México, entre las espadas del crimen y del militarismo

Opinión
/ 26 septiembre 2023

El marido se enteró de una oferta muy atractiva para disfrutar una semana en Cancún. De inmediato llamó a su esposa por teléfono. Cuando ella contestó le preguntó sin más: “¿Te gustaría pasar seis noches y siete días en Cancún?”. “¡Me encantaría! –respondió al punto la señora–. ¿Quién habla?”... El reloj marcaba las 7 de la mañana cuando por fin llegó a su casa don Chinguetas. Su mujer, doña Macalota, lo esperaba hecha una furia. Le reclamó, airada: “¡Por tu culpa no he pegado los ojos en toda la noche!”. Respondió el cínico sujeto: “¿Y acaso crees que yo sí he dormido?”... Himenia, soltera que rondaba los 39 años –llevaba 10 rondándolos– invitó a merendar en su casa a don Acisclo, otoñal señor. Le advirtió: “Espero, amigo mío, que no se valga usted de nuestra soledad para intentar algo indebido”. Don Acisclo se ofendió: “Señorita: soy un caballero. Para hacer tal cosa tendría que andar borracho”. Le informó Himenia: “La botella está en ese cajón”... La clienta le pidió al abarrotero: “Me da una barra de pan. Y si tiene huevos, una docena”. Con firmeza y energía le gritó el tendero al dependiente: “¡Una docena de barras de pan!”... En una mesa del Bar Ahúnda un tipo le contó a otro: “Mi mujer siempre grita en el curso del acto del amor”. “¿De veras? –se interesó el amigo–. ¿Cómo le haces para que grite?”. Repuso el individuo: “La llamo por el celular y le digo con quién lo estoy haciendo”... “Vámonos para Cotija, / ahí son buenos cristianos: / para no perder la sangre / se casan primos hermanos”. Bello lugar de Michoacán es ése, habitado por gente laboriosa y de profunda religiosidad: los dedos de las dos manos se requieren para contar el número de obispos que Cotija ha dado. No menos importantes son sus quesos, de recia textura y riquísimo sabor. Ángeles y demonios han salido de Cotija. Ahí vio la primera luz San Rafael Guízar y Valencia, a quien el Señor dotó de un robusto corpachón para que pudiera cargar toda la santidad que en sí llevaba, y ahí nació también Marcial Maciel, quien con el mal que hizo manchó la buena obra que fundó. De Cotija era también monseñor Luis Guízar Barragán. Obispo de Saltillo, recordado por su prudencia, su sencillez y su ecuanimidad. Pronunciaba la jota como ce, de modo que al dirigirse a ti te decía “hico”. Entre sus muchos dones contaba el de la radiestesia: podía encontrar agua hasta en el Sahara. A mi modo de ver, sin embargo, la personalidad más relevante que Cotija ha dado a México es José Rubén Romero, creador del famoso Pito Pérez, figura emblemática de la picaresca mexicana junto con el Periquillo Sarniento, de Fernández de Lizardi, y el Canillitas del saltillense Valle Arizpe. Leí su vida inútil en la secundaria, animado por mi maestra de Literatura, doña Amelia Vitela viuda de García, que a su saber añadía su bondad. El nombre completo de Cotija, ahora Pueblo Mágico, es Cotija de la Paz. Ese preciado bien ya lo ha perdido, como lo prueba el secuestro de la alcaldesa de la ciudad. La violencia criminal alcanza cotas más altas cada día por la tonta política de “abrazos, no balazos” del presidente López y por la falta de fuerza de las Fuerzas Armadas frente al creciente poderío de los cárteles. No incurrirá en mentira ni en exageración quien diga que México es ahora un narcoestado militarizado. Trágica paradoja es ésa que a los ciudadanos nos coloca no entre la espada y la pared, sino entre dos espadas: la del crimen y la del militarismo. Con vastas porciones del territorio nacional en poder de las bandas violentas, quizá el bastón de mando debió habérselo entregado a Claudia Sheinbaum un capo de la droga... FIN.

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