Café Montaigne 161
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Los días de esta maldita pandemia son largos, lerdos, interminables. El Gobierno Federal de Andrés Manuel López Obrador engañó a todos. Empezando por ellos mismos. Se chuparon su propio dedo. Lactantes, decidieron unilateralmente o decretaron diariamente: los mexicanos somos menores de edad. No merecen la verdad. Mejor engañarles. Afortunadamente no todos caímos en su pozo de engaños y mentiras. En este generoso espacio de VANGUARDIA una y otra vez le advertí de ello: la pandemia iba para largo y las cifras de contagiados y muertos poco o nada coincidían contra las monitoreadas por organismos serios a nivel nacional e internacional.
A usted y a mí, lector, jamás nos engañaron. Seamos francos, se engañaron a sí mismos. Sólo eso. Pero nos han llevado entre las patas. El daño al País es brutal. Lo peor, ahora sí y de verdad, la cosa es de temerse. El contagio es atroz y nos encaminamos sin freno a ser los primeros en el mundo en materia de contagiados y muertes por la pandemia. Tome usted sus precauciones y buenas decisiones. La pandemia ha sido letal para todo mundo. En todos los aspectos. En uno de estos días, ya tan terribles, una noticia de muchas me afectó: moría en Los Ángeles, California, el escritor catalán avecindado allí, Carlos Ruiz Zafón (1964-2020).
Joven, el maestro se fue de Barcelona porque dijo en alguna entrevista, su ciudad le interesaba, sí, pero no lo de hoy, sino aquellas historias pasadas, las cuales era de hace lustros. No su presente ni su futuro, de Barcelona le interesaba su pasado. Un pasado casi inmediato, pero al fin de cuentas, pasado. Su pasión era el cine y por eso se fue a Los Ángeles y a Hollywood. Aunque al parecer, al final de cuentas resultó ser un mero pretexto. Allí se quedó a vivir y escribir, y en ese entorno redactó una trilogía de novelas portentosas, ancilada la tirada de naipes en una deslumbrante editada en el 2001: “La Sombra del viento”.
Carlos Ruiz Zafón murió en días pasados, aunque no por la mordedura del bicho. Padecía un cáncer de colon el cual lo llevó a la tumba. Y caray, joven, muy joven y en plenitud de facultades creadoras. En todo el mundo se han publicado notas necrológicas sobre su deceso. Lo merecía. “La Sombra del Viento” es un tour de force por la erudición, el ambiente libresco y el escenario urbano de la Barcelona de la primera mitad del siglo 20, donde habitan bibliófilos enfermos y malditos, amores juveniles y maduros (la educación sentimental del protagonista, Daniel Sempere), la mismísima presencia y sombra infausta de Franco y las tinieblas de la posguerra. Un fantasmal escritor (Julián Carax) y su producción inconseguible de textos, es la imagen y metaliteratura de todos conocidos: el fracaso del escritor. Luego, su silencio. Sobre estos ejes gira la novela en un entramado policiaco, de suspense y, a ratos, un largo folletín tan entretenido como inolvidable.
ESQUINA-BAJAN
“La Sombra del Viento”, libro escrito por Julián Carax del cual no conocemos palabras ni líneas textuales, pero sí su trama vertebral: “La novela relataba la historia de un hombre en busca de su verdadero padre, al que nunca había llegado a conocer y cuya existencia sólo descubría merced a las últimas palabras que pronunciaba su madre en el lecho de muerte (página 13).” Aflora un tema literario, tan eterno y de linaje escogido, como una trama o poema romano, griego o saga bíblica: la búsqueda del padre. En un plano vertical, el padre es la semilla, la cimentación de una descendencia y un eslabón de linaje (Génesis 21 y 48). Al procrear, él mismo se perpetúa.
Buscar al padre, al verdadero padre, labor bíblica y eterna. Incluso, labor para el siempre alcanzable palimpsesto (usted dirá si es plagio). Lea lo siguiente: “Vine a Comala porque me dijeron que acá vivía mi padre, un tal Pedro Páramo. Mi madre me lo dijo. Y yo le prometí que vendría a verlo en cuanto ella muriera. Le apreté sus manos en señal de que lo haría; pues ella estaba por morirse y yo en un plan de prometerlo todo…”. Claro, usted conoce este texto fundacional, son las líneas primeras, inolvidables, tatuadas a fuego, de “Pedro Páramo” de Juan Rulfo. Ahora relea las líneas entrecomilladas escritas por Carlos Ruiz Zafón. Deudores somos todos en esta vida y no hay nada nuevo bajo el sol, para citar al Eclesiastés.
Releí con agrado “La Sombra del Viento” ahora con la repentina muerte de su autor. Cuando en la Feria del Libro de Guadalajara en año pretérito fueron invitados de honor los autores y artistas de cultura catalana, de la región catalana, ese año y casi como siempre asistí a la Feria. Me regalaron un libro, una antología de textos de los autores (poetas, ensayistas, narradores) los cuales iban a participar a lo largo del encuentro librero. Allí venía, como no, Carlos Ruiz Zafón y su “Cementerio de Libros Olvidados”. Para mi desgracia no recuerdo haberle visto o escuchado. Con tanta oferta cultural y a la misma hora y en varios escenarios, tal vez ese día me decanté por otro evento. Hoy lo lamento muchísimo.
El texto inicia en un amanecer de 1945 en una volátil y ceniza Barcelona. Luego, el desarrollo será vertiginoso, con visos de texto policial y erudito a la vez. No poca metaliteratura. Y si la novela avanza en el tiempo debe tener eso llamado verosimilitud literaria. Es decir, los personajes deben dormir, ir al baño, bañarse y, claro, comer y beber. Lo cual en esta novela se agradece, situación la cual abordaremos en estas páginas en la columna dominical “Salpicón”. Fue y ha sido tal la lectura e influencia de esta novela, la cual ya aparece incluida en recopilaciones al estilo de “Libros que hay que leer antes de morir”.
LETRAS MINÚSCULAS
Tal vez alguien, algún escritor debería pergeñar precisamente los libros no escritos por Julián Carax, los cuales él mismo los perseguía en la ficción para hacerlos lenguas de fuego…