MIRADOR 15/03/2025

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En una pequeña iglesia de Mallorca se halla la imagen de un doliente Cristo. La mano derecha del Crucificado está desclavada de la cruz.
Cuenta la piadosa leyenda que hace muchos años un hombre llegó a la capilla buscando a un sacerdote para pedirle que lo escuchara en confesión. Terribles eran los pecados de aquel hombre; sus culpas eran más grandes que las mayores que el sacerdote había conocido en toda su vida, larga ya, de confesor. No existía falta en que el malvado no hubiese incurrido; todos los pecados mortales los había cometido aquel torvo mortal.
–¿Qué hago? –se preguntaba en su interior el sacerdote lleno de congoja–. ¿Cómo he de darle la absolución a este monstruo de maldad? ¡Sus culpas no pueden tener perdón de Dios!
En ese momento se oyó en la capilla un ruido como de madera que se resquebrajaba. El padre volvió la vista y se quedó sin habla: el Cristo había desclavado su mano de la cruz y con una mirada de misericordia estaba dando la absolución al hombre.
¡Hasta mañana!...