¿Podrías disparar como una Oxalis corniculata?
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Allí estaba la imagen, una pequeña planta con sus vainas vellosas a la que le pasaron una delgada rama y luego se le veía disparando sus semillas. Oxalis corniculata se llama. Y es conocida como lengua de vaca tal vez por las vellosidades un poco ásperas de sus vainas.
Pues era este ser abriendo sus vainas, como escupiendo las semillas gracias a un resorte de filamentos que hay en el interior.
A esta capacidad los botánicos le han llamado dispersión balística de semillas. Y no, no es para atacar ni para declarar la guerra, es su mecanismo de reproducción y supervivencia. Esto le permite llegar a nuevos espacios y sobreponerse a la competencia de territorio.
Lo que para otros seres pudiera leerse como condiciones inconvenientes, como el andar de un animal que la rozara a su paso o la caída de robustas gotas de lluvia sobre ella, son elementos favorables que permiten que active un mecanismo interno desenredando filamentos que expulsan a las semillas con tal fuerza, que abren la vaina y se dispersan con velocidad en distintas direcciones.
¿Será que este sería el único modelo deseable de dispersión balística en el sentido general de crear y no de destruir? El ser humano lo que sí pudo crear en 1718 fue una ametralladora; para eso usó el intelecto el británico James Puckle. Su modelo estaba compuesto por un tambor que se activaba con una manivela y alcanzaba los 63 disparos en siete minutos. Y no, por más que se adore la perfección de un metal que contenga mecanismos con fines bélicos, ninguna máquina de guerra tiene ni la belleza ni la profundidad de defender un territorio para la vida como las plantas, y en este caso, ninguna ametralladora se compara, más bien palidece y de desintegra ante la belleza de la Oxalis corniculata con sus flores amarillas.
¿Podrías disparar como una Oxalis corniculata? ¿Podría yo hacerlo? Eso sí tal vez. No podríamos crear tal prodigio vegetal pero sí un mecanismo de dispersión. O al menos aplicar los que ya existen, como el caso de las bolas de arcilla con semillas, como lo ideara el filósofo y biólogo japonés Masanobu Fukoka. Estas bolas permiten dejar caer semillas con una cubierta que les arropa y permite que tengan mayores posibilidades de sobrevivencia, evitando el arado o métodos intensivos.
Fukoka, fallecido en 2008, junto a las semillas del cultivo a elegir, añadía semillas como las de trébol blanco para que al germinar primero que la semilla del cultivo elegido, desarrollaran una alfombra o cubierta protectora e impidieran el nacimiento de otras hierbas que no fueran favorables para el cultivo en cuestión.
El ser humano quiere seguir “sembrando” máquinas de guerra, o prefiere sembrar vida, esa que tanto se requiere ahora, con las ardientes temperaturas y la desertización de territorios por causas antropogénicas.
Que no prosperaran campos de balas, sino campos de flores amarillas. Seguro es ingenuo pedir esto a los señores de la guerra, pero es una manifestación válida, esta es una vía sugerida ahora que el poder continúa escalando en la violencia. Flores, más flores en lugar de balas. Sonidos de semillas que vuelan, sonidos de vainas que se abren. Y todo ese perfume.