El origen evolutivo de las capacidades artísticas del ser humano

Politicón
/ 3 diciembre 2016

El arte, como una forma de plasmar y transmitir emociones e ideas, es una característica (hasta donde sabemos) exclusiva de nuestra especie que implica la expresión estética de algo más fundamental: la habilidad cognitiva de construir símbolos que tengan un sentido comunicativo. Es decir que las capacidades artísticas del ser humano tienen el mismo origen evolutivo que el lenguaje y el potencial para fabricar herramientas, ya que éste implica el tener en mente una idea clara de lo que se va a confeccionar e imprimir al material una forma determinada. Desde esta perspectiva, el arte tiene sustento en la evolución biológica de las capacidades cognitivas de nuestra especie, y es por ello que es plausible y hasta necesario preguntar cuándo y cómo surgió nuestra capacidad para construir símbolos, para hacer arte. Éste es precisamente el tema que aborda Michael Balter en su artículo “On the Origin of Art and Symbolism” publicado en la revista Science en 2009.

Hasta donde sabemos, las pinturas rupestres más antiguas de las que tenemos referencia se encuentran en la cueva Chauvet, al sur de Francia, y datan de hace 30 mil años; sin embargo, de acuerdo con Balter, hay evidencias que sugieren que las capacidades artísticas del ser humano surgieron mucho antes. Está por ejemplo la Venus de Tan-Tan, un trozo de cuarcita de 6 centímetros de largo labrado hace entre 300 y 500 mil años que parece representar una figura humana –recordemos que se estima que el Homo sapiens surgió hace unos 200 mil años, por lo que esto implicaría la existencia de capacidades para la expresión estética en por lo menos algunos de nuestros ancestros homínidos–; o la figura de Berekhat Ram, encontrada en Golan en 1981, que parece representar a una mujer y data de hace 250 mil años. En el primer caso, no existe un consenso sobre si la Venus puede considerarse arte, ya que no queda claro si quien la labró buscaba comunicar algo, si quienes lo rodeaban podían entenderlo, o si simplemente dio forma al mineral por accidente. En el segundo caso no se sabe siquiera si la figura fue labrada o si adquirió esa forma mediante procesos naturales. Lo que sí se sabe es que las capacidades artísticas de la especie humana no surgieron de la noche a la mañana, y que para que nuestros ancestros plasmaran en Chauvet imágenes tan bellas que hicieron romper en llanto a los descubridores debían contar ya con capacidades importantes para la expresión estética.

Como señala Balter, encontrar mensajes simbólicos en el registro arqueológico es sumamente complicado, por lo que es necesario buscar alternativas que den indicio de las capacidades cognitivas de nuestros ancestros. Una de ellas es buscar comportamientos que impliquen la posesión de capacidades cognitivas similares, como la elaboración de herramientas. En este caso, las herramientas que buscamos no son las primeras piedras afiladas que nuestros ancestros utilizaron para cortar materiales diversos y fabricaron golpeando unas piedras con otras hace 2.6 millones de años, sino herramientas como las Acheulian tardías: hachas con un sentido simbólico (como indicar el estatus del portador) elaboradas con base en un mapa mental hace unos 500 mil años, cuando el H. heidelbergensis caminaba la Tierra. En estas herramientas convergen las capacidades cognitivas necesarias para la elaboración de herramientas con el simbolismo, que se evidencia también en el uso de pigmentos y objetos ornamentales.

Ante el desarrollo de comportamientos tan complejos cabe preguntarse ¿cuál es la ventaja adaptativa que el uso de símbolos confirió a nuestros ancestros? Según Balter, la capacidad de utilizar símbolos complejos para comunicarnos permitió que nuestros ancestros pudieran cooperar mejor y planear estrategias a futuro como ninguna otra especie lo hizo antes, lo que mejoró sus posibilidades de sobrevivir y reproducirse. Es decir que tanto el arte como el lenguaje son indispensables para relacionarnos los unos con los otros, así como para construir y mantener una identidad de grupo.

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