No es lo mismo la confrontación política que la polarización social
Sócrates vivió aproximadamente por el siglo 4 a.C. Fue acusado de corromper a la juventud y negar a los dioses del Olimpo, por esto se le condenó a muerte. Junto con Platón y Aristóteles representan el momento más lúcido de la filosofía antigua. Su método para encontrar la verdad es la mayéutica y se realiza a través de una serie de preguntas que sirven para crear nuevos conocimientos. Las preguntas ordinariamente están cargadas de ironía donde se reta al oponente, la intención es llegar a la verdad, pues la verdad está dentro de uno mismo.
La mayéutica –dar a luz o labores que tienen que ver con el parto– es una especie de confrontación que inevitablemente llevaba a los alumnos de Sócrates a la verdad. Por estos tiempos las visiones de realidad y, por tanto, de sociedad están condicionadas no tanto por la confrontación política, sino por la polarización social. Una lleva a la otra.
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Así está la realidad, así está el mundo, y cada facción busca imponer su propia verdad. Su cosmovisión, su idea de sociedad, su idea sobre el sentido de la vida humana, pero siempre lejos de la verdad. Una especie de relativismo moral donde la verdad depende de las circunstancias, es decir, de lo que me circunda, que muchas de las veces es una realidad sesgada, porque no necesariamente tu entorno es el entorno de los demás, de ahí que la verdad es una verdad a medias.
La confrontación política es necesaria y requiere de ideas, no de polarización. La polarización es, por su parte, el inevitable camino hacia la diatriba, que no ve en el otro un oponente –en el entendido de que todos somos distintos y, por tanto, tenemos ideas distintas–, sino una persona contra la que hay que ir por el solo hecho de no pensar, no creer o no sentir de la forma como yo pienso. La confrontación precisa de ideas, de argumentos, de recurrir a la mayéutica socrática; la polarización a la rudeza innecesaria y, en muchos de los casos, a la irracionalidad, a la fuerza, a la imposición, al conflicto y al insulto, donde quien tiene el micrófono –los medios y ahora las tecnologías de información– de su lado es el que impone su verdad.
Dados los condicionamientos ideológicos que hoy están vigentes en el mundo, en América Latina y en nuestro país –que, por cierto, por estos tiempos son solamente de membrete– lo que importa no es compartir una cosmovisión que tenga en el centro a las grandes mayorías –digo esto porque difícilmente todos cabrán–, sino proyectos donde la idea subyacente sea el poder. Lo vemos en Venezuela, en Nicaragua, en Cuba, en Rusia, en el bloque socialista y lo vemos en la defensa a ultranza que encabeza Estados Unidos y los países que se adhirieron al Plan Marshall en un primer momento y ahora al Consenso de Washington, que nos ha demostrado que el modelo de libre mercado es una fábrica sistemática de hacer pobres a gran escala (cfr. Enrique Dussel) y que es un modelo inoperante y caduco.
La carencia de ideas y argumentos, por un lado, y el lujo de la imposición que da el poder, son las divisas de la polarización. Ahí es donde andamos, ahí es donde nos encontramos. Ni unos, ni otros están dispuestos a soltar el poder, ni unos ni otros están dispuestos a buscar consensos, en síntesis, a abrazar la democracia.
¿Qué pasa en la “nación más democrática” del mundo en este momento en el marco de las elecciones por la presidencia del país? Muy simple, Trump representa la polarización, Kamala la confrontación. Lo mismo pasa en Francia, Inglaterra, Argentina y en nuestro país.
La confrontación política requiere respeto, educación, altura, evidencias, nivel argumentativo; la polarización sólo unos cerillos y gasolina. Por eso en el Congreso no hay consensos reales que se pongan del lado de la verdad, independientemente de los colores partidistas; perdón de las coaliciones. Por eso la idea de Amartya Sen, porque no es de Andrés Manuel, “para que haya democracias, primero los pobres”, es una idea fabulosa que iguala a los desiguales (cfr. John Rawls). ¿Alguien que en su sano juicio podrá no estar de acuerdo? O seguimos pensando que los pobres son pobres porque quieren. Hablo de esta frase porque ha sido la punta de lanza para crear no sólo polarización política, sino polarización social, y la agregamos en una sociedad polarizada económicamente, ¿o no?
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Somos, en México, el vivo ejemplo de polarización política, que nos ha llevado a la polarización social, donde lamentablemente hemos generado un abismo entre unos y otros. No estoy muy seguro si entre unas ideologías y otras, porque de las ideologías queda muy poco (cfr. Daniel Bell y Francis Fukuyama), pero sí en cuanto a la simpatía por un grupo de poder u con el que nos identificamos, porque no estamos dispuestos a pasar la opinión o la información que tenemos por el tamiz de la verdad. Porque hasta para eso el relativismo moral puja, ¿la verdad de quién, la verdad para quién? Porque la verdad en este sistema depende de las circunstancias, y en esto que llamamos la política mexicana el que tiene más saliva come más pinole.
Argumentar significa dar razones fundamentadas y para eso se requieren “horas pompi”, que seguramente los actores políticos no hicieron y no están dispuestos-dispuestas a hacer, así que es más fácil recurrir a la violencia y a la polarización que a la confrontación. Un ejemplo de esto es la elección presidencial que vivimos por junio del presente, las mañaneras del Presidente, el trabajo de los blogueros, los youtuberos, las redes sociales, los medios convencionales de comunicación –prensa, radio y televisión y la actitud que se muestra ante la llamada reforma judicial–. La confrontación de ideas como en la mayéutica socrática seguro nos llevará a la verdad, la polarización al aniquilamiento. Así las cosas.