Mirador 13/03/23
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Esta pequeña flor no tiene nombre.
Crece entre la hierba del campo; ni siquiera conoce el honor de la maceta. Sus diminutos pétalos son blancos, y su corola, pequeña como la más pequeña o del alfabeto, tiene el mismo color que tiene el sol.
Esta flor sin nombre me parece más bella que la rosa, dicho sea con perdón de Sor Juana, de Góngora y de Gertrude Stein. La rosa sabe que es bella, y eso le quita belleza a su belleza. Esta florecita, en cambio, quizá ni siquiera sabe que es flor, menos aún sabe que es hermosa.
Sacrilegio hubiera sido cortarla. Habría sido como cortar una niña. La miré nada más, y sólo por un instante, pues me dio miedo lastimarla con mi mirada. La dejé luego para que gozaran de ella el viento, el sol y el rocío de la mañana. La dejé para que gozara de ella el mundo.
Sé bien que cuando vuelva yo ya no estará la flor. Las flores, al igual que los hombres, duran poco. Pero estará siempre en mí, hermosa siempre, marchita jamás.
Las flores duran poco, pero el recuerdo de las flores es eterno.
¡Hasta mañana!...
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