Ocho presidentes pasaron por la pluma de Julio Scherer

Opinión
/ 13 marzo 2024
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Desde el presidente Díaz Ordaz hasta Enrique Peña Nieto, ningún presidente, le fue ajeno a Scherer

El periodista escudriña, busca el diálogo, apela al testimonio.

JULIO SCHERER GARCÍA

Desde el presidente Díaz Ordaz hasta Enrique Peña Nieto, ningún presidente, le fue ajeno a Scherer. Fueron ocho los mandatarios que pasaron por su pluma. Habló con cada uno de ellos, con algunos con más cercanía, pero los confrontó con su voz primero, después dicen, con su mirada penetrante y finalmente con su arma más poderosa -la pluma-

De Gustavo Díaz Ordaz decía que bromeaba de su fealdad, pero si alguien le seguía el juego estallaba en ira. El presidente se vigilaba, era desconfiado, siempre se encontraba al acecho. Agobiado los últimos años de su vida después de la tragedia de 1968 se resguardo en su casa, su fortaleza, su cárcel. La fortifico tanto que realmente la hizo su prisión. Allí murió.

Para Julio el periodismo era una pasión, una convicción; para él siempre fue importante la verdad, no había alegría sin una responsabilidad que la limite, alguna preocupación que la ensombrezca. Le toco escuchar el grito de los jóvenes; “prensa vendida, prensa vendida”, vio los rostros descompuestos, los puños en alto, la ira en la piel.

Para los de tinta fina, permanece el periodismo en los seres que viven y en las cosas que son. Su grandeza es la del hombre, el periodismo también es poesía, sobrevive en la existencia cotidiana lo que hace que sea esta labor más atractiva, más dramática, más novedosa y sorprendente; pero para el periodista ecuánime y justo, no para el abyecto ante el poder del sistema.

Con el presidente Echeverría Álvarez crecía un encono hacía su persona, florecía la calumnia bajo firmas apócrifas y pasquines sin sentido. No hubo limite en la ofensa. Sin embargo, la administración del presidente denostaba otros signos: información sin inhibiciones y critica. Se reiteraba en público un gobierno honrado y una prensa independiente para tener una verdadera democracia. Pero nadie por principio propio puede ser juez y parte.

En el caso de López Portillo afirmaba Scherer que se presentaba como deportista, orador, maestro, filosofo, escritor, bailarín, cantador, charro, decía que perdió el celo por la República en la segunda mitad de su mandato. Juliao así era como le llamaba el presidente en ese entonces...

Se ofrecieron lazos cordiales con el presidente De la Madrid. Nada cambio en Proceso, volvieron los tiempos de otros tiempos, sensaciones que ya había padecido el periodista y la revista. Pasaron días, semanas y meses y ninguna audiencia se concretó, el detonante, unos cartones alusivos al presidente que salieron en la revista. Scherer decía que cada quien es libre de su espacio en la revista y que por la revista responden todos, él no era el patrón.

Fue una noche que Scherer recibió a Salinas de Gortari en su casa, la conversación entre ambos fue tranquila, lo recibió con un libro de Galeano firmado por el propio autor. Se hablo del Tratado de Libre Comercio, de Relaciones Internacionales y en lo fundamental, que Salinas creía en la economía como principio para la transformación política.

Salinas de Gortari dejo su palabra empeñada: que en su mandato Proceso no sufriría agresión alguna. Salinas dejó la presidencia a los cuarenta y seis años. En esos momentos, fue cuando el país convulsiono ante un incidente, el asesinato de Luis Donaldo Colosio, fue la primera vez cuando un presidente de la República, pedía su opinión al presidente de Acción Nacional sobre que personaje le sucedería a Colosio.

Ernesto Zedillo como Secretario de Educación Pública se unió a las precandidaturas por suceder a De Gortari junto con Colosio y Manuel Camacho. Al reunirse Scherer en el departamento de la Maestra Elba Esther Gordillo fue tajante: “no me gustaría que llegara usted a la Presidencia de la República”. “Usted me educa y no quiero que me eduque”. El gobierno del presidente Ernesto Zedillo pretendió que se fuera olvidando el 2 de Octubre. Para el presidente si quedaban cuentas por saldar, las saldaría la historia, no la ley. A lo largo de los años el poder solo cambia de rostros, pero su contundencia no cambia, así que las demandas de los viejos, antes estudiantes, quedaría en puntos suspensivos...

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