Mi tercera década profesional: mi carrera académica
No debes preocuparte por ponerle un precio a tu trabajo. El verdadero valor está en tu esfuerzo
Desde que estudiaba la Licenciatura en Derecho quería estudiar el Doctorado. Obtuve el premio de investigación jurídica e hice mi tesis. Luego escribí algunos libros. Concluí, además, cuatro maestrías: Penal, Fiscal, Tratados de Libre Comercio y Derechos Humanos. Pero me faltaba algo: mi formación doctoral.
Decidí, por ende, invertir todos mis recursos personales en un programa de doctorado. Sin beca, sin apoyo gubernamental y sin trabajo. Pero sabía que, con mi esfuerzo y los recursos de mi familia, podía lograrlo.
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Me fui al extranjero. Mi economía era limitada. Tenía sólo para mantenerme el primer año. Me dediqué de tiempo completo a mis cursos y a trabajar en mi tesis. Leí todo lo que encontré y escribí todo lo que pude.
Iniciaba por la mañana y concluía al día siguiente. Mis interrupciones eran mínimas: sólo para llevar a Yolita al parque del barrio. Fue uno de mis mejores momentos que he tenido con ella: empujarla en el columpio y levantarla cada vez que se caía. Todas las tardes cuando regresaba de la biblioteca, Yolita me esperaba con un abrazo y me gritaba: “vamos calle, papá”.
Ese tiempo maravilloso, sin embargo, era finito. Mis recursos se agotaban. Fue cuando inicié una etapa profesional diferente: ofrecer mis servicios profesionales de manera independiente.
Estudiaba por la mañana y trabajaba por la noche. Comencé a tener buenas oportunidades contractuales que me permitió financiarme el doctorado y, dos años después, afortunadamente, llegó la suerte: me gané una beca con fondos europeos.
Bajo ese contexto, trabajé con mayor tranquilidad mi tesis doctoral y, al mismo tiempo, comencé a litigar asuntos en el TEPJF y la SCJN. Gané varios. Recuerdo un juicio. Según la Corte, la demanda más compleja que le había tocado resolver fue una acción de inconstitucionalidad que preparé contra una ley. Al mismo tiempo, aprendí que el mejor caso que ganas es el que no cobras.
Moraleja profesional: no debes preocuparte por ponerle un precio a tu trabajo. El verdadero valor está en tu esfuerzo. Cuando tomas conciencia de ello, la recompensa económica es una segura consecuencia.
Sin duda fue la experiencia de mayor libertad profesional. Estudiar el doctorado y trabajar de consultor independiente. Eso me permitió ofrecerle a mi familia otro tipo de oportunidades: Yolita viajó mucho, conoció museos, lugares históricos y nuevas culturas. Aunque era muy pequeña y dice que no los recuerda, esos viajes quedaron como parte del horizonte de su vida. Ya lo irá descubriendo.
REGRESO A CASA
Después de algunos años en el extranjero, se me presentó una nueva disyuntiva profesional: trabajar fuera o regresar a casa. Existieron buenas oportunidades fuera. Las rechacé.
Regresé mejor a Saltillo. Es el lugar donde nací y quería contribuir con algo útil para mi comunidad. De nuevo enfrenté muchas piedras en el camino.
La vida profesional, sin embargo, me dio la gran oportunidad de participar en la construcción de un centro de investigación para ofrecer a mi comunidad las oportunidades que, en lo personal, no tuve para completar mi formación profesional.
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Entendí que el crecimiento de una generación de cambio se da por las grandes oportunidades que ofrece la excelencia universitaria. Es lo que siempre necesitamos: más y mejor educación profesional. Me interesaba, sin duda, que mi universidad ofreciera a las próximas generaciones una gran calidad educativa. Así nació la AiDH.
De la nada, comenzamos a construir una gran institución que hoy representa un gran patrimonio universitario. La AiDH ofrece lo que no tuvo mi generación: un gran espacio de formación para producir a los mejores profesionales del Derecho. Ellos son la mejor herencia de nuestra comunidad: personas que mañana defenderán los derechos humanos.
En esta nueva etapa, mi experiencia profesional se centró en generar condiciones institucionales para construir una nueva escuela en el siglo 21. No es fácil. Necesitas vencer muchos obstáculos políticos, sociales, mediáticos, culturales e institucionales. Existe, además, mucha envidia. Es como si todos se pusieran en tu contra. Pero si nunca claudicas y sumas el esfuerzo de un gran equipo, todo es posible. De inmediato, lo que muy pocos creían viable comenzó a ser una realidad. Fue un gran acierto profesional haber contribuido en la fundación de la casa morada.
Mis retos profesionales, no obstante, no se agotaron allí. Al mismo tiempo, se presentó la necesidad de colaborar con el Estado y la Sociedad para construir leyes, instituciones y políticas públicas para la protección de las víctimas.
Hoy, para bien de mi Estado, contamos con el mejor modelo legislativo e institucional para la defensa de los derechos humanos. Como todas las cosas, se pueden mejorar, deben enfrentar nuevos retos y superar sus deficiencias, pero a diferencia de otras entidades federativas, tenemos las mejores prácticas para enfrentar la agenda de los derechos humanos. Puse mi granito de arena.
Cuando pensaba que tenía la gran oportunidad de dedicarme de lleno a la academia, surgió un nuevo dilema: regresar al Poder Judicial. No lo pedí ni lo busqué. Se volvió a dar de manera natural. Lo acepté porque pensé que, desde allí, podía contribuir a una nueva etapa de reforma judicial para garantizar el derecho de acceso a la justicia en nuestro país.
Sé que tengo varios pendientes en mi carrera académica. Tengo en mente algunas pequeñas ideas. No he podido tener la pausa necesaria para escribirlas. Espero algún día tener el tiempo. Esa será mi contribución jurídica. Mientras tanto, ejercer hoy la función judicial representa una nueva circunstancia para contribuir a las instituciones de la justicia local.
Pero esta etapa actual, te la comparto en mi siguiente entrega. Continuará...