Este año la primavera no se decide a ser la primavera.
Es cierto: con tenues golpes ha llamado a la puerta de mi solar, pero aunque se la he abierto de par en par no ha entrado. Parece que teme sacar de la casa a ese adusto señor llamado invierno, que se niega a irse y cederle su lugar.
El nogal grande, el árbol más sabio entre todos los del huerto, no ha echado aún sus brotes. Eso significa que sigue presente la amenaza de una helada tardía. Las heladas que llegan tarde son letales. “Cuando en abril cae la helada, ni perros quedan en la majada”.
Todos los días voy a preguntarle al nogal si ya podemos respirar tranquilos. Temo por los durazneros, cuyas flores tienen la impaciencia de niñas que ya quieren ser mujeres, y que han pintado de color de rosa la labor llamada “El temporal”. Temo por las pomposas dalias, las mínimas violetas, las azucenas de la pasión que en sus pétalos muestran los clavos de Cristo en la cruz. El viejo nogal calla y no disipa mis temores. Cuando se pinte de verde se acabará mi inquietud de hombre de tierra, y mi corazón quedará vestido de esperanza.
¡Hasta mañana!...