arthur Schnitzler o de G.K. Chesterton. Sus títulos orientan al pianista para recrear la emoción y la remembranza a través del sonido: De países y gente extraña, Una historia curiosa, El hombre del saco, El niño mimado, Felicidad suprema, Acontecimiento importante, Ensueño, En la chimenea, Caballero en caballo de madera, Casi demasiado serio, Espantoso, Niño adormecido, El poeta habla. Los historiadores comentan que Schumann compuso este ciclo rememorando más la infancia de su amada Clara que la suya propia. Augusto, el padre de Robert, fue un librero y editor, muy aficionado a la lectura, gusto que heredó su hijo. Quizá esto explique por qué Schumann nombraba sus ciclos pianísticos con títulos literarios. En el siglo 17 ya lo habían hecho Kuhnau y Couperin con sus piezas para clavecín.

Christoph Eschenbach (1940), pianista y director de orquesta de origen alemán, declaró en alguna ocasión que su rutina pianística diaria consistía en estudiar los pequeños preludios y fugas de Bach y las Kinderszenen de Schumann antes de abordar las piezas de repertorio para sus recitales y grabaciones. En el presente siguen siendo obras de estudio obligatorio para los estudiantes de piano. Por un tiempo quise ser guitarrista, deseo que surgió cuando escuché a Narciso Yepes (1927-1997), guitarrista español, en una grabación de la legendaria casa discográfica Deutsche Gramophon, tocando los Estudios de Fernando Sor, compositor español al que el musicólogo y crítico músical, Joseph Fétis, consideraba como el “Beethoven de la guitarra”. Cada vez que escucho a algún estudiante de guitarra tocando alguno de esos 24 estudios de Sor, recuerdo esa intención de mis años de estudiante.

El repertorio de la música de cámara dota al pianista de habilidades que el repertorio para piano solo no le otorga: el desarrollo del oído musical, la habilidad y sensibilidad de ir junto a otro u otros músicos, la percepción de las texturas instrumentales, la capacidad de desarrollar un sonido que vaya junto con los otros instrumentos, etcétera. Una de las primeras piezas en las que desarrollé varios de estos aspectos fue una obra poco conocida del repertorio de música de cámara, el Preludio y Allegro de Pugnani- Kreisler, obra para violín y piano. Lo anecdótico de esta pieza camerística es que el autor, Fritz Kreisler (1875-1962), emuló a Gaetano Pugnani (1731-1798), violinista italiano, discípulo del genial Giuseppe Tartini. Kreisler compuso esta obra haciendo creer a todo el mundo que el autor de la pieza era Pugnani, y que Kreisler la había tomado y “maquillado” para violín y piano. (Algo similar ocurrió con Edvard Grieg y su celebérrima Suite Holberg, escrita para orquesta de cuerdas. Grieg compuso la suite para celebrar el bicentenario de Ludwig Holberg, un dramaturgo y escritor danés del siglo 18, y en sus danzas emula el estilo dieciochesco). Volviendo con Kreisler, éste reconoció finalmente que el Preludio y Allegro era una obra de su autoría, compuesta en el estilo de Gaetano Pugnani, y en un claro homenaje a la escuela violinística del siglo 18.

CODA

Se aproxima el final de este año, prolífico en montajes de obras de teatro y música. También constatamos el desarrollo y presencia de publicaciones literarias y exposiciones de artes visuales. Deseamos los artistas y creadores que este año venidero se expandan más todas estas manifestaciones del arte y sus artistas. No esperamos menos.

COMENTARIOS

NUESTRO CONTENIDO PREMIUM