No se trata de borrar las instituciones de un plumazo, sino de exigirles ser congruentes y transparentes

Opinión
/ 13 noviembre 2022
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La paz, la justicia y las instituciones sólidas, constructo al que nos invita el número 16 de los llamados Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), sólo se darán en la medida en que acabemos de entender que el matrimonio entre lo que decimos y hacemos exige el apego a los compromisos que como sociedad e individuos tenemos, pues en eso consiste la integridad.

La sociedad se divide en dos esferas, lo privado y lo público. ¿Dónde termina lo privado y dónde comienza lo público? Es la pregunta que siempre está en la mesa de discusión. Hannah Arendt, en su libro “La Condición Humana” publicado en 2005, afirma que la esfera pública está basada en la igualdad y en la universalidad de la ley, mientras que la esfera privada está basada en la particularidad. En una sociedad debería importar más lo público que lo privado porque en un ámbito heterogéneo donde todos piensan, sienten, miran y actúan distinto, el respeto, la tolerancia y el diálogo son fundamentales.

La realidad contemporánea que vivimos en la esfera privada se ha dado justo por la perversión del interés personal, que luego se parcializa y finalmente se utiliza en favor del o de los interesados, donde la ley al final deja de ser garante del equilibrio social. Por eso surgieron los ODS, para poner freno a las desigualdades, a la pobreza, a la protección del planeta y sobre todo para garantizar la paz en el futuro inmediato, que ha puesto en riesgo el interés personal sobre el interés público.

Las grandes avenidas que hoy presenta la realidad que viven muchos seres humanos en el mundo requieren de consensos para buscar salidas conjuntas que aseguren un mejor futuro para las generaciones que vienen. Es precisamente aquí donde el ODS 16 comienza a tomar relevancia, pues su propósito es la búsqueda de una sociedad más justa, pacífica e inclusiva a través de sus instituciones. A seis años de la declaración oficial del arranque que se dio en 2016, el conocimiento y la operación de estos en la sociedad mundial siguen caminando lentamente.

En este sentido, las instituciones son un reflejo de los valores y el sentido de justicia que poseen las personas que las conforman. Es decir, las instituciones aparecen como el soporte básico que permite la coacción social, la libertad de conciencia y la igualdad de oportunidades en los ciudadanos. De ahí la importancia de contar con instituciones íntegras. Lo contrario es la corrupción galopante que existe en ellas.

Por tanto, ¿cómo se puede solucionar un problema tan arraigado culturalmente y tan complejo por su carácter multifactorial? Aquí es donde usted y yo podemos hacer una evaluación de las instituciones que hoy son las que sostienen el edificio de la sociedad mexicana.

En otro tiempo se hablaba de una refundación de las instituciones. En nuestro caso una buena parte de ellas fueron fundadas a principios y a mitad del siglo 20, y respondieron a las necesidades y exigencias de ese tiempo. Hoy, por supuesto, se requiere una actualización. Otras surgieron al calor de las inconsistencias y las corruptelas del final del llamado Sistema Político Mexicano. Y no por instancias de sus mismos gobernantes, sino de organismos internacionales que para no excluir a México de sus filas sugirieron abrirse a los nuevos cambios, es el caso de la CNDH y el Instituto Federal Electoral, hoy INE.

Está claro, la CNDH se complicó porque los gobiernos colocaron a sus alfiles sociales para garantizar políticas públicas ad hoc a los partidos que en su momento estaban y están en el poder, y el INE se politizó permitiendo lugares a los partidos. No había sido así o no había sido tan notorio. Ahora se habla de la desaparición del INE, seguro mañana de la CNDH.

La pregunta aquí sería: ¿el INE, en estos tiempos, y la CNDH se han comportado como instituciones íntegras?, es decir, ¿se han conducido con rectitud y honestidad y sus acciones se han dado en el marco de la prudencia? Es un ejemplo, por lo álgido del momento, pero bien aquí pudiéramos pensar en el IMSS, en la Secretaría de Educación, en instituciones gubernamentales, la que quiera, que dejó de producir bienes internos y se dedicó a producir sólo bienes externos o complicidades mutuas con particulares corruptos.

El ODS 16 es más directo en este
sentido, afirmando que una institución que posea la virtud de la integridad será aquella que promueva el estado de derecho, garantice la igualdad de acceso a la justicia, evite la corrupción y los sobornos en todas sus formas, proteja las libertades fundamentales de acuerdo con la ley, sea transparente, rinda cuentas y garantice el acceso público a la información. Esto es fundamental. Con estos criterios hagamos un checklist con el INE y de otras instituciones.

Algunos autores como Adolfo Gilly les llaman “estrategias de integridad”, excelente mote. La transparencia y el acceso libre y público a la información vienen a derrocar la cultura del secreto, la desinformación y el ostracismo con el que muchas instituciones se han conducido. Si la corrupción es el mayor obstáculo para
el desarrollo sostenible y la clave se encuentra en la integridad, las “estrategias de integridad” permitirían construir instituciones sólidas y congruentes. La integridad es la virtud central de las
instituciones que ha sido lo que muchos cuestionamos. No se trata de borrar las instituciones de un plumazo, se trata de exigirles que sean congruentes y transparentes. Eso al momento no lo hemos hecho. Así las cosas.

fjesusb@tec.mx

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