Mirador 09/07/2022

Por la noche, cuando nadie las mira, las ranas del estanque se convierten en bellas mujeres y juguetean desnudas en sus aguas. Luego llegan los hombres –son los peces que ahí nadan, transformados en hermosos mancebos-, y unas y otros hacen el amor bajo la fronda de los sauces.
Yo no he visto eso -¡tantas cosas hay en el mundo que no he visto!-, pero don Abundio me cuenta que de joven él fue al estanque una noche, pues quería ver a las mujeres, y quizá poseer a alguna de ellas, y lo único que vio fueron sombras furtivas que se arrojaron presurosas al estanque.
-No hicieron ruido, y el agua no se movió cuando cayeron.
Soy hombre de ciudad, y no creo en consejas. Casi en nada creo. Pero la gente del Potrero sí cree. Los niños no persiguen a las ranas del estanque, y nadie se atreve a pescar en él. Dicen:
-Podemos acabar un amor que no sabemos qué amor es.
En eso sí creo. Nadie debe acabar un amor más que aquellos que lo sufren. De cualquier modo procuro no pasar cerca del estanque, para no turbar ni siquiera con la mirada la vida de los que ahí se aman.
¡Hasta mañana!...