Panamá y la riqueza de la diversidad

Opinión
/ 21 febrero 2025

En la vorágine citadina, entre el tráfico y la proliferación de rascacielos, prácticas culturales gestadas en tiempos y espacios muy lejanos han encontrado aquí tierra fértil para prosperar y cobrar vida propia

Panamá es una nación joven. Su independencia de Colombia se concretó apenas en diciembre de 1903, con apoyo de Estados Unidos, que tenía un interés estratégico en la construcción del Canal. Aunque sus raíces históricas son comunes a las que dieron origen a aquella nación ubicada en el norte de Sudamérica, sus dinámicas actuales han tomado un rumbo propio, fuertemente marcado por el Canal de Panamá, cuya inauguración, en 1914, transformó la economía y el perfil demográfico del país.

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Desde entonces, Panamá ha sido un imán para la migración global. La presencia de comunidades chinas, afroantillanas, árabes, judías e hindúes, entre otras, ha tejido un entramado cultural que hoy es parte inseparable de la identidad panameña. La ciudad de Panamá, inevitablemente cosmopolita, es un crisol de manifestaciones culturales. Y así como cada especie en la selva encuentra su camino para sobrevivir en medio de la exuberancia que la rodea; en la vorágine citadina, entre el tráfico y la proliferación de rascacielos, prácticas culturales gestadas en tiempos y espacios muy lejanos han encontrado aquí tierra fértil para prosperar y cobrar vida propia.

Esta semana tuve la fortuna de visitar un rincón poco conocido de la ciudad: el Parque de la Amistad Chino-Panameño. Un espacio hermoso, con jardines meticulosamente cuidados, pabellones de arquitectura tradicional y esculturas que evocan la milenaria cultura china, transportando al visitante a un país tan lejano en geografía como presente en la historia panameña. La comunidad china en Panamá es la más numerosa de Centroamérica, con raíces que datan de mediados del siglo 19, cuando miles de migrantes llegaron para trabajar en la construcción del ferrocarril y, posteriormente, en el Canal. Su influencia se percibe en la gastronomía, el comercio y las festividades nacionales, como el Año Nuevo Chino, celebrado con gran entusiasmo en la capital.

Un par de días después, descubrí un templo hindú ubicado relativamente cerca del parque. También allí encontré esa belleza propia de las prácticas religiosas de la India: colores vibrantes, símbolos sagrados y un ambiente de devoción que parece abrir un portal hacia otra realidad. Como en el caso de la comunidad china, la migración india a Panamá es una historia de esfuerzo y adaptación, con generaciones de familias que han contribuido al desarrollo del país, desde el comercio hasta la educación.

$!Interior del templo hindú.

Hoy, en un mundo donde los migrantes generan tanto temor y en el que proliferan discursos de odio y rechazo, se vuelve evidente que quienes alimentan esas ideas no comprenden la riqueza que están negando a sus propias sociedades. No se trata de adoptar las prácticas del otro, sino de reconocerlas como igual de legítimas que las propias. Aprender a convivir es un desafío, pero también una oportunidad. Así como el roble y el ceibo comparten espacio con las enredaderas en la selva panameña, coexistiendo en un ecosistema que se fortalece con su diversidad, los seres humanos también crecemos cuando aprendemos a vivir juntos sin imponernos unos sobre otros.

Mi camino migratorio es voluntario. A diferencia de la mayoría de quienes salen de sus países, no huyo de la pobreza ni de la violencia. Trato de comprender las razones de quienes migran, pero también las de quienes sienten temor u odio. Y sólo puedo desear que pronto logremos entender que no es necesario que todos coincidamos en nuestra forma de ver el mundo. Basta con respetar las diferencias, porque son precisamente ellas las que nos hacen iguales en nuestra humanidad.

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