Alma de rey
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Es importante que se sientan queridos para superar sus angustias
El otro día, caminando por la acera en Venustiano Carranza, me crucé con un joven que, al mirarme, me traspasó un poco de su tristeza. Arrastraba los pies y en sus ojos reflejaba un mar de abatimiento. La mirada perdida como mirando a ninguna parte -al espacio vacío-, como queriendo escaparse con su vista a un país lejano. No pude saber qué le pasaba, ni cuáles problemas aquejaban su alma. Si estaba totalmente abandonado (a juzgar por los andrajos que llevaba puestos, cabía pensar eso); si de niño le obligaron con engaños a probar la droga (sus ojos rojos lo delataban); o si, en fin, alguna vez alguien le dio la oportunidad de trabajar honradamente. Me traspasó un poco de su tristeza, porque no pude evitar sentirme algo afligido pensando en su situación y en el futuro que le espera. Apenado por él y por otros tantos jóvenes y niños que igualmente “habitan” en las calles de nuestras grandes urbes. En las alcantarillas de Saõ Paulo, en los barrios marginales de Madrid, en las barracas de la Ciudad de México, haciendo malabares en los semáforos de Saltillo… Y… ¡vaya sorpresa! Parece que nuestro mundo está hecho de contrastes.
Unos minutos después, ya cerca del lugar a donde me dirigía me encontré con Alejandro. Es un joven de tan solo tiene 21 años que conocí unos años atrás en la preparatoria del colegio en donde trabajo. Apenas nos hubimos estrechado las manos, me empezó a contar con entusiasmo desbordante algunos proyectos que tiene. Primero, sacar el más alto promedio de su curso para poder graduarse con honores; segundo, iniciar una empresa de páneles solares; tercero, empezar a ahorrar para regalarle un viaje a sus papás en el aniversario de sus bodas… y además, poder seguir apoyando a un grupo de jóvenes “Alcohólicos Anónimos”. Al notar mi sorpresa ante su último proyecto, me empezó a explicar lo que hace con este grupo, al que acude dos veces por semana. “Es importante que se sientan queridos para superar sus angustias” -me dijo-. Muchos de ellos no tienen familiares y “a veces con nuestra sola presencia basta para motivarlos y sacarlos del atolladero”. “En pocas palabras -concluyó- se trata de hacerles descubrir que tienen un alma”. Un claxon nos interrumpió y un joven que venía a buscarme me hizo señas desde el carro que estaba al lado que ya había llegado. Nos despedimos y con la promesa de volver a vernos pronto.
Me subí al carro y por la ventana vi alejarse la figura sonriente y entusiasta de Alejandro. Ya de camino, su última frase seguía rezumbando en mi interior y no pude evitar pensar en David, el personaje bíblico que derrotó a Goliat con una honda. Siendo apenas un muchacho, que cuidaba los rebaños de su padre, jamás se imaginó que dentro de sí llevaba algo muy grande: un alma de rey. El hecho es que llegó a ser uno de los más gloriosos reyes de Israel. ¿Cuántos jóvenes de nuestras ciudades irán por las calles sin llegar a descubrir jamás que llevan alma de rey? Y ¿cuántos jóvenes sin nombre -como el de los ojos rojos- lo han descubierto ya gracias a la generosa labor de personas nobles y entusiastas como Alex? No lo sé… Lo que sí sé es que Alejandro me dio una gran lección: está en nuestras manos, con sólo un poco de tiempo y de interés sincero, ayudar a las personas que nos rodean a descubrir que llevan dentro de sí un alma de rey.