Mi casa en la Laguna
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Muchos calendarios encima tenían los contertulios de aquella mesa de café. Por los 90 años andaría el menor de ellos. El nieto de uno de los provectos parroquianos le preguntó: “¿Y de qué hablan, abuelo?”. “De todo –respondió el señor–. De política, deportes, religión... Menos de sexo”. Inquirió el muchacho: “¿Por motivos de moral?”. “No –contestó el veterano–. Porque ya no nos acordamos”... Babalucas le pidió a la linda Susiflor que saliera con él esa noche. “¡Oh no! –respondió ella alarmada–. ¡Podría agravarse el conflicto entre Ecuador y México!”. El badulaque se desconcertó por la respuesta, pero ya no insistió. Una amiga de Susiflor quiso saber: “¿Por qué le dijiste eso?”. Explicó ella: “Cualquier pretexto es bueno para evitar salir con un pendejo”... El auto en que iba la pareja de novios chocó de frente contra un árbol. La chica no llevaba puesto el cinturón de seguridad y salió disparada del vehículo, afortunadamente sin consecuencias graves. El oficial de tránsito le dijo al novio: “Celebro que a usted no le haya pasado nada, por llevar puesto el cinturón”. “¿Que no me pasó nada? –gimió el muchacho–. ¡Fíjese en lo que ella traía en la mano y no soltó!”... Mi casa en Torreón es “El Siglo de Torreón”. Periódico centenario y prestigioso es ése, señoreado por la figura señorial de su patriarca, don Antonio de Juambelz y Bracho. En su oficina me presenté un día, periodista prócer él, escribidor novato yo, a pedirle el honor de ver mis columnas en “El Siglo”. Me hizo que le dejara algunas muestras de mi trabajo y se levantó. Tres minutos duraría a lo más esa entrevista. Desolado regresé a Saltillo. Unos días después iba yo por la calle cuando desde su puesto de periódicos en la acera opuesta me gritó “La Bola”, que tal era el apodo del repartidor: “¡Felicidades, Catoncito!”. “¿Por qué?” –le pregunté extrañado–. “¡Tu columna ya va a salir en ‘El Siglo’!”. Le pedí el ejemplar del día. En la primera plana se anunciaba que a partir de esa fecha mis artículos aparecerían diariamente en el periódico. Pasaron los años –eso es lo que mejor saben hacer, además de aliviar dolores del alma–, y sucedió que los estudiantes de la Universidad me propusieron para que fuera su rector. Don Antonio de Juambelz me dijo: “El Siglo no apoyará su candidatura”. “¿Por qué?” –me atreví a preguntarle–. Respondió: “Porque si llega a rector dejará de escribir, y eso al Siglo no le conviene. Preferimos a Catón en nuestras páginas que en la Rectoría”. Hace unos días regresé a mi casa en la Laguna. Quiero decir que volví a “El Siglo de Torreón”. El periódico me invitó a presentar mi más reciente libro, “México en mí”. Transcribo algunas frases de la crónica que escribió su excelente redactor, Saúl Rodríguez: “... Amo y señor de la noche, el escritor y periodista dio acción a su voz... A lo largo del libro Catón conversa con la gente, rescata sus historias, pinta cada párrafo con el óleo de la anécdota, humor y reflexiones. Las tradiciones aparecen frente a sus ojos como un tesoro entre mercados, plazas, iglesias y hasta cantinas... Al final el público se puso en pie, y por el salón viajó el resonar de una ovación que don Armando agradeció con los brazos abiertos”. Con alma y corazón igualmente abiertos agradezco a los directivos de “El Siglo” su invitación y su cordial hospitalidad, y porque aprecian y reconocen mi trabajo de tantos años. Gracias también a mis generosos lectores laguneros, que abarrotaron la sala donde me presenté, y a mi colega Saúl, cuya reseña guardo como muestra de la generosidad con que me trata “El Siglo de Torreón”, mi casa en la Laguna de Coahuila y Durango ayer, ahora y siempre... FIN.
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