Corrupción, la cara de la tiranía en el siglo 21 donde predomina el abuso
COMPARTIR
TEMAS
Prisionero de tu egoísmo y posterior olvido… Me pregunto: ¿Cómo has podido? ¡No! ¡No es que yo sea invisible! Aunque por ignorarme hagas todo lo posible, Tan sólo prefieres no mirarme… Y cuando lo haces es únicamente para reiterarme: Que no te intereso ni merezco tu empatía, ¿Por qué sería de otra forma? si no soy parte de tus amigos, ni familia… Que mi situación es del sistema otro error y tu participación en él es apenas un rumor…
Guadalupe Imormino de Haro
En días recientes, titulares de distintos medios de comunicación han hecho alusión al último caso conocido de corrupción en nuestro País, que mediante declaraciones de Emilio Lozoya implica en su comisión a diversos exfuncionarios públicos y políticos. Si bien aún no es posible determinar a los responsables, hay un hecho indiscutible: hubo actos de abuso del poder público y político.
Tal parece que, a pesar de contar con instrumentos internacionales, legislación y políticas públicas federales y locales en materia de derechos humanos, transparencia, rendición de cuentas y gobierno abierto, en México aún hay espacio para la corrupción. No obstante, casos como este son la punta del iceberg. Las causas y consecuencias de la corrupción son muy variadas y su afectación a los derechos humanos también.
La corrupción se vincula de forma directa a la violación de derechos humanos cuando un acto corrupto se utiliza como medio para violar un derecho, y de forma indirecta cuando el acto corrupto es un factor esencial que contribuye a una cadena de acontecimientos que eventualmente conduce a la violación de un derecho.
Un ejemplo de vinculación directa de la vulneración de derechos humanos y la corrupción es el tráfico de personas para su explotación laboral o sexual, ya que suele involucrar a servidores públicos que a cambio de sobornos aparentan no percatarse del flujo y actividad objeto del tráfico.
Un ejemplo de vinculación indirecta de la vulneración de derechos humanos y la corrupción es el robo de fondos públicos por los funcionarios, logrando así obstaculizar la plena efectividad de derechos como el de educación, salud, alimentación, cultura, trabajo, vivienda y medio ambiente, al no permitir que los recursos del Estado se utilicen al máximo para darles plena efectividad. Con esto se rompe con la obligación señalada en el artículo 2 del Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales.
La lista de vulneraciones de los derechos humanos por actos de corrupción en México y el mundo es larga y variada. Cosas tan normalizadas como el soborno a un juez, policía o cualquier autoridad para la obtención de un trato o prestación acorde a los propios intereses se convierte en una vulneración al derecho a la igualdad y no discriminación, además de una probable afectación a los derechos de otros. Al fin es algo pequeño, apenas un rumor.
El reconocimiento de la vulneración de los derechos humanos por actos de corrupción ha sido tal que incluso se ha plasmado en documentos internacionales como la Declaración de Seúl de 2003, emitida en la XI Conferencia Internacional de Anticorrupción y la Declaración de Nairobi de 2006, adoptada por la Conferencia Regional sobre las Dimensiones de la Corrupción en los Derechos Humanos, en las que se le considera como un “crimen contra la humanidad”, dada su generalidad y sistematicidad.
Así las cosas, la corrupción es la tiranía del siglo 21 en la que predomina el abuso del poder con el fin de obrar a favor del propio interés sin importar las consecuencias para el resto de las personas, relegándolas así a la indiferencia, el olvido y condiciones precarias de vida o mera subsistencia.
No obstante, aún en tiempos de incertidumbre hay esperanza. Hay personas que no olvidan ni mucho menos son indiferentes. Hay personas que se pronuncian y actúan en contra de la corrupción y en pro de los derechos humanos a pesar de que los riesgos y las amenazas a los se ven expuestos asumen muchas formas. Los periodistas y defensores de derechos humanos a menudo son acosados, amenazados e incluso asesinados para evitar que hagan públicos los casos de corrupción y violación de derechos humanos de los que tienen conocimiento. Al final la tiranía no es un enemigo fácil.
Concluyo con un agradecimiento a todos los periodistas y defensores de derechos humanos por su labor, y con una invitación a ser menos egoístas e indiferentes, pues parte de la lucha contra la tiranía está en todos nosotros. Que nuestra voz en pro de los derechos humanos se escuche y que no sea apenas un rumor.
La autora es investigadora del Centro de Estudios Constitucionales Comparados
de la Academia IDH. Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH