El monero que no sabía dibujar

Politicón
/ 10 agosto 2017
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San Garabato, Cucuchán es el Comala de esa otra mitología nacional que, a diferencia de la rulfiana, no está hecha de fantasmas sino de monitos.

Rius escogió un lugar impreciso del Bajío mexicano como núcleo geográfico de su universo y para residencia de sus garrapateados hijos.

Pero como era demasiado bello para durar, el Gobierno que en este País todo lo jode, desterró de aquel paraíso de humorismo y crítica social al propio autor que, en menos de siete días, creó otro idéntico llamado Chayotitlán.

Esa fue la transición de “Los Supermachos” a “Los Agachados”, las dos obras capitales en la inmensurable obra de Eduardo del Río García (“Rius, para los cuates”), un autor que revolucionó la forma de hacer historieta, periodismo, investigación y divulgación en México sin proponérselo y, por supuesto, sin tener idea de cómo hacerlo.

Sucede que después de ser seminarista (el Santo Patrono de todos los ateos de México se tuvo que calar antes en la fe católica) y desempeñarse como empleado de Gayosso, el caricaturista más prolífico de México se inició en el medio impreso por “pura y celestial chiripada” (frase Rius).

Como recepcionista de la funeraria, un día le pidieron hacer uso del teléfono. Él mataba el tiempo dibujando letras y monigotes. Al terminar su llamada, el cliente le ofreció su tarjeta. “Francisco Patiño. Director. Revista Ja Ja”. El resto es corolario.

El no poseer formación y ni siquiera un particular talento natural para el dibujo (Rius siempre sostuvo que hacía “monos horrorosos”) obró en su favor, pues se hizo un estilo único forjado en la premura. Nunca tuvo equipo de trabajo pues improvisaba en cada viñeta, panel tras panel y para poderse casar tuvo que adelantar tres números.

Pero su aportación gráfica, pese a ser entrañable y haberle costado la mitad de uno, es quizás el aspecto más accesorio de su fabulosa producción.

Es su cosmovisión, sustentada en acuciosas investigaciones bibliográficas y expuesta de una manera diáfana, puntual, incisiva y sobre todo humorística, lo verdaderamente fundamental de su ejercicio como autor.

Sus monigotes llegaron a mi vida cuando tenía tan sólo cinco años. Un solo cartón como portada de LP de parodias políticas. Todo el concepto me pareció tan perfectamente redondo, recíproco: Los monos de Rius, las canciones de Oscar Chávez y la sátira política.

Entendí dos cosas: Que había un tópico de suma gravedad llamado política, pero que podía abordarse con frescura y sobre todo, señalando con el flamígero dedo del escarnio a los responsables de la catástrofe nacional (que de esa tenemos conciencia los mexicanos desde antes de nacer)

En mi preadolescencia, una edad en la que nos pueden recetar cualquier embuste, tuve la suerte de toparme en cambio con “Los Agachados”. Rius ya era para mí un trazo familiar y con su divertida farsa de corte costumbrista, me condujo cual Virgilio al pensamiento disidente, a la izquierda, a la extraviada utopía rojillo-socialista-comunistoide, a la onda contestataria y a declararme por y para siempre enemigo jurado del PRI Gobierno.

Y así como a mí, a millones de mexicanos nos instruyó Rius en temas que la educación formal prefería no hacerlo, ya fuese por pudor, por indolencia o por ser contrarios a lo establecido, al Gobierno, a las buenas costumbres o a la mexicana alegría. ¿O a poco Televisa, Jacobo o “El Chavo del Ocho” se iban a atrever a caricaturizar en toda su fealdad física y humana a Díaz Ordaz?

Si como autor cayó en imprecisiones o en decididos errores, poco importa, porque no se trataba de derribar un dogma para fundar otro. Lo importante es que los monitos de Rius nos volvieron analíticos, críticos, inquisitivos, curiosos, inconformes, algo que no ha podido jamás la SEP, ni las reformas, ni todo el esfuerzo del sistema educativo nacional.

Me da risa y pena que los “Millennial” pregunten quién era este viejo y se conformen con una respuesta tan corta como que era un monero rojillo del siglo pasado. Siendo él quien nos trajo a discusión debates tan trascendentales como la fe contra el ateísmo, el comunismo contra la hegemonía imperialista, el consumismo contra un estado de vida más sano, enajenación y medios masivos de comunicación, política nacional (en un tiempo en que un chiste del Presidente se pagaba desapareciendo del mapa) y cualquier tópico imaginable, tratado con fino sentido del humor ¡y con monitos! Rius es —para que mejor me entiendan— el primer Youtuber décadas antes del internet, el primer bloguero de México antes de la era digital, un auténtico best seller antes de que crearan esa fantochada de las Ferias del Libro y un héroe de las historietas desde antes de que se revaloraran como forma seria de expresión artística.

Más de cien libros constituyen un legado que desde hoy se suma al patrimonio nacional junto a las calaveras de Posada, la fotografía de Figueroa y las canciones de José Alfredo.

Rius le arrebató tantos borregos a la Iglesia católica como al PRI. Es hipócrita que el Gobierno de EPN se conduela por su fallecimiento. Si Rius aborreció con cada fibra de su ser a los López Portillo, a los Echeverría, a los Salinas y por supuesto, a los Duarte, a los  Borge y a los Moreira.

Siendo el analista, humorista y crítico del Poder que más me influyó tengo que decir, sin el atrevimiento de compararme pero con todo el orgullo de ser su discípulo, que sin el llamado Tata Rius no existiría la Nación Petatiux, sin Rius sencillamente no existiría Enrique Abasolo.

petatiux@hotmail.com 
facebook.com/enrique.abasolo

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