MIRADOR 25/03/2025

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San Virila regresó por la noche a su convento después de haber ido a la aldea a pedir el pan para sus pobres.
La noche era oscura; no había luz de luna ni resplandor de estrellas. Sin embargo una pequeña luminosidad acompañaba al frailecito, e iba delante de él mostrándole el camino.
Los hermanos de Virila le preguntaron si ese día había hecho algún milagro.
-Claro que sí –respondió él-. Hice el milagro de vivirlo.
Les explicó que cada día es un prodigio que se nos concede, a veces sin merecerlo, y que debemos agradecer al empezarlo por la mañana y al terminarlo por la noche.
-Decimos; “Buenos días” al saludar a alguien. Pero todos los días son buenos, incluso los que consideramos malos. Nuestra vida está hecha de días. Mientras nos quede uno hemos de vivirlo. Concluyó el santo:
-Vivir bien nuestro día, o sea vivirlo para el bien, es el modo mejor de agradecerlo.
¡Hasta mañana!...