Mi carrera judicial: Mi primera década profesional
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En cada caso penal, la práctica judicial puede llegar a ser arbitraria en malas manos: la ley y la jurisprudencia, a veces, legitimaban el abuso del poder penal
En este inicio de año quiero compartirles, a manera de trilogía por década, el camino que he desarrollado durante 30 años de servicio profesional a mi comunidad.
En alguna ocasión, el profesor Luigi Ferrajoli me invitó a comer después de visitarlo en la Universidad de Roma III. Fue una larga tarde. Caminamos por Roma. Platicamos sobre las 10 aporías en la Teoría del Derecho de Hans Kelsen. Me confesó que uno debe visualizar, por década, la obra jurídica que queremos dejar. Hoy, a partir de ese consejo, quiero recordar mi primera década profesional: mi carrera judicial.
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En 1994 inicié como defensor de oficio en materia penal. Mi tesis sobre la defensa de la libertad en el proceso penal me ayudó a entender mejor la práctica. Como recién egresado me ilusione con la lucha por los derechos y garantías penales. Me di cuenta, sin embargo, que la defensa de la libertad no es fácil. En cada caso penal, la práctica judicial puede llegar a ser arbitraria en malas manos: la ley y la jurisprudencia, a veces, legitimaban el abuso del poder penal.
De cualquier manera, siempre puse mi mayor diligencia profesional para defender la libertad de las personas. Eso me generaba que algunos Ministerios Públicos me levantaran actas por “obstrucción a la justicia”, simplemente porque defendía los derechos de los imputados; uno que otro funcionario judicial, además, se quejaba porque presentaba amparos. Se quejaban porque, con mis defensas, los “delincuentes” salían a la calle. Pero esa era mi función profesional: defender de manera adecuada a toda persona acusada por un delito para asegurar su juicio debido. Abogar por las personas privadas de la libertad requiere rigor técnico, sin duda, pero sobre todo exige carácter para no dejarte presionar o claudicar ante las injusticias.
Después de ser abogado de oficio, un gran juez penal, don Antonio Flores Melo me invitó a cubrir un interinato en su juzgado. En tres meses, tuve la gran oportunidad de conocer el acuerdo en el debido proceso penal. No es lo mismo defender que administrar justicia: acordar peticiones, llevar audiencias y dictar resoluciones. Pero sobre todo aprendí a ser sensible: don Antonio, una de las personas más justas que he conocido, me enseñó a tener la capacidad de comprender los sentimientos de justicia que había en cada expediente. Después del acuerdo, nos pasábamos toda la tarde discutiendo la mejor solución justa a cada caso. Discutíamos, además, sobre el causalismo y el finalismo como teorías penales.
Desde ese momento me interesó más la función judicial. Hice cursos, inicié la maestría penal y presente mis exámenes de oposición en el Poder Judicial. Obtuve, por primera vez, la titularidad en una secretaría y me adscribieron a un juzgado de primera instancia en Sabinas en 1995.
Esa experiencia profesional fue muy importante. Todos los que entramos al Poder Judicial sabemos que tenemos que salir del lugar de nuestra residencia. No necesariamente llegamos al lugar que deseamos, pero son etapas de formación. Además, junto con un gran amigo, el doctor Francisco Valdés (panchito) que era mi jefe, tuvimos grandes experiencias judiciales.
En ese entonces se habían hecho las primeras reformas penales. Comenzábamos a tomarnos en serio las garantías constitucionales. El resultado: las quejas llegaban de Palacio Rosa a Coss porque el juzgado en Sabinas molestaba el trabajo de la Procuraduría. En una ocasión nos quiso linchar un grupo de personas porque algunos errores en la acusación del Ministerio Público podía generar la libertad de una persona acusada de un homicidio que conmocionó a la población. Al final, todos salimos bien. Al juez no le incendiaron su vehículo deportivo ni lo lapidaron; por el contrario, salió en hombros −como los toreros−. A mí me tocó elaborar la formal prisión y notificarla, después de haber padecido algunas horas el secuestro judicial del pueblo. Panchito y yo salimos de esa.
Después se acabaron las anécdotas en Sabinas. Mi profesor Berchelmann Arizpe, cansado seguramente de las quejas, me invitó a trabajar a la Sala Colegiada Penal. Fui su secretario de estudio y cuenta. Fue de mis mejores experiencias profesionales: por un lado, lo acompañé a laborar, día y noche, para abatir el rezago de más de mil asuntos pendientes que tenía la Sala, pero al mismo tiempo me dio la gran oportunidad de colaborar en diferentes tareas que complementaron mi formación.
Primero comencé a ser profesor adjunto de su materia de Derecho Procesal Penal, luego le ayudé a redactar los nuevos códigos penal y procesal penal y, finalmente, fui coautor de mi primer libro “Tesis Penales”.
La experiencia laboral con el profesor Berchelmann fue única, completa e inigualable. No sólo aprendí a redactar sentencias claras, técnicas y justas. También orienté mi vocación académica: dar clases y escribir libros para producir conocimiento útil para resolver los problemas de la comunidad.
Tiempo después tuve la fortuna de conocer a otro jefe y gran amigo en la Sala Penal, el doctor Xavier Díez de Urdanivia (†). Me invitó a trabajar con él. Pero sobre todo me dio la gran oportunidad de conocer una nueva faceta en mi carrera judicial: ser secretario general del Pleno y del Consejo de la Judicatura, a partir de 1997.
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De nuevo fue una gran experiencia. Ya no sólo fue el trabajo en los juzgados o las salas del Tribunal, sino también aprender la gestión de gobierno interno del Pleno y comenzar a implementar la carrera judicial, la disciplina y la administración desde la judicatura.
Aprendí nuevas cosas. Trabajé en la redacción de la reforma más importante a la Ley Orgánica del Poder Judicial (todavía vigente) y me tocó implementar todas las funciones del Consejo de la Judicatura, así como la labor jurisdiccional del Tribunal Superior de Justicia (que en ese entonces también conocía de la cuestión electoral) y comenzó, por primera vez, a sistematizar su jurisprudencia local.
ELECCIONES JUDICIALES 2025
Ayer se publicaron las convocatorias de los Comités de Evaluación para que cualquier interesado participe en la elección del 1 de junio, que va a conformar un nuevo poder judicial.
Las personas judiciales en funciones tenemos derecho a decidir del 3 al 5 de febrero si queremos participar o no. En ese momento anunciaré mi decisión personal.
Pero, por mi experiencia inicial, sólo puedo dejar testimonio personal que una buena manera de aspirar a un juzgado o magistratura exige pasar por exámenes, méritos y experiencias judiciales. En mi caso así lo fue. Nadie me regaló ningún puesto judicial. Fueron diferentes oportunidades que la carrera judicial me ofreció para ir conociendo la función. La sociedad tiene derecho a tener a los mejores juristas en la función judicial.
La próxima semana compartiré mi segunda década profesional: mi servicio de hacer leyes y aplicarlas en la esfera administrativa.