‘Perdamos tiempo’

Opinión
/ 7 mayo 2024

“No se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos”, posiblemente es una de las enseñanzas más conocidas que el Principito -niño viajero y curioso, procedente del lejano Asteroide B-612- transmite al piloto que se vio obligado a realizar un aterrizaje forzoso en el desierto del Sáhara, el cual sería uno de sus compañeros de diálogo durante su aleccionadora travesía.

“El Principito’’ (Le Petit Prince), es un libro escrito por Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944), la obra resguarda valores universales como lo son la amistad, la lealtad, el amor y la fidelidad.

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Esta historia, aparentemente simple en su narrativa, revela capas profundas de significado que resuenan con lectores de todas las edades y culturas. A través de las aventuras del Principito en su viaje interplanetario, el autor nos invita a reflexionar sobre la naturaleza humana, la importancia de las conexiones genuinas y la esencia misma de la vida. Es un libro que continúa inspirando y dejando una huella perdurable en el corazón de quienes tienen el privilegio de conocerlo.

En esta ocasión, comparto una reflexión que tiene como punto de partida el preciso momento en que el Principito conversa con el zorro, el animal que ha tenido a bien “domesticar” convirtiéndolo en amigo.

ADIÓS...

El Principito impaciente espera la promesa del zorro, ese secreto que habría de compartir este animal amigo con él antes de marcharse, pero se toma un momento para ir al jardín a ver a las flores. Recordemos que el Principito tiene en su planeta una rosa muy especial, la cual le ha “domesticado el corazón”. Antoine narra:

“El Principito fue a ver nuevamente a las rosas: -No son en absoluto parecidas a mi rosa; no son nada aún -les dijo-. Nadie las ha domesticado y no han domesticado a nadie. Son como mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo lo hice mi amigo y ahora es único en el mundo. Y las rosas se sintieron bastante molestas. -Son bellas, pero están vacías -les dijo aún-.

“No se puede morir por ustedes. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se les parece. Pero ella sola es más importante que todas ustedes, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo una campana de cristal. Puesto que es ella la rosa a quien abrigué con un biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté (salvó dos o tres que se hicieron mariposas). Puesto que es ella la rosa a la que escuché quejarse, o alabarse, o también, algunas veces callarse. Puesto que es mi rosa. Y se volvió a donde estaba el zorro: -Adiós -dijo. -Adiós -dijo el zorro-”.

LO ESENCIAL

“He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. -Lo esencial es invisible a los ojos -repitió el Principito, a fin de acordarse. -El tiempo que perdiste por tu rosa es lo que hace a tu rosa tan importante -dijo el zorro.

“-El tiempo que perdí por mi rosa -dijo el Principito, a fin de acordarse. -Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa. -Soy responsable de mi rosa -repitió el Principito, a fin de acordarse”.

En este contexto, cuando el zorro habla de “domesticar”, se refiere a establecer un vínculo especial con alguien, a través del tiempo y la dedicación, creando una conexión única y profunda. Domesticar, entonces, significa desarrollar una relación significativa y duradera basada en el respeto, confianza y el afecto mutuo.

VÉRTIGO

Dedicamos bastante tiempo y esfuerzo en la búsqueda de la efectividad: en trabajar arduamente, en estudiar enloquecidamente, en lograr legítimos satisfactores materiales. Pero creo que, en el mismo proceso, perdemos lo esencial.

Hoy las personas se encuentran seriamente amenazadas y afectadas por la inestabilidad laboral que, dicho sea de paso, cada día se vuelve más volátil, por la presión a tener una capacitación permanente para estar a la par de la competitividad, por el efecto que tiene la creciente deshumanización de las instituciones sociales, del gobierno, de las empresas y escuelas; por los efectos de la crisis de indiferencia que globalmente padecemos.

Las consecuencias de esta realidad son graves: divorcios, vacíos existenciales, deterioro de las relaciones humanas e inclusive suicidios. En síntesis, existe un sensible quebranto en la calidad de vida, lo que ha originado el desarrollo de enfermedades crónicas derivadas de esta manera de vivir.

COMENCEMOS...

Ante esto, propongo una locura: hay que saber perder el tiempo. Perder el tiempo para disfrutar de la vida. Perder el tiempo para ganar tiempo. Perder el tiempo para incrementar la calidad de vida. Perder el tiempo para aprender a ser mejores personas, más felices y plenas.

Recordemos al Principito: se permitió el tiempo para domesticar al zorro, para hacerlo su amigo. Y es cierto, no hay mejor tiempo ganado que aquel que se “pierde” con lo que uno aprecia, como ese amigo que tanto nos llena y al que, desgraciadamente, no siempre dedicamos suficiente tiempo para verlo.

Comencemos a “perder” tiempo con los amigos que la vida nos ha brindado. Permitamos que una taza de café se enfríe mientras disfrutamos del calor de esas conversaciones que solo nacen con aquellos a quienes apreciamos.

¿CUÁNDO?

Perdamos tiempo con esos libros que nunca encontramos el tiempo para leer, esos que no hablan de competitividad, eficiencia y productividad, esos que son inútiles para la vida profesional pero que enriquecen y amplían el alma de quien los lee. Por Dios, ¿cuándo se nos ocurrió la idea de que los libros siempre deben tener ideas aplicables, pragmáticas y con sentido de negocios?, ¿acaso no se lee solo por el placer de hacerlo, por la alegría de volver a leer y por la simple dicha de permitir que los conceptos de gente verdaderamente grande penetren en el alma?

DEDIQUEMOS

Perdamos tiempo admirando lo que la vida nos regala: el sol, las nubes, los atardeceres, las risas de los niños, las flores, los aromas que deja la lluvia, la aparición de la luna y los amaneceres. Dediquemos tiempo a caminar simplemente para disfrutar del encanto de observar las hojas de los árboles moviéndose bajo el influjo del viento.

TIEMPO

Perdamos tiempo, como lo dice el zorro, tratando de ponerle atención a eso que es esencial en la vida y por ende invisible a los ojos: lo que se puede disfrutar al conversar con los ancianos, con los que se encuentran solos, con las personas que nos aman, pero que no tenemos el tiempo de verlas.

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Perdamos tiempo desacelerando el ritmo de vida: pensando más y hablando menos, comprendiendo más y juzgando menos, compartiendo más y envidiando menos. Deseando menos y gozando más. Perdamos tiempo dando gracias a Dios por lo que tenemos y también por eso que no poseemos.

Perdamos tiempo dedicando tiempo a esas rosas que hacen que nuestra existencia sea verdaderamente valiosa, por esos detalles que luego se vuelven significativos. Vivamos perdiendo el tiempo por eso que ni un millón de dólares podría jamás comprar, por eso que existe el corazón de cada persona y que espera ser despertado, por eso que podría convocar a una vida más estupenda pero que, por las endemoniadas prisas, mínima atención le procuramos, y que luego terminamos olvidando.

Perdamos tiempo aprendiendo y disfrutando como lo hacen los niños; derrochemos tiempo recuperando a ese “principito” que habita en nuestra alma.

cgutierrez@itesm.mx

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