Gane quien gane, un día después del 2 de junio, los partidos políticos de oposición (PAN, PRI y PRD) tienen la obligación ética y política de enfrentar y resolver la crisis de representatividad que han arrastrado desde el arribo al poder de Andrés Manuel, en 2018.
Faltos de autocrítica para entender las razones de su aplastante derrota, nunca fueron capaces de encontrarles los tres pies al gato.
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En seis años, cada uno de ellos perdió identidad ideológico partidista. Tanto como para coaligar un partido de derecha con uno de centro gelatinoso y otro de izquierda; porque sólo así podrían enfrentar el vendaval morenista.
También perdieron militantes. En contraste con Morena que de 2020 a 2023 integró casi 1.8 millones de militantes; el PRI, de 2 millones 65 mil perdió 653 mil 272 partidarios. Mientras el PRD, de 999 mil 249 perdió 243 mil 161 adeptos.
El PAN logró integrar 25 mil 525 para sumar 277 mil 665 militantes y, con ello, rescatar su registro como partido, porque el mínimo exigido por el INE es de 246 mil 270 partidarios.
Al contrario del PAN y del PRD, el PRI, con la pérdida de 11 gubernaturas, perdió poder territorial y recursos económicos para aceitar la estructura electoral.
A pesar de sus repetidos errores, Marko Cortés, presidente del PAN, evitó fracturas significativas al interior de su partido. En cambio, Alejandro Moreno endureció el músculo autoritario para entrelazar a los miembros de su camarilla con nombramientos a diputaciones federales y senadurías, y fracturar así de manera importante al PRI. Jesús Zambrano, dirigente del PRD, en modo zombie, ni susto pegó.
Los tres partidos perdieron, con excepción del PRI Coahuila y de los estados panistas, la lucha en territorio contra los programas sociales y las transferencias económicas directas de la 4T. ¿Cómo llegar a casa de la familia “N” con una despensa y un bulto de cemento, cuando ésta tiene un ingreso acumulado −y nutrido por Morena− de 15-18 mil pesos?
Otro factor crítico para ahondar la derrota de la oposición en territorio está relacionado con los miles de millones de pesos −que provienen de la tenebrosa opacidad de Morena− para las campañas de 2018 a 2024.
Como resultado del panorama anterior, los tres partidos se tomaron de la manita y voltearon sus ojitos para mirar a la ciudadanía, en particular, de clases medias, y dieron un saltito de emoción.
La candidatura de Xóchitl Gálvez apuntalada por 250 organizaciones de la sociedad civil, bajo un formato metodológico de corte ciudadano, fue el principio. El siguiente paso consistió en desplazar a los integrantes de dichas organizaciones de todas las candidaturas en el país. El tercero fue utilizar la candidatura de Xóchitl para alcanzar la mayoría relativa en el Congreso y en el Senado. Y retener −y ampliar− el número de gubernaturas de oposición.
La alianza con la ciudadanía es, entonces, una simulación coyuntural −válida por razones pragmáticas, nada más−. En particular para el PRI y el PRD porque el primero acumula un 45 por ciento de rechazo y el segundo puede perder el registro este próximo 2 de junio. En cuanto al porcentaje de rechazo, el PRI Coahuila no se cuece con las mismas habas del PRI de las 31 entidades federativas restantes.
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Esta situación abre una oportunidad histórica al PAN porque será el más fortalecido después de las elecciones para recuperar −bajo un modelo distinto− un territorio que cedió −por errores propios y por el grito priista de “vamos por el voto útil”− ante unas clases medias y altas atemorizadas.
Toda recomposición de los partidos políticos de oposición pasará, después del 2 de junio, por esta lucha desde distintas posiciones de fuerza política para capturar el voto de las clases medias.
La supervivencia futura de la oposición y, de manera puntual del PAN, estará, sobre todo, ahí.
Al tiempo.