Muerte inducida, permitida o tolerada

Opinión
/ 5 noviembre 2021

Cuando la ley está por encima del dolor

Les platico:

Sobrevivió a tres trasplantes de riñón que le donaron sus hermanos.

Pero sucedió que de tantas hemodiálisis a las que fue sometido entre cada uno de los tres, su corazón se debilitó en grado extremo.

Tres años después del tercero, su trastorno renal se volvió cardíaco y luego pulmonar.

Aprendió a aplicarse él mismo la diálisis cuando sus venas ya no toleraban una conexión más a las máquinas de las hemos.

Llegó a tener que aplicarse hasta cuatro en un solo día y la vida se le escapaba a borbotones después de cada una de ellas.

Quería vivir y no tuvo empacho en privarse de la sal y de muchos otros placeres de la vida.

Pero no fue suficiente porque a pesar de todos esos cuidados que tenía, su fragilidad era mayor cada día.

No tenía más vida que para pasársela conectado a las bolsas, que al inyectarle su contenido en el cuerpo, depuraban de la sangre las toxinas que el único riñón que tiene no alcanzaba a metabolizar.

Y un día se cansó de hacerlo y con ello le sobrevino un cataclismo en sus órganos vitales.

Y no hubo más remedio que internarlo.

Estando en el hospital, los médicos diagnosticaron una gravedad creciente e irreversible.

Ya no respondía a medicamentos ni a tratamientos.

Y los hermanos fueron informados de que ya nada se podía hacer por él.

Sus padres ya murieron y no alcanzó a tener hijos.

La decisión entonces era de él y de sus hermanos, que al verlo retorcerse de los dolores le preguntaron qué quería.

Y él pidió despedirse de cada uno de ellos y de su novia, que no se le separa ni un momento.

Pero faltaba el mayor por ser consultado y cuando se le acercó para preguntarle de nuevo qué quería, al sentir su mano sobre la de él, cambió de parecer: “quiero seguirle, hermano”.

Y así se les avisó a los doctores.

Y entonces lo intubaron y al hacerlo, lo sedaron.

Se quedó dormido pero dentro de su sueño inducido, responde cuando sus cercanos se le acercan.

Despierta cuando el efecto de los analgésicos pasa y al recobrar la conciencia llora y se retuerce del dolor.

Se pidió entonces a los doctores que lo desconectaran de los méndigos aparatos que lo mantienen con vida, pero la respuesta fue que eso en México es ilegal.

Entonces se pidió a los doctores que no cesara ni un minuto la administración de los analgésicos para evitarle el dolor y dejar así que su cuerpo colapsado termine por su cuenta por rendirse.

Desde hace muchos años dispuso que sus órganos fueran donados a su muerte, pero en un despliegue de franqueza, el médico a cargo informó que sólo sus córneas se mantienen aptas para ser donadas.

Su corazón, su riñón, su hígado, sus pulmones están casi consumidos.

Aunque cada vez con menor frecuencia y tiempo, sigue despertándose y con ello aparecen también sus dolores.

Detuvieron las hemodiálisis porque ya no hay manera de conectar la máquina a su cuerpo.

El suplicio para él y para sus cercanos sigue, pues igualmente el dilema continúa: ?cómo pedirles a los doctores que lo desconecten si en sus ratos de conciencia responde al contacto y a la voz de quienes le rodean?

CAJÓN DE SASTRE

“Willy tiene apenas 50 años. Qué dura es a veces la vida... y las leyes, más”, dice adolorida la irreverente de mi Gaby.

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