El deber del ateo

Politicón
/ 16 febrero 2016
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“No caigamos en el convencionalismo de que por amabilidad no se discute sobre religión. La religión no está exenta del debate. La religión no está fuera de nuestro alcance. La religión hace declaraciones bien específicas sobre el Universo que necesitan ser demostradas, puestas a prueba, o de lo contrario, deben ser ridiculizadas con desprecio”.

Lejos de ser las palabras arrogantes de cualquier ateo de café, pertenecen a Richard Dawkins, divulgador científico, Premio Nobel  y una de las mentes más lúcidas de la Biología Evolutiva.

Rescato la cita anterior porque respalda mi postura frente a la fe: ¿Debo ser respetuoso y considerado con las creencias religiosas ajenas? Quizás, si lo que deseo es conservar ciertas amistades, pero lo cierto es que estimo un deber superior la búsqueda de la verdad sobre la cortesía. “Amicus Plato, sed magis amica verita”. (¡Caray! Esta locución está muy de moda hoy en día).

Ni modo, el costo de no poder ignorar al elefante en la habitación (y por elefante entendamos toda la abrumadora evidencia a favor de la Evolución, misma que sólo por fuerza de la costumbre es llamada aún “Teoría”, aunque hace mucho que está fuera de toda duda razonable), el costo -decíamos- es que uno comienza a separar al género humano en dos bandos: Por un lado, todos aquellos que están conformes con una explicación que no explica nada, los que se sienten cómodos ante lo incuestionable y quienes descansan las interrogantes más trascendentales de la existencia en una idea mágica. En la esquina opuesta, los hijos de Darwin.

Para ser honestos, en ambos bandos hay especímenes aborrecibles, fanáticos religiosos por un lado y descreídos engreídos por el otro. La diferencia es que los ateos no solían quemar a los devotos por sus convicciones (y mientras no se cobren esa deuda, el partido de los impíos conservará un histórico tanto de ventaja moral).

Por estos días, a propósito de la visita papal al México siempre fiel, algunos amigos y cibernautas compartieron el mensaje “si no crees, respeta”, como invitando a no estropearles el júbilo con verdades incómodas, chistes socarrones, y otras indiscreciones. Pero sucede que la gira del Pontífice es precisamente la ocasión perfecta para evidenciar las incongruencias de la religión o, al menos, de la religión católica.

Es necesario conocer la diferencia fundamental entre un descreído respetuoso de la fe ajena y un entusiasta enemigo de cualquier noción divina pero, sobre todo, de esa sistemática explotación de la humana necesidad de creer, no de la necesidad de creer en sí. En eso, yo como Sinatra: “No descarto la aparente necesidad del hombre por la fe; estoy a favor de todo lo que consiga que pases la noche, ya sea la oración, tranquilizantes o una botella de Jack Daniel's”. (Playboy. 1963).

La diferencia es que los enemigos de la fe estimamos un deber contribuir a la destrucción de los absurdos paradigmas religiosos, ya que lejos de edificar al hombre, son uno de sus aspectos más retrógrados, constituyen uno de los más poderosos obstáculos para la fraternización de la especie y un atavismo que, mientras no sea erradicado, no permitirá nuestra emancipación.

La religión es sumamente perniciosa, no sólo persuade a la gente de  vivir su existencia bajo un absurdo esquema de castigo-recompensa (terreno fértil para la tiranía), también perpetúa el más vergonzoso clasismo (no hay cosa más ostentosa que los símbolos de jerarquía eclesiásticos), lo cual es receta infalible para la injusticia. Por cierto, la religión consuela al hombre con el embuste de una improbable Justicia Divina y créame, esperar justicia en el Más Allá es resignarse a tolerar la injusticia en el más acá.

Claro, el ateo no espera que el cumplimento de lo que considera su deber se le agradezca. Al contrario, le va alejar de la gente hasta dejarlo solo. Pero es que no se trata de convencer a ningún devoto, es casi imposible conseguir que alguien renuncie a una mentira transgeneracional que se nos embute abusivamente desde que somos casete en blanco.

No. Sólo se trata de dejar testimonio de que se puede vivir sin Dios y que, al igual que los más beatos golpedepechos, habremos de enfrentar un destino común (apacible o trágico), después del cual sólo hay incertidumbre y meras especulaciones, y que la promesa de una vida eterna sólo es una linda idea reconfortante. Dejar dicho testimonio es un favor para alguien que no conocemos, que probablemente nunca lleguemos a conocer y que quizás ni siquiera ha nacido aún.

 Así que honrando mi deber de ateo, diré, sobre la visita de Francisco Primero a nuestra Patria maltrecha, que lo de menos es que el alto clero no tenga empacho en gastar los recursos públicos de cada país que visita Su Santidad. Quizás sí debería por decencia declinar a estas canonjías diplomáticas y hacer, por pura congruencia, un verdadero voto de pobreza. Es lo de menos, ese dinero representa poco y realmente no rescata a un país en perpetua reconstrucción como México. Lo realmente nocivo es todo lo que esta mascarada representa y que mucho, muchísimo tiene que ver con los atavismos que nos mantienen sumisos, abnegados y -obvio- jodidos.

Que me desmienta el más vehemente seguidor de Francisco: El Papa vino a estrechar la mano de los mismos cabrones que nos roban, que nos oprimen, que nos censuran y que nos asesinan; mas su mano en cambio fue besada por una feligresía dócil, mansa, sierva, sacrificada.

La relación que todo esto guarda con nuestra manera de vivir, con nuestra histórica pobreza, con nuestro miedo para exigir, para increpar a la autoridad mirándola a los ojos, para reclamar lo que es nuestro por derecho, se intuye pero no se enraíza en nuestro ideario. El día que ello ocurra dejaremos de ser gobernados por el primer pelele taimado que nos baile enfrente y eso es precisamente el sueño, el interés y objetivo primordial en el deber de todo buen ateo.

petatiux@hotmail.com

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