El valor del voto u el voto del valor
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Ayer fui a una plaza comercial. En algunas tiendas sus productos mostraban el precio, en otras además anunciaban descuentos. Fui al mercado y la verdura estaba más cara que antes. Igual me sucedió con la gasolina y los coches y la ropa. También encontré descuentos, si pagaba con tarjeta de crédito o si apartaba pagando un enganche por adelantado. Imaginé la democracia, todo tenía un precio.
Eran productos comerciales que tenían un valor económico. Un valor redefinido como ‘precio monetario’. Una palabra tan concreta y precisa que se entiende en cualquier idioma. Muy diferente a la simple palabra ‘valor’ tan compleja en su significado, tan analógica que sirve como metáfora de ‘fortaleza necesaria para tomar riesgos’, ‘energía para superar miedos y temores’, ‘aprecio’ y en ocasiones ‘heroísmo’ para dar la vida a cuenta gotas o a corto plazo.
La difusión y presunción de los valores personales cuando no van acompañados de su ejecución práctica tienen el peligro de ser solamente títulos de nobleza vacía, sueños que se evaporan ante la realidad del compromiso, o del precio que hay que pagar. La repetida denuncia de “doble moral” es un ejemplo frecuente de confrontar la profesión de un valor y la ejecución de lo contrario, el defender la justicia y la fidelidad a la verdad con la mentira y la traición.
Todo valor tiene un precio. Aunque no todo valor es comercial ni todos tienen un precio monetario. El valor de la familia se corrompe cuando se vuelve comercial y se justifica solamente por el precio monetario que se paga. En cambio se eleva hasta lo sublime cuando se identifica con el amor a la vida, se revela su precio invaluable en la entrega cotidiana, en la enfermedad y en la muerte.
Lo anterior es aplicable al valor de la democracia, (aunque ésta no es un mercado). Un valor tan complejo como su definición, aparentemente tan simple como cualquier producto: “El gobierno del pueblo (con el pueblo añade el Papa Francisco) y para el pueblo”. Su complejidad abarca desde su creación y mantenimiento cotidiano, su ejercicio en sus tres niveles y sus resultados de bienestar y progreso para todo el conjunto de ciudadanos llamado pueblo.
Es un valor no-comercial, no es fruto de un intercambio monetario, aunque tiene un alto beneficio económico repartido con justicia democrática. Incluye un aprecio, tanto personal como nacional, tan elevado que exige el precio de una adhesión incondicional que elimine las consideraciones e intereses determinadas por el individualismo y el partidismo. Es la razón de ser de la Constitución, es la conciencia ética de Diputados y Senadores, su juicio es el único que verifica y autoriza las acciones y decisiones del Poder Ejecutivo y el Poder Judicial. Es un valor constitutivo y constitucional
El voto ciudadano es la raíz y la sangre de la democracia. Si se corrompe con treinta monedas, con indiferencia, o con ausentismo irresponsable, se corrompe el valor fundamental de la democracia. Si se ejecuta con responsabilidad y pasión por la democracia, el “pueblo” estará cultivando su futuro y el de sus hijos.